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¿Cuál es el camino?

Iosu Perales

Estamos viviendo en todo el mundo el surgimiento de populismos que, apoyándose en la desafección ciudadana de la política, prometen grandes soluciones a problemas complejos. El éxito lo alcanzan mediante un discurso destructivo que derriba el edificio democrático y anula la división de poderes, defendiendo en su lugar la negación de la política y de los partidos políticos.

En El Salvador no podía ser diferente. Nayib Bukele ha sabido conectar con un gran malestar nacional respecto de la ineficacia de las instituciones para resolver los problemas de la gente. Su proyecto totalitario avanza sin que desde las izquierdas se sepa poner freno a un escenario de democracia fallida.

El desplome en las urnas no significa el fin, pero si el retroceso de cuanto representamos. A la vez nos señala que nuestro proyecto político necesita ser repensado, refundado, desde una reflexión colectiva que no puede aplazarse. Lo que está detrás de lo ocurrido es una pérdida de confianza de mucha gente hacia el FMLN, algo que sólo podrá subsanarse reconstruyendo la alianza con la gente, con el pueblo. Revitalizando la organización y sus mensajes. Para ello, las dirigencias de hoy y de ayer deben ponerse en modo “escucha” y recoger críticas, opiniones y sentimientos, de la militancia y de votantes.

He escuchado muchas veces, comentarios acerca de lo inexplicable de nuestra derrota. Creíamos que nuestra relación con los sectores populares era indestructible. Pero lo cierto es que después de dos gobiernos continuados del FMLN, la brutal caída electoral que nos ha reducido a un espacio político mínimo, encuentra en la corrupción una de las claves explicativas. Otra clave tiene que ver con nuestra falta de coraje, de talento, para elaborar e implementar políticas económicas y sociales realmente alternativas. Todo lo que hemos hecho mal, debería ser motivo de reflexión y debate. Nos ha faltado hasta el coraje para abordar el asunto delicado del aborto terapéutico. La izquierda ha pasado por el Gobierno de la República. Ha pasado por encima, dejando pocas huellas ejemplares.

Ahora mismo reina la desconfianza. Nadie se fía de nadie.

Estamos viviendo un momento crítico. Perdimos las elecciones presidenciales y este hecho pareciera que aún no lo hemos asumido de manera integral. Hemos estado ciegos para no saber ver lo que fue una derrota anunciada.

Creo que ha faltado poner el foco también en nosotros mismos. Se ve que no entendimos que nuestra derrota en las presidenciales tenía que ver con el malestar hacia el partido de parte de sectores significativos. No supimos hacer la conexión entre derrota electoral y lo que ya estaba pasando en nuestra organización: lucha entre grupos con intereses. No fue buena idea dar la espalda a la reflexión autocrítica que necesitábamos hacer. La consecuencia ha sido la fractura interna. Y también la aparición de una corriente interna que parece inclinarse hacia un entendimiento con una fuerza política que se propone destruirnos.

Lo cierto es que la historia está llena de rendiciones de quienes no se resignan a ser una oposición coherente que se prepara para recuperar su peso electoral en el país, y se inclinan por tomar el atajo de sumarse a una fuerza cuyo proyecto es desconocido, más allá de su objetivo cercano de borrarnos del tablero político. Lo triste es que el juego en el que estamos atrapados se desarrolla sin reglas de transparencia y lealtad, algo que urge corregir aunque no sea nada más que por respeto a quienes dieron su vida, por un país más justo y mejor. Es lo que la ética nos reclama.

Estamos viviendo en el FMLN un momento crucial: o fortalecernos y seguir adelante, o debilitarnos desde adentro y deslizarnos por el declive. En el telón de fondo de esta disyuntiva, se encuentra una confrontación entre actitud revolucionaria y actitud conservadora. ¿Cómo se identifican estas actitudes? Lo hacen en su relación con el poder, pero también en su relación con la gente.

En los momentos de dificultad, el espíritu revolucionario apela a las más íntimas convicciones en los ámbitos de la ideología y de los valores, para llevar a cabo una resiliencia que desvela la verdad o la mentira del ser revolucionario. El acceso al poder es importante para llevar a cabo las transformaciones que se desean, pero tan importante es el cómo se llega al poder. No todo vale. No vale el transfuguismo ideológico y político, la corrupción, la mentira, la codicia que lo sacrifica todo a la rentabilidad. El poder a cualquier precio, no. La mediocridad busca sobrevivir a como dé lugar, siguiendo la afirmación de Groucho Marx “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”. Podría decirse que muchas de las células de esa izquierda mediocre están muertas.

Me llegan noticias de agrupamientos dentro del FMLN, o de lo que fue el FMLN. Cada grupo se atrinchera en su verdad. Y lo ha hecho demasiado deprisa, sin tiempo para pensar colectivamente. La aparición de listas electorales es como empezar la casa por el tejado. Alguien tiene interés en que todo transcurra muy rápido, sin pausa para pensar. Pero lo cierto es que proteger al partido pasa por organizar un buen debate, no por ocupar trincheras a toda costa.

Tenemos una crisis de ideas, una crisis de orientación y una crisis de identidad. Abordar estas crisis no pasa por pretender que unas listas electorales vayan a superar los sectarismos. Justo puede ocurrir lo contrario. Tampoco vale disfrazar la realidad desde un “aquí no pasa nada”. Lo cierto es que, en los partidos de izquierda, en casi todas partes del mundo, se va ensanchando la sima que separa las proclamaciones revolucionarias, más o menos abstractas, de las políticas cotidianas cada vez más insertadas en los mecanismos del sistema dominante. Sobre este fenómeno hay que reflexionar, por lo que tiene de amenaza de desnaturalización de nuestro partido.

¿Se ha pensado bien si lo conveniente ese ir o no ir a las elecciones presidenciales con el riesgo de blanquear la fraudulenta candidatura de Bukele?

El populismo de Bukele representa ese mismo mundo que parece lucir fuerte ante los pueblos, pero tiene los pies de barro. Sus enormes fracasos sociales, medioambientales, demuestran su enorme debilidad, unido al declive de la arcaica democracia liberal, ahora neoliberal. Su política totalitaria de detenciones y torturas que castiga a mucha gente inocente, se apoya en las bajas pasiones de una población que, llegado el momento, podría aceptar la pena de muerte. La represión debe ser siempre selectiva, no mezclando a los buenos con los malos. Pero Bukele ha encontrado en sus políticas represivas una manera de barrer a las izquierdas, de someterlas como si tuvieran que ver con las maras.

Si recuperamos el legado de la mejor izquierda de nuestros años como fuerza combativa, podremos refundarnos con nuevas y mejores expectativas. En ninguna parte está escrito que la perplejidad que nos produjo la caída electoral no pueda ser superada y vencida.

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