Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
Desde Comala siempre…
Abstract; Like killing in self-defense, stealing is not a crime if you do it for survival. The only real offence is the theft of the public budget submitting the country to foreign financial interests. These predicaments apply the political ethics of a classic Salvadoran writer, José María Peralta Lagos (1873-1944), to present events. By a plagiarism of his culinary menu, I will offer a Platonic banquet of “worm pupusas” to all readers, hopping to change the current crisis into a renewal of our cultural identity.
Fechada de1932, según lo declara el inicio —“Un poco de historia”— la novela “La muerte de la Tórtola” (1933) de José María Peralta Lagos (T. P. Mechín) no sólo establece el tipo de literatura que se publica bajo censura de prensa. La filiación letrada la refrenda su contemporáneo, el “Homenaje a Goethe y al Padre Delgado” en la Universidad Nacional. También la novela sirve de recordatorio a los sucesos actuales. Esto es, al conflicto frontal entre instituciones estatales autónomas: El Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo.
Para Peralta Lagos, lo esencial consiste en resolver una doble tarea. Por una parte, la nación salvadoreña debe declarar su independencia financiera, gracias al rechazo de todo préstamo extranjero. La libertad política nacional culminaría en la independencia económica. “Sigue siendo crimen imperdonable —el oponerse al monstruoso negocio del empréstito no era patriotismo sino desafección”. Mejor aún, no habría independencia política sin antesala financiera.
Por otro lado, la corrupción —en particular apropiarse personalmente del erario público— lo considera un mayor crimen que el asesinato. “¿Robar? ¡Qué asco; que ignominia! …Yo podré matar a diez o a veinte; mujeres, niños, o ancianos…¡No importa!…; pero meter la mano en el bolsillo ajeno o en las arcas nacionales…¡No!: me moriría de vergüenza”. Así se lo declara un protagonista al protagonista principal, quien continúa escuchando. “Está bueno que se castigue a los malversadores, a esos que roban millones sin necesidad, y que acabarán al fin por vender la patria”. A la lectura de dictaminar si este rubro posee cierta actualidad. La condena radical de todo pago estatal ilícito.
En esta evaluación —condena excesiva del desfalco público— el personaje de Peralta Lagos sopesa la balanza de la justicia. Inclina el recargo hacia lo reprensible y condenable del saqueo del tesoro nacional. A la vez, él mismo exime la matanza y el robo menor en auto-defensa necesaria para subsistir. “El que coge sólo lo necesario para matar el hambre de los hijos inocentes, o para la medicina de la mujer baldada…ése hace muy bien”. Certifica el robo y la muerte en auto-subsistencia.
El propósito de este breve artículo no consiste en legitimar o invalidar esa perspectiva. Carezco de la autoridad jurídica para decretar veredictos y legislar la justicia. Simplemente, anoto cómo en nombre del anti-imperialismo, de la autonomía financiera, el personaje de la novela justifica acciones políticas —quizás militares— que anticipan la actual toma de la Asamblea Legislativa. A mi juicio, acto oficial impulsivo sin proposición de diálogo.
A lo sumo, desde mi encierro de MAL(L)eta, ejercería el arte culinario de ese mismo año de 1932. Prosiguiendo la receta del chef T. P. Mechín, convido a restaurar la pupusa en su forma original. “Pupusas con cuétanos tostados”. Tal vez el banquete platónico que les ofrezco servir —lo augura Peralta Lagos— convierta “la plaga” ideológica del chapulín, en alimento de una nueva política cultural.
Ojalá…