La era, gritó el tipo a todo pulmón. Silvio, sin inmutarse, cantó lo que tenía programado en su concierto, el número 54 de esta gira que él mismo reconoce interminable. La era, repitió el hombre, mientras otros pedían Unicornio, Ojalá, El necio. La era… ya era como la tercera o cuarta ocasión que aquella voz sobresalía entre el público reclamando atención. Silvio lo buscó con la mirada: “Quiero verte la cara; ven, sube a cantar conmigo”.
¿Un borracho? ¿Alguien que buscaba un minuto de fama? Al escenario subió un mulato entrado en años que, en lugar de cantar, hilvanó unas pocas palabras: “Cuando este hombre fue a dar un concierto en el Combinado –dijo señalando al artista- yo estaba allí. Al día siguiente salí en libertad” Dicho lo suyo, bajó del escenario y se puso a seguir el ritmo de la música con palmadas.
Por unos segundos, el público enmudeció. En medio de la neblina súbita que emborronaba las imágenes, se vio a algunos músicos tragar en seco mientras se aferraban a sus instrumentos; el enorme contrabajo del fondo se tambaleó por un instante; algo –quizás un ángel- rozó la cara de Silvio y, a mi lado, Ale lloró. Luego, no recuerdo más que los aplausos en medio de la canción. — en Punta Brava.