CRÓNICA DEL COVID-19
Myrna de Escobar
El mundo está en silencio
DÍA 1.
22/03/20
Hoy es el día 1 de la cuarentena domiciliar obligatoria para prevenir el contagio masivo del COVID-19 en El Salvador. El virus que tiene al mundo girando como una papa caliente se esparció desde Wuhan y al igual que otros 172 países, lo hemos importado.
Afuera, el trino ensordecedor de las chicharras y la perica de la vecina tienen a la niña Chela con los nervios de punta. Con sus 90 años hasta el gallo de don Napo la irrita, por lo demás la señora es un pan de Dios. —según su empleada.
— Calla esa lora hijueputa. Grita la mujer desde su ventanal florido de rosas.
Admiro su pasión por las flores y su esfuerzo por olerlas y mimarlas en su pequeño jardín. Los hijos emigraron pa norte y se olvidaron de la viejecita. Parecería que estoy pendiente de su vida, pero desde lo alto de mi condominio todo se escucha y es la misma cantaleta todos los días.
Me fui a la sala en pijama para escribir y por la ventana me llegó el discurso florido de despecho, celos e histeria del primer piso. La mujer tiró los trapos del marido a la calle porque lo cachó chateando en el baño con la frentuda de la Paty, — así la llama— a la mujer del pastor. Si no hubiera sido por el florero que hizo tintinear en mi ventana no habría escuchado nada. El pitbull y la suegra hicieron lo suyo correteando entre los muebles. Parecía que todo se saldría de control, sin embargo, no sucedió.
— Calenturiento. — le grito. Sé que te morís por verla, pero te van a arrestar si salís, y yo no puedo hacer ni el súper. Desgraciado. Voy a matarte.
A todo eso las ventanas de otros apartamentos ya se habían cerrado. Es desagradable oírles discutir tan temprano. La mujer, en silla de ruedas y con un hijo de dos o tres años dependen de él. Como es obvio, el niño repite lo que oye y llama a su tata: “Callentullento”. La suegra ríe a carcajada suelta y enciende el estéreo a todo volumen. Pasa siempre.
Me fui al retrete para concentrarme y adivinen qué. Otra discusión.
— Mamá…Otra vez… ¿frijoles? Ya aburren. Colados, hervidos, casamiento, borrachos. Estoy harto.
— Si no querés, hártate mierda. ¿Ves que estoy trabajando? Gano por horas y con este virus maldito no estamos ganando.
La mujer soltó en llanto. El muy ingrato tiró de golpe la puerta.
La suspensión de clases en el sector público y privado empezó el 12 y muchos docentes de academia cesaron de percibir ingresos. La angustia de mi vecina es comprensible. Tiene 2 hijos y es madre soltera.
En las calles del centro de San Salvador, las patrullas pedían a la gente quedarse en casa. Muchos fueron llevados a cuarentena por desobedecer la orden. La gente no entiende que esto es serio y anda de arriba abajo. En casa somos 4 y una persona de alto riesgo. Mi esposo diabético.
La cancioncita de la tele: “Todo, todo, todo va estar bien” se ha metido en mi cabeza. Nos piden quedarnos en casa y lavarnos las manos con frecuencia. Mi hijo está viendo la tele tan temprano.
Mi gata me mira extrañada porque aún estoy en casa. Ignora que estaremos encerrados por 30 días.
Sabíamos que la medida de la cuarentena se tomaría porque muchos empleados públicos fuera de sus actividades laborales desde el 12 de marzo andaban de arriba abajo por las playas y centros comerciales. Por esa razón el presi les ordenó regresar de inmediato a sus casas ayer por la noche. La orden, como muchas otras en su gestión, fue girada por Twitter. A las 8:30 p.m. El presidente anuncio la cuarentena. Creo que toda la nación estaba atenta a la Cadena Nacional. El virus avanza rápido.
DIA 2.
23/03/20
Anoche calló un breve aguacero. Parece que lo más difícil de la cuarentena será la convivencia en familia. No podemos salir de casa y en las calles reina un silencio inusual. Como el insomnio es parte de mí me levante temprano a mirar por el balcón.
En el aire hay un tráfico de pijullos, guacal chillas y zanates. La lora de mi vecina aún duerme, creo. Los talapos se despiden de la aurora que canta detrás de los gigantes árboles de pino detrás del condominio. A mi alrededor hay muchísima vegetación, 2 parques, varios condominios y a cinco minutos de distancia está la Universidad Nacional.
En el encierro forzado la convivencia es difícil para muchos. Las peleas subidas de tono te sobresaltan bien temprano. Tiran platos y se dicen sandeces. De pronto vuelven a la calma o esconden sus peleas con la música estridente. Ni modo, hay gente que todo lo arreglan a gritos y no tienen caridad con los vecinos.
— Mamá. El gato se comió el cable del audífono. Quiero otros.
— Ponete a estudiar, busca que hacer y apaga esa tele, muchachito.
Tras un portazo, fin de la discusión.
La vecina de enfrente tiene una niña preciosa —como Shirley, temple de la televisión antigua, pero cuando le agarra la rabieta te ensordece. Por mi parte, traté de concentrarme en mi libro: El Retrato de Dorian Grey. Buenísimo, pero extraño.
Saber que no hay variedad en mi alacena me desconcentra. Solo hay huevos, harina, leche y cereales, y los míos, pensando en pupusas o pizza.
Mi casa está impregnada de lejía, por fortuna no tenemos problemas con el agua potable, como en otras partes. La comida de gato y el jabón de manos casi se agotan.
He perdido la noción del tiempo entre mi café y la lectura, las tareas domésticas y el chat. No me siento con ánimos de escuchar música. Hay un velo de muerte en el silencio. En Europa, los muertos se cuentan por decenas en un solo día.
El virus del COVID-19 avanza implacable por el mundo.
DIA 3.
24/03/20
Me despertó la fibromialgia. Dolor agudo en las articulaciones, en la cabeza. En una palabra, pesadez y malestar general. Me lo quité con una ducha fría y una buena frotada con el pasté. No me gustan los medicamentos.
Afuera, el concierto de la naturaleza no cesa. Las chicharras parecen parapetada a mi ventana. Es martes y como lo de maestra no se me quita, estoy planificando el menú del día. No es mucho. Iré a comprar algo de despensas. Solo podemos salir 2 días a la semana.
…..
Camino a la parada de bus, la soledad acompañó mis pasos. Me sentí volar por las nubes con mi camisa de cumpleaños tapizada con imágenes de Michael Jackson, mi cantante predilecto. — No podía ser de otro modo— curo mis días de la depresión provocada por el encierro y la falta de dinero para sufragar los gastos.
Compré despensa para mi madre a quien no puedo visitar. Tiene 72 años y el distanciamiento social nos impone cuidarla de contraer el virus. Por su edad es persona de riesgo, pero hablo con ella por teléfono. Mi hermana salió del vecindario y nos vimos brevemente. De vuelta a casa me encontré a mi prima Lucy.
— Mira como nos vemos, con mascarillas y en plena emergencia. —le dije.
Ella asintió con una sonrisa y nos despedimos con la mirada. Nadie imagino que el virus chino llegaría a expandirse.
Compré mi despensa, aborde el microbús y ahí la norma era una persona por asiento, ponerte alcohol gel y usar cubre boca.
Llegué a casa, me cambié de ropa y me lavé las manos, mismas que están gastadas de tanto lavarlas. Mi esposo puso la mesa. Cereales y granos, otra vez. Me aterra pensar que saldremos gordos de esta cuarentena.
Mi esposo, por otra parte, se levantó temprano y se preparó para su hemodiálisis creyendo que era miércoles. Fue divertido ver su desconcierto al escuchar que era martes.
Muchos olvidaron que hoy se cumplen 40 años del martirio de Monseñor Romero. El gobierno ni siquiera lo mencionó, pero los cristianos del mundo recuerdan con cariño al Pastor que dio la vida por sus ovejas. El bárbaro crimen ocurrió mientras oficiaba misa en la capillita del Hospital La Divina Providencia, en la colonia Miramonte de San Salvador, el 24 de marzo de 1980.
DIA 4.
25/03/20
¡No tenemos agua para beber desde ayer por la tarde! ¡Hemos buscado en todas partes y nada!
El tiendero le dijo a mi hijo que los camiones solo pasan llevando jugos y demás bebidas enlatadas.
Afuera, la ciudad duerme, y nosotros preocupados por el agua.
Ayer hubo cuatro nuevos contagios. Todos importados, ninguno local. Son 9 los casos en total.
Cuando regaba mi plantita de tomates en el balcón divise a mi vecino visitando a su madrecita. Le entregó una bolsa y se alejó sin un abrazo. Atrás han quedado los fines de semana festivos en esa casa cuyo acceso siempre se llena de carros y bullicio. Ellos son los de los mariachis, veladas y parrillada. El virus nos ha distanciado de esos lazos familiares tan afectivos por miedo al contagio.
La brisa sopla generosa por las ventanas. Mi hijo sale de vez en cuando con un libro. Discutimos, sobre el tema y me pide que le recomiende el próximo. Es un devorador de libros y este tiempo es magnífico para perdernos en la lectura. Nadie se aburre. Mi otro hijo se mantiene atareado haciendo tareas de la universidad en línea.
DIA 5.
26/03/20
Es el quinto día de la cuarentena, y como muchos países alrededor del mundo el encierro domiciliar es necesario para evitar contagios. Los que se resisten son llevados a centros de contención y en nuestro país hay más detenidos que contagios. Exigen su derecho a la movilidad sin pensar que éste se pierde por la pandemia.
Desde mi balcón de la cuarta planta del condominio visualizo una alfombra infinita de estrellas. La luna y sus pendientes refrescan mis pensamientos. Olvido mis preocupaciones y ruego a Dios por los que sufren la agonía de no poder respirar en un hospital. La falta de insumos vuelve impotente a los médicos y enfermeras que priorizan la vida de los miles de enfermos en las salas de cuidados intensivos del mundo ante la falta de un respirador en los nosocomios.
Por otro lado, una de las tres gatas ha entrado en celo y está insoportable. No será posible esterilizarla en corto tiempo. El virus va para largo y yo sin devengar.
Hoy cociné spaghetti de nuevo, aunque mi hijo mayor los aborrece. A él le preparé un par de salchichas. No logró hacerle comer lo que hay, ni aún en tiempos de crisis. Me hace recordar cuando era niña y como producto de la desnutrición severa con que nací, no lograba comer lo que la abuela cocinaba algunas veces. Era tristísimo. Mi abuela decía que era capricho y me dejaba sin comer. A los 15 años todavía me castigaban por no comer el arroz. ¡Solo sos pucheros, — decían! Simplemente vomitaba y me iba a la cama sin comer.
Son 14 o 15 días para que el virus incube y estamos a la espera de conocer el resultado de las nuevas muestras a los pacientes sospechosos. Cada día cuenta. Estados Unidos ya encabeza la lista de los contagiados, superando a Italia, país que ha vivido días duros con muchos muertos. Casi mil muertes en un día. España, por otra parte, también se derrumba por el virus.
Se pensaría que la pérdida de vidas humanas es triste para cualquiera, pero no para algunos gobernantes como el de México, López Obrador quien insta a su pueblo a salir y departir y trabajar como si sus ciudadanos fueran inmunes al virus. Los medios lo confirman. El mundo no está preparado para atender los miles de casos que colapsan los hospitales. No es solo la falta de insumos sino la personal médico especializado. Hace falta neumólogos y ningún país del mundo tiene los miles de profesionales que se requieren. Las personas mueren solas, lejos de sus familiares y son incinerados ante la falta de espacio en las morgues y cementerios.
Personalmente, extraño a mi madre. No la he visto desde el día de mi cumpleaños número cincuenta. Celebramos con pastel y café. Vimos juntos una película.
A las siete de la noche nos acomodamos en familia para ver las noticias. Luego, mis hijos se retiran a completar tareas de la universidad. Yo tomo un libro y leo hasta la media noche. Así se pasan los días por la pandemia.
DIA 6.
27/03/20
Uno menos, uno más. ¿Cuánto durará la pandemia? ayer no hubo nuevos contagios, pero el tiempo de incubación del virus no da tregua.
Me levanté a las 6:40, y la noticia decía que la ANEP quiere que el ISSS pagué los salarios de los obreros. Medida que va a quebrar el fondo de salud. Como era de esperar, el gobierno dice no aceptará la medida.
La gente está a la espera del desembolso de los $300 por familia prometidos por el presidente Bukele.
Ver las noticias de España, Italia, Los Estados Unidos y otros países es aterrador y me pregunto:
¿Qué pasaría si más del 50% de nosotros perdiera la vida? ¿Quién atendería a los enfermos, huérfanos y minusválidos ¿Quién trabajaría entonces? Las empresas ven todo en función de lo que pierden. El presidente, ve la problemática en función de las personas, el motor para que la economía se desarrolle. Ningún país está listo para controlar el virus. Hace falta equipo y personal médico. Imagínate, solo en los Estados Unidos se necesitan un millón de médicos.
A propósito, ayer no teníamos agua para beber. La botella vale $2.40 y no todos pueden comprarla. Una gran mayoría bebe agua del grifo o de cisterna o la acarrean en cantaros de algún pozo o pipa. Lo triste es que pagan por un servicio que no reciben. Otros reciben el servicio una o dos veces al mes o por la madrugada.
DIA 7.
28/03/20
Hoy completamos una semana de encierro. Salí a caminar por 20 minutos mientras me dirigía al banco. Ni un alma en la calle, sólo la mía. Contemplar la quietud de aquellas calles me estremeció e inspiro a escribí un poema que luego te comparto.
Al llegar al lugar, un doctor salió a hacernos unas preguntas; si habíamos tenido fiebre y tos o si habíamos sido visitados por alguien proveniente de un país de contagio. El guardia de seguridad muy amablemente nos dio alcohol gel y nos indicó guardar la distancia en la fila.
No he visto a mamá en días, extraño su arroz en leche, el atol de avena y sus platanitos en gloria. una delicia.
El mismo chicharrero me despertó por la mañana, aunque ninguna ha entrado por la ventana. ¿Sabrán de los cuatro gatos en casa? Su canto épico me recuerda la Semana Santa con mi abuela y mis hermanas. Los días de ayote en miel, mango en miel, tamales pisques y pescado envuelto en huevo. Éste último no me gusta mucho por ser salado.
Te adjunto una chicharra para que las conozcas y el poema que escribí camino al banco.
Veo el silencio frente a mi
huelo la quietud de las horas
frente a mi ventana
traspiro esperanza
de que sobreviviremos
el virus se ríe en nuestras caras.
Una cucaracha sopló en mi ventana
como sopla el aliento en la boca
del que sufre solo su dolor.
La gata parida seguirá en las calles,
buscando sustento, pero miles ya no están
con nosotros
Un geko se ríe en el aire
el San Andrés palidece en mi ventana
los niños arrullan la noche,
la abuela abraza su credo
destapa su alacena y
no tiene comida.
…
Mi esposo regresó de la hemodiálisis con fiebre, como es costumbre.
Muere el primer bebe por el virus. 966 muertos en 24 horas en Italia. 832 muertos en España. 465 contagios en Emiratos Árabes. 728 muertos en Nueva York
Sobrellevar esta cuarentena no será fácil para todos los salvadoreños. afuera el desfile de cadáveres contrasta con los rostros cansados de los trabajadores de salud en los hospitales europeos. Muchos han visto morir a los suyos abandonados en un hospital para luego ser incinerados o enterrados en fosas comunes.
Para mí, los pájaros como nunca se adueñan de la inmensidad, la naturaleza envuelve mis días de encierro, será porque el mundo está en silencio o porque tenemos más tiempo para escucharla.
OTRO TIEMPO
ALVARO DARIO LARA
A la memoria del artista Dany Portillo Flores
Me pide el poeta Mauricio Vallejo Márquez una crónica de este tiempo. Tiempo de reclusión, tiempo de desencuentros, pero también, acaso, tiempo luz de otros encuentros.
Hemos permanecido horas, días, en el fatigante laberinto de la desolación ¿Y qué se hicieron todos? ¿A dónde fueron? ¿Qué fue del parque, del diario escritorio, del almuerzo y del café en la ciudad inventada por la nostalgia y el amor por las cosas sencillas? Ciudad ésta de mis otras historias, tan lluviosa y querida… ¿No es cierto don Marlon, no es cierto Isaí?
Casi todos se han ido. Duermen y callan detrás de los amplios ventanales de sus propios sueños, miedos y tristezas. Y es que pocos, imaginamos, la dimensión del huracán. Ya pocos recordaban la peste de pretéritas centurias con su procesión de negros ataúdes; y la cal, y la ceniza cubriendo el dolorido rostro de los que se quedan, tan sólo esperando turno en los tenebrosos y destartalados hospitales, cárceles, campos de concentración, calles y casuchas de la ciudad del caos.
Y aquí como allá, ya no caben, ya no suenan, ya no tienen ningún valor los largos e inútiles corredores por donde transitan y se escupen, tirios y troyanos, simulando preocuparse por quienes siempre beben del cáliz más amargo de la desdicha.
Todos los que de verdad están muriendo y los que faltan por morir lo saben. Lo sabía muy bien el amigo aquel, ya amputado, ya ciego, ya fallido en su pobre humanidad de joven artista, al entrar, por última vez, al quirófano, donde la muerte, silba y silba todo el día, su canción inexorable.
No hay música dulce, entonces, ni para la vendedora de ropa, ni para el motorista, ni para el niño que pregona el periódico, ni para el albañil o el mecánico, ni para los ebrios, ni para los locos, ni para quien vende su cuerpo en cada esquina de este pútrido mundo. No hay pan. No hay leche. Ni carne ni verdura. Sólo palos, encierro, despidos, muerte, y nuevos y absurdos decretos. Que nadie acata, que a nadie le importan.
Sigue lloviendo sobre el hambre y la miseria, sobre los famélicos perros que se disputan la basura. Y no parece nada claro el panorama para los muchos de la Patria. Pero sí para otros, los que cuentan y acumulan las ganancias de siempre. Los que, otra vez, engordan sus bolsillos a costa de la guerra, la peste, el miedo y el absoluto sufrimiento de los más desposeídos.
Nadie se acerca a la friolenta república de la plaza libertad. Nadie repara en ella, con respeto; únicamente aquellos que la ultrajan y dinamitan a cada instante. Únicamente aquellos que mienten y mienten, a lo largo y ancho de sus cuatro costados.
Sin embargo, hacia algún lugar deberá llevarnos este tormento… hacia la estrella interior; hacia otro valle y volcán; hacia otro tiempo, quizás menos irracional; ojalá, menos turbulento.
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