Jorge Vargas Méndez*
La derecha salvadoreña, see a través de sus diferentes representaciones y modalidades, check está vaticinando desde ya que el esperado crecimiento económico del país continuará postergándose debido a diversas causas, las cuales, a partir de sus propios intereses económicos y electorales, a menudo atribuye al anterior gobierno y al actual, sobre todo, luego de la reciente aprobación de la reforma fiscal.
Pero otra vez hay que recordarle algo: el crecimiento económico ha estado ausente del país desde hace unos veinte años. Es como una especie de ave migratoria que no volvió al territorio debido a que los humedales, llámesele a éstos capital privado, fueron trasladados a otros países de la región o del continente, donde se les ofreció algo parecido a los paraísos fiscales.
También habrían influido en esa migración de capital, el hecho de que la población redujo su capacidad adquisitiva conforme se apagaron los motores de la reconstrucción post-bélica, y que en el proceso paralelo de tercerización de la economía, motivada por el ascenso de las remesas, muchas empresas no pudieron competir con los precios de la masiva importación de productos procedentes de países como Estados Unidos, China, Japón y Taiwán.
De ahí que el país se convirtió gradualmente en un inmenso mercado informal que creció al absorber a millares de personas, mayoritariamente mujeres, que ante la imposibilidad de obtener empleo formal debido a la reducción o cierre definitivo de empresas formalmente constituidas, buscaron en las calles, plazas, en incluso en las propias viviendas, una alternativa para hacerse de pequeños ingresos. ¿Qué crecimiento económico puede haber cuando los pilares de la economía están basados estrictamente en el consumo de la población, en la venta de mano de obra femenina barata (maquilas) y en la exportación de recursos humanos (emigración)? Porque contrario a otros países latinoamericanos, donde el sector privado ha incrementado sus exportaciones generando con ello miles de puestos de trabajo, en El Salvador la tendencia en los últimos veinte años ha sido aumentar las importaciones.
Por esa razón insistimos: aquí se necesita un nuevo tejido empresarial, un neoempresariado con visión de país. No, ese empresariado que probablemente esté detrás del acaparamiento de los frijoles para venderlo oportunamente a precios exorbitantes o que mediante el contrabando lo vende en países vecinos como ocurrió durante años con el gas propano. O ese que ahora afirma que el desarrollo económico está en la explotación de energía geotérmica e hidroeléctrica, en la concesión del puerto de La Unión y de otros recursos más que el Estado administra y que para lograrlo es condición sine qua non que se garantice la inversión privada local con su correspondiente rentabilidad. He ahí, en pocas palabras, la base del discurso actual de la derecha más recalcitrante en materia de crecimiento económico.
Desde esa peculiar perspectiva, garantizar el crecimiento económico es responsabilidad exclusiva del Estado y éste debe lograrlo única y exclusivamente mediante la explotación de unos recursos como los mencionados que, por cierto, pertenecen a toda la población, pero que han sido el usufructo de reducidos grupos empresariales, una práctica perversa que hizo posible la acumulación de la riqueza y la proletarización de millares de familias desde el surgimiento del Estado en 1821.
De ahí que estamos frente a una gran empresa que sólo cuando le conviene afirma que el sector privado es el único capaz de generar riqueza, y que lo único que corresponde al Estado es garantizarle las condiciones de confianza y estabilidad política. ¿No será que en realidad cuando hablan de “condiciones favorables”, aluden a un Estado paternalista que facilita a pequeños grupos la acumulación de capital? Recuérdese lo que pasó con la nacionalización de la banca, de las telecomunicaciones y del Hotel Presidente, entre otros. Estamos pues, frente a una gran empresa que ha sido incapaz de lograr con inteligencia un crecimiento económico sostenido cuyos beneficios, en cuanto a la generación de empleo, lleguen necesariamente a la población para reducir su emigración y mejorar su calidad de vida.
Pero además, se trata de una empresa privada que bajo diversos argumentos siempre rechaza toda carga tributaria. En cuanto a esto, su discurso en los últimos tiempos ha sido que en vez de incrementar los tributos se reduzca el presupuesto del Estado mediante el recorte de personal y de la inversión social (salud, educación, entre otros), lo cual en el fondo implicaría continuar con la política de privatización que caracterizó las tristemente célebres gestiones areneras (1989-2009).
Paradójicamente, es esa misma gran empresa la que exige al Estado garantizar la seguridad pública, darle mantenimiento permanente a la red vial, mejoras en el sistema educativo, abastecer de medicina los hospitales y mejorar el servicio que brindan, etc. Pero no quieren aportar nada a través de una tributación responsable y justa. Es más, ya hubo un atrevido “economista” que sugirió incrementar el IVA, que es el impuesto que paga toda persona en este país aunque no tenga ingresos, mientras que quienes tienen los mayores ingresos se niegan a tributar. De ahí que, como era de esperarse, las recientes medidas tributarias aprobadas terminarán siendo trasladadas a la población en general, como bien lo han dicho representantes del mismo empresariado. Es decir, al final de cuentas la gran empresa no pagará nada. ¿Cuál es entonces su contribución a las demandas de desarrollo de la población?
De ahí que en este país urge el desarrollo de un neoempresariado que, además de tener cultura tributaria, esté consciente de que el crecimiento económico que se requiere no debe basarse exclusivamente en la explotación de los escasos recursos que administra el Estado, pues estos, por ser evidentemente finitos, no podrán nunca satisfacer una ambición infinita de acumulación de riqueza.
*Poeta, escritor, integrante del Foro de Intelectuales de El Salvador.