Leonardo Boff
Se ha dicho acertadamente que educar no es llenar una vasija vacía, sino encender una luz. O sea, educar es enseñar a pensar, no solo transmitir conocimientos. Estos nacen del hábito de pensar con profundidad. Hoy en día conocemos mucho, pero pensamos poco lo que conocemos. Aprender a pensar es decisivo para situarnos autónomamente en el interior de la sociedad del conocimiento y de la información. En caso contrario, seremos simplemente sus lacayos, condenados a repetir modelos y fórmulas que se superan rápidamente. Para pensar, de verdad, necesitamos ser críticos, creativos y cuidadores.
Somos críticos cuando situamos cada texto o evento en su contexto biográfico, social e histórico. Todo conocimiento implica también intereses, que crean ideologías, que son formas de justificación y a veces de encubrimiento. Ser crítico es quitar la máscara de los intereses escondidos y sacar a la superficie las conexiones ocultas. La buena crítica siempre es también autocrítica. Solo así se abre espacio para el conocimiento que corresponde mejor a lo real, siempre cambiante. Pensar críticamente es dar buenas razones de aquello que queremos y situar al ser humano y al mundo en el marco general de las cosas y del universo en evolución.
Somos creativos cuando vamos más allá de las fórmulas convencionales e inventamos maneras sorprendentes de expresarnos a nosotros mismos y de pronunciar el mundo; cuando establecemos relaciones nuevas, introducimos diferencias sutiles, identificamos potencialidades de la realidad y proponemos innovaciones y alternativas consistentes. Ser creativo es dar alas a la imaginación -“la loca de la casa”–, que sueña con cosas aún no ensayadas, pero sin olvidar la razón que nos pone los pies en la tierra y nos garantiza el sentido de las mediaciones.
Somos cuidadores cuando prestamos atención a los valores que están en juego, a lo que realmente interesa, y nos preocupamos por lo que nuestras ideas y acciones pueden causar en los demás. Somos cuidadores cuando no nos contentamos solamente con clasificar y analizar datos, sino cuando tenemos en cuenta a las personas, destinos y valores que están tras ellos. Por eso, somos cuidadores cuando discernimos lo que es urgente y lo que no lo es, cuando establecemos prioridades y aceptamos los procesos. En otras palabras, ser cuidador es ser ético, persona que pone el bien común por encima del bien particular, que se hace corresponsable de la calidad de vida social y ecológica, y que da valor a la dimensión espiritual, importante para el sentido de la vida y de la muerte.
La tradición ilustrada de educación ha enfatizado mucho la dimensión crítica y la creativa, pero menos la cuidadora.
Esta es urgente hoy. Si no somos colectivamente cuidadores, vaciaremos la crítica y la creatividad, y podemos echar todo a perder; o bien viviremos en una sociedad con una justicia mínima, una paz amenazada y unas frágiles condiciones de la biosfera, sin las que no es posible la vida…
Albert Einstein despertó a la dimensión cuidadora de todo saber cuando Krishnamurti le interpeló: ¿En qué medida, Sr. Einstein, su teoría de la relatividad ayuda a disminuir el sufrimiento humano? Einstein, perplejo, guardó discreto silencio. Pero cambió. aA partir de ahí se comprometió por la paz y contra las armas nucleares.
En todos los ámbitos de la vida, necesitamos personas críticas, creativas y cuidadoras. Es condición para una ciudadanía plena y para una sociedad que no cesa de renovarse. Tarea de la educación hoy es crear tal tipo de personas.
Petrópolis, RJ, Brasil