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«Crónicas de días cotidianos». Wilfredo Mármol Amaya

Tomado del Libro inédito: Sin escapularios en los ovarios. 2012

Por Wilfredo Mármol Amaya.

Psicólogo y escritor viroleño.

NAVIDAD DE 1986. El ambiente, se vio interrumpido en medio del vaivén de las copas de los árboles que lanzaban hojas en pleno aire navideño. Repentinamente, del bus de la ruta 2, a eso de las seis de la mañana, frente a la improvisada Unidad de Salud de San Jacinto, de la puerta trasera, salen como alma que se las lleva el diablo, cuatro hombres cargando a una mujer, una quinta persona, una señora que lleva entre sus manos a una criatura ensangrentada, el cordón umbilical se arrastra sobre la acera. Ingresan a la Unidad en busca de ayuda profesional. A pesar de haber sido un hecho sangriento, los noticieros de la televisión y la prensa escrita pecaron de sordomudos. La navidad de 1986, trajo consigo una nueva criatura, también expresión del Dios de la vida, a diferencia que nació en un pesebre de lata, muy enmohecido, por cierto, mientras el chofer vociferaba, “vamos, vamos hombre, por favor caminen hacia atrás, que hay suficiente espacio para todos”

ESCAPULARIOS EN LOS OVARIOS. “Momento, esto es manipulación feminista”, musitó con el ceño fruncido y muy serio, el honorable Juez de Paz, agregando de inmediato la advertencia “no es posible cambiar las reglas sólo porque un grupúsculo de mujeres con faldones multicolores, ataviadas de bisutería barata lo exijan en las calles y en las puertas del Congreso con grandes mantas y rótulos “saquen sus escapularios de nuestros ovarios”, exigiendo, además, igualdad entre hombres y mujeres.”

El Juez, con un gesto de sobrada elegancia, volvió la mirada hacia la derecha, y expresó, Entonces, ¿quiénes tendrían la responsabilidad de administrar la justicia?, ya lo dice el dicho “cuando el Derecho entre en contradicción con la justicia, debe prevalecer la justicia” concluyó el veterano hombre del Derecho, con barba encanada y evidente calvicie, en respuesta a las palabras de inauguración de la Magistrada, durante la inauguración del seminario sobre la misoginia. Las mujeres, ahí reunidas, se regalaron una sonrisa.

RUBENIA. Los rayos matutinos llenaban de gracia los pasos de la dama, Rubenia con su mejor vestido aceleraba el camino a la escuela pública. El auditórium lucía abarrotado, una ventisca ingresó por los ventanales al unísono de la voz del señor Director, un tipo mal encarado y bastante gordo del abdomen, cuya hebilla del cinturón se le doblaba hacia adelante. El maestro del tercer grado empezó a pasar lista a las madres reunidas en el auditórium, pues no había un tan solo padre, respondían en “presente”. En el transcurso de la reunión “de padres de familia” Rubenia en diferentes momentos se mostró involuntariamente somnolienta; al escuchar el nombre de su hija, Rubenia sintió volver a la realidad, se estaba durmiendo, estaba desvelada. La noche anterior estuvo en el hospital infantil cuidando de su hija menor, quien lleva tres días de internamiento por una enfermedad en las vías respiratorias; en horas de la tarde, Rubenia participó de la clausura de su hija mayor que pasó al séptimo grado; al llegar a casa, antes de irse al hospital, hizo la cena, el desayuno y el almuerzo para el día siguiente. “señora despierte” dijo el señor Director con tono molesto, expresión que de nuevo regresó a Rubenia a la reunión, ya por segunda ocasión.

En medio del letargo del cansancio acumulado, sólo pensaba que ya había agotado los permisos personales y pronto vendrían las sanciones. Rubenia trabaja para el Juzgado de Familia y el señor Juez es severo con los descuentos.

 

DIECISEIS AÑOS. “Por favor, por favor que alguien venga al baño de mujeres, un niño está naciendo, en el baño». Esta era la expresión que a grito suelto salía del servicio de inodoro de mujeres. El fiscal, que transitaba los pasillos de litigantes, ingresó un tanto ofuscado, se colocó de rodillas, y puso sobre el suelo el Código Penal y el Procesal Penal; se subió las mangas de la blanca camisa, luego de quitarse el saco azul profundo; al poco tiempo una hermosa niña fue recogida entre sus brazos, sacó el pañuelo con el deseo de arropar a la criatura. Fue una noticia ligera en los matutinos de la mañana siguiente. La madre había llegado esa mañana a la cuarta audiencia en busca que el Juez de Familia dictaminará una cuota alimenticia mensual para sus dos hijos mayores, que con la recién nacida seria ahora tres bocas que alimentar, la vida le enseñó que no había el tal “pan bajo el brazo”, frente al abandono del padre de sus hijos, un policía de la recién creada corporación civil, de la noche a la mañana, desapareció como si nada, a plena luz del día.

La madre, una niña con apenas dieciséis años de edad no perdía las esperanzas que la justicia cobijaría a su familia, sin desestimar la vergüenza de haber sido atendidas en los baños de mujeres por un profesional de la justicia, en uno de los palacios donde suelen detenerse los procesos judiciales ante la imposibilidad de ubicar la delegación policial donde son destacados sus miembros.  La joven madre, conserva la esperanza que aun día de estos, la justicia estará de su lado y le den la buena nueva que su exmarido ha sido localizado, luego de ocho meses de búsqueda infructuosa y le adjudiquen el 20% de su salario para alimento de la familia, que ya son cuatro personas. Veremos que luz brinda la administración de justicia frente a este común hecho de la injusticia del pulgarcito de América. Veremos que resuelven los juzgados de familia y sus miembros de los equipos multidisciplinarios.

 

 

 

 

 

 

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