RENÁN ALCIDES ORELLANA
Escritor y Poeta
Cristóbal Humberto Ibarra nació en Zacatecoluca, La Paz, el 9 de mayo de 1920 y falleció en San Salvador, en febrero de 1988, Poeta, escritor, periodista y diplomático, fue fiel representativo de la generación de poetas y escritores que, a principio de los años 40, combatieron con valentía literaria la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez.
Todavía un adolescente, Ibarra se unió a la generación de intelectuales que, por su vocación e identidad, integraron el movimiento literario denominado GRUPOSEIS, “en el cual -según sus biógrafos- militaban los poetas más revolucionarios de la época” (Ibarra, Oswaldo Escobar Velado, Matilde Elena López…). Aquel movimiento promovía una literatura de vanguardia que, en gran medida, inició la poesía de protesta, precisamente cuando eran más sentidos los reclamos contra la dictadura de Hernández Martínez.
La decidida participación de los escritores tenía su explicación en su espíritu rebelde, su posición anti oligárquica y su identificación con las demandas populares, pues -como afirma Heleno Saña- “el intelectual moderno ha sido por lo general un hombre de izquierda o, por lo menos, un hombre progresista y crítico, unido por ello instintivamente al pueblo…la Edad Moderna ha sido una creación de los intelectuales, pues fueron ellos los que forjaron las ideas y los sistemas de los que todavía nos nutrimos…”.
Sin embargo, con la entronización de los gobiernos opresores y represores, aquella decidida participación de los intelectuales, se ha visto suplantada y hasta perseguida, pues -según el mismo Saña- “desde hace tiempo, los intelectuales han sido sustituidos como minoría rectora por los locutores de televisión, los expertos en marketing y los tecnócratas que manejan los aparatos políticos, administrativos y económicos del mundo”. Además, concluye Saña, “… la cultura está en manos de burócratas y funcionarios, cuyo único mérito es el de tener en un bolsillo el carnet de un partido político adecuado”. Ibarra siempre estuvo consciente de ello, y en más de una ocasión me expresaba su temor de que, más temprano que tarde, esa realidad volvería menos sensible a la sociedad en general. Así ocurrió, y así ocurre…
Desde aquella época de protesta contra el martinato, arranca toda una producción literaria de Ibarra, conocida dentro y fuera del país. Y de entre sus principales obras, destacan: “Gritos” (Poesía, Guatemala 1944); “Rilke, claves de la creación” (La Plata, Argentina 1954); “Tembladerales” (Premio Centroamericano de Novela, Certamen Nacional de Cultura, El Salvador 1956); “Francisco Gavidia y Rubén Darío, semilla y floración del Modernismo”, Premio Centroamericano de Ensayo, El Salvador 1957; “El Cuajarón” (Cuento, Premio en los Juegos Florales de San Salvador, 1958); “Plagio superior” (Cuento, Santiago de Chile, 1964); “Cuentos breves para un mundo en crisis” (Premio Juegos Florales Centroamericanos, Quezaltenango, Guatemala, 1968); “Elegía a Oswaldo Escobar Velado” (Poesía, Premio Olimpiada Cultural Centroamericano, El Salvador 1969); “Cuentos de Sima y Cima” (San Salvador, 1977) y otras…
Un cometario reciente sobre una de sus obras, expone: “… Tembladerales (1957) de Cristóbal Humberto Ibarra (1920-1988), es una novela olvidada sobre los eventos de 1932 en El Salvador: A diferencia de otros relatos históricos, la atención de Ibarra no se centra en el Occidente del país donde ocurre el levantamiento y la represión militar. La novela describe la vida diaria de una hacienda en La Herradura, en el Departamento de La Paz. La propiedad se convierte en modelo de concordia entre los colonos indígenas, el mayordomo estadounidense que los dirige, el dueño de la hacienda y las autoridades municipales y militares de la zona. Al desarrollar un mínimum vital para los trabajadores, El Sauce se vuelve el paradigma de una nación salvadoreña en búsqueda de un modelo ideal de reconciliación. Por suponer que un conflicto social se resuelve por un acuerdo de paz —una colaboración o un compromiso— la novela de Ibarra merece el olvido de la historia. La historia se halla siempre bajo tachadura…” (Contra Cultura, Diario digital, mayo 2015).
Después de ejercer la diplomacia, regresó El Salvador y a mediados de los años 60, se da nuestro encuentro. Cristóbal Humberto Ibarra había asumido la dirección de la Escuela de Periodismo, de la Universidad de El Salvador. En 1967 yo había vuelto a la Escuela, después de haber cursado casi media carrera de Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Mi aspiración siempre había sido graduarme en Periodismo. Y ahí estaba ahora, precisamente cuando Ibarra retomaba el ejercicio periodístico, que antes había ejercido, nacional e internacionalmente, con reconocimientos a su labor, entre los que destacan el “Emblema de Oro del Periodismo Argentino”, que le fue otorgado por sus méritos como diplomático cultural de El Salvador en Argentina.
Como estudiante de Periodismo, tuve la suerte de compartir sus enseñanzas y, como escritor en ciernes, conocí parte de su experiencia literaria. Obtuve de sus manos varios de sus libros, entre ellos “Plagio Superior”, “Tembladerales” y otros. A partir de ahí, ya retirados ambos de la Escuela de Periodismo, el duro oficio nos mantuvo en contactos frecuentes, en el marco de una especial amistad. Cierto es también, que sostuvimos algunas discrepancias cordiales y cuasi polémicas de altura, pero entendibles porque significaban el criterio de cada uno, en un intento de promover una formación académica más acorde con las necesidades de la realidad circundante. Situaciones iguales se dieron a veces en temas de literatura, con idénticas intenciones y resultados.
Después, entre encuentros y desencuentros, la relación amistad/profesión se mantuvo invariable, hasta el día de su fallecimiento. Ibarra, víctima de cruel enfermedad supo sobrellevarla con la valentía y el estoicismo de un verdadero humanista, para volver más doliente su viaje final. Muy sentida fue la muerte de Cristóbal Humberto Ibarra, aquel malhadado día de 1988, como ha sido la de tantos otros intelectuales salvadoreños, que se adelantaron en el viaje sin regreso; pero también, bienaventurados en el recuerdo, porque “ellos fueron los que forjaron las ideas y los sistemas de los que todavía nos nutrimos…”
Quede lo anterior y mucho más, como síntesis de la trayectoria intelectual de Cristóbal Humberto Ibarra, quien por mérito propio y por merecimiento, forma parte de la historia cultural de El Salvador. (RAO).