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CRÓNICA DE LIBREROS

Vidal Garay
Cuentista y poeta

Los libreros venimos siendo casi un aliento al filo de ya no existir. Realizamos una labor que ya lo dijo muy bien nuestro querido Roque Dalton: Vender libros es el trabajo más digno del mundo. Ante esto es oportuna una breve aclaración. Estor plenamente de acuerdo con el poeta, help pues el librero es como un puente entre el libro y el lector, pills hasta ahí muy bien. Pero se debe tomar en cuenta que entre ellos perviven los que no son libreros, pues son vulgares vendedores de libros, que llegaron al asunto como dice el poeta  Joan Manuel Serrat: Sin conocer el oficio y sin vocación.  Y ahí están las personas que sin ningún problema podrían vender cebollas o tomates. Buenas gentes. Dicho en forma contundente, no aman los libros. Comercian libros, mas no conocen su belleza sublime y menos absorben su esencia. El asunto está así: En el centro sucio y hediondo de San Salvador, los libreros y los vendedores de libros están ubicados en los alrededores del parque San José, en un perímetro de escasas cuadras se pueden encontrar una docena de ventas de libros, una verdadera muestra de patanerías y psicología patojas. Habrá que darse cuenta: una persona que no sabe leer vendió libros en el parque San José, otra que apenas puede leer aún vende libros en la calle, ahí los encargados de atender a los compradores de libros son dos sujetos que sin saludar preguntan ¿qué va llevar? Ellos, de verdad que no son libreros. Veamos, un grupo seco de hombres y mujeres, un par de pintores, un poeta y dos licenciados, se dedican en la actualidad a vender libros, de todos ellos, retorciendo los números salen cuatro libreros. Bien claro está, ser librero es como decir un ciudadano o ciudadana amante de la luz de los libros, de sus destellos que iluminan los más remotos rincones de la inteligencia de los seres humanos. De verdad un digno oficio. Es conocido que la lectura estimula ciertas áreas del cerebro, conlleva además radiografías de hombres que viven en diferentes porciones del mundo, con diferentes ideas y formas de amar y también de sufrir. Aquí oportunamente entran los libreros que muchas veces llegan a conocer esas particulares maneras de amar y sufrir de algunos lectores y les ofrece ese libro que alimenta el interminable afán de seguir aprendiendo y seguir soñando… Sin olvidar que la realidad que nos rodea y nos abraza a todos es un fantasma con frío aliento de oscuridad. Resulta entonces, que los libreros amamos los libros aún entre el ruido y el caos del apestoso centro de la ciudad, requiriendo un lector que se acerque para sellar la ceremonia del libro. En este momento solicito que me asista Ernesto Sábato con sus “Páginas Vivas” y haga su aparición el Hidalgo Quijote de la Mancha con lanza en ristre para darme aliento en este hermoso sueño que se desvanece en el corazón de una ciudad con sensibilidad casi de cuero. Verdad es que amo los libros y sigo vendiendo libros. Al escribir estas letras recuerdo a Arturo Ambrogi con sus “Crónicas Marchitas” y en especial la que se refiere a Rubén Darío… Lo hago porque estas crónicas llevan la pretensión de ser vitales, llenas de libreros, autores y lectores que conforman el inconmensurable mundo de la creación y el deleite de saborear la creación literaria. Pues, si se piensa detenidamente; el hombre sin libros es un hombre huérfano.

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