José M. Tojeira
La semana pasada se le dio su importancia mediática a un foro sobre la ventaja competitiva de las naciones, a la que asistieron tanto importantes empresarios como políticos. Generalmente en estos contextos se habla de crecer económicamente para después compartir. En todo caso, en ocasiones, se habla de las inversiones especialmente educativas que se deben hacer en la gente, para que la productividad aumente. Pero la insistencia suele ponerse siempre en el crecer, a pesar de que el resultado de poner como prioridad el crecimiento, dejando para después el compartir suele ser favorable a los más ricos. En realidad la mayoría de los que así piensan prefieren crecer todo lo que puedan, sin tener en cuenta las necesidades de la gente que trabaja para ellos. Y ha tenido que ser la propia gente organizada, y el Estado presionado para la gente organizada, el que ha obligado a compartir. En algunos casos se logra avanzar en la síntesis de crecimiento y redistribución de la riqueza, aunque en la mayoría de los casos lo que ha sucedido ha sido un crecimiento escandaloso de las desigualdades. Buscar el equilibrio entre crecimiento y reparto de bienes es una tarea permanente. En El Salvador no ha sido tenida en cuenta. Lo que ha dominado en El Salvador, ha sido un liberalismo económico utilizado siempre en beneficio de los sectores dominantes de la economía. Y así nos ha ido. No somos una sociedad fracasada porque los pobres, mal tratados en el país y marchándose a países desarrollados, nos envían remesas que suavizan el malestar de las mayorías. A los ricos, salvo tal vez a un número muy reducido de ellos, no les debemos gran cosa. De hecho, sin las remesas, El Salvador no sería viable.
Tenemos puesta demasiada esperanza en la inversión extrajera, y muy poca en un mejor y más adecuado reparto de la riqueza. Demasiada gente piensa que compartir la riqueza y redistribuir los bienes a través del Estado es una idea comunista. Y eso es una prueba más de cómo el pensamiento dominante de los más ricos, se extiende hacia los diferentes grupos poblacionales a través de propagandas, medios de comunicación y construcción de una especie de pensamiento oficial de los poderosos.
Hablar de una reforma fiscal, que extraiga más recursos de quienes tienen más resulta escandaloso para gente que tiene más recursos de los que necesita para vivir dignamente o de lo que quiere tener para invertir, por supuesto maximizando ganancias. Contemplar las diferencias en modos de vida en el país es escandaloso. Pero con frecuencia quienes viven bien acaban teniendo miedo a los pobres, echándoles a ellos la culpa de los problemas que suscita la pobreza y la desigualdad. En el fondo mezclan el miedo y el desprecio a los pobres. Con ella agravante de que el desprecio no es solo un sentimiento, sino sobre todo una actitud. Y actitudes de ese tipo son formas peligrosas, que van conformando agresividad y odio. Y acaba resultando que son los ricos, realmente, los que odian a los pobres, más que los pobres a los ricos.
Crecer sin compartir genera violencia. Lo hemos visto y lo seguimos viendo en nuestra patria; aunque casi todos mejoremos un poco, las desigualdades aumentan y se visibilizan más en esta sociedad de la apariencia, la comunicación y la propaganda. La pobreza y una vulnerabilidad de los no pobres, que les acerca peligrosamente a la pobreza continúan además muy vivas en El Salvador. Las posibilidades de salir adelante son escasas, aunque los medios de comunicación nos presenten de vez en cuando las contadas excepciones. Y la causa del estancamiento de tanta gente, es precisamente ese crecer compartiendo miserablemente la riqueza producida. Un cambio de timón en el país es necesario. Evidentemente el diálogo sobre la realidad del país y las necesidades de una gran parte de la población, debe ser mucho más hondo y serio. También más solidario. Crecer sin compartir crea muerte. Crecer compartiendo crea fraternidad y paz. No elegir este último camino es una locura.