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¿Cuál es la Solución?

Orlando de Sola W.

Gracias a la Fundación Heinrich Boll pude leer el “Estado de Transformaciones”, de Roberto Turcios, y “La Situación de El Salvador”, escrito por Héctor Dada Hirezi. Ambos documentos son de gran profundidad histórico-analítica, pero no ofrecen soluciones a los múltiples problemas señalados, por lo que invito a ambos, y al pueblo en general, a reflexionar sobre ese tema impostergable. Mientras tanto, permítanme sugerir algunas rutas que podrían significar alivio a la presente crisis histórica.

Como toda crisis, su solución depende de nuestra comprensión de sus orígenes y componentes, que son humanos, puesto que se trata de sistemas, regímenes e instituciones humanas. Muchos de nuestros problemas son comunes a toda la humanidad, incluyendo los países llamados “desarrollados”, cuya gente consideramos más culta, sus instituciones más avanzadas, sus regímenes más equitativos y sus sistemas más justos.

Los problemas de El Salvador, como los de muchos países, no comenzaron por el sistema, el régimen, o las instituciones, sino por las personas, sus sentimientos y actitudes.

Como todo estado, el nuestro se compone de pueblo, gobierno y territorio. Pero pueblo es un término demasiado vago para explicar las diferencias y preferencias personales, así como los gobiernos representativos que no representan el bien común.

Hace poco leí “La Tragedia del Individualismo”, un interesante artículo que me hizo recordar “la tragedia del colectivismo”. No solo en lo individual fracasamos, sino en lo colectivo, pues somos seres gregarios, no anacoretas aislados del mundanal y a veces aturdidor ruido. Como seres sociales debemos cuidar nuestros sentimientos y, sobre todo, nuestras actitudes personales, que definen la vorágine que nos consume.

Algunos consideran que la solución radica en la intervención extranjera, o malinchismo, con sus variadas intenciones, intensidades y proporciones. La mayoría de intervencionistas piensa que la presencia extranjera en el servicio público de justicia, incluyendo el Órgano Judicial, la Fiscalía y la Policía, ofrece una solución aceptable. Pero ¿quién no ha sido extranjero en otro barrio? y ¿qué es un extranjero sino un humano? Su pasaporte no refleja sus vicios, ni sus virtudes.

Otros malinchistas proponen un mejor destino para el Puerto abandonado en la Unión, permitiendo que allí se instale una base naval de Estados Unidos para controlar el tráfico de estupefacientes y sus consecuencias.

Recordemos que el flujo de estupefacientes ilegales va, en su mayoría, hacia el norte, donde está la mayor demanda, por lo que algunos creen que el gobierno del mayor consumidor de drogas en el mundo debe instalar otra base militar en nuestro territorio, atenuando el desperdicio de haber invertido en un puerto que no funciona, pero cuesta mucho.

También se considera otra base naval en la Isla Meanguera, desde donde puedan controlar las aguas territoriales del Golfo de Fonseca, declarado Bahía Histórica desde 1917 porque el Tratado Bryan-Chamorro, entre Estados Unidos y Nicaragua, pretendió lo mismo.

Me parece extrema esa forma de intervencionismo, por lo que sugiero una mejor selección de funcionarios y empleados públicos para mejorar los servicios públicos esenciales, sin caer en chovinismo (del francés Chauvin), que es una forma extrema de nacionalismo, xenofobia y aislamiento.

Las instituciones, el régimen, el sistema y el desorden que vivimos son producto de personas. Nuestros sentimientos, pensamientos y actitudes moldean la Oclocracia dominante; un gobierno de muchedumbres enardecidas por demagogia. Eso puede remediarse, pero se necesita un enfoque racional.

Es un error creer que nuestro sistema de gobierno, tipificado como república democrática y representativa, puede resolver la crisis. Perfeccionar el sistema electorero no dará resultado (con mejores funcionarios, empleados y servicios públicos) porque no es recomendable perfeccionar la Oclocracia. Lo mejor es eliminarla.

Lo mejor sería devolver el poder al pueblo, para que funcione la democracia participativa. Solo así superaremos la presente Oclocracia, que depende de nuestra sumisión a los carteles ideológicos y sus partidos, por ahora nuestros representantes.

Devolver a los municipios, donde reside la gente, el poder, es lo mejor. No tienen que ser 262, como ahora. Los municipios donde reside la población, no los partidos, pueden seleccionar alcaldes que, además de representarnos localmente, pueden hacerlo en un Congreso Nacional, donde se elegirán Jefes de Estado rotativos, para evitar el presidencialismo, con pocos y eficientes empleados y funcionarios públicos, para evitar la empleomanía.

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