Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
Seis horas de trabajo. Me parecía curioso y maravilloso el planteamiento de Teodoro Herlz en su libro El Estado Judío cuando lo vi sobre la mesa de mi abuela en uno de sus libros. Ya de por sí el lograr que se trabajen solo ocho horas diarias era un logro, más simbólico que real porque la gente trabaja más que eso. Y claro, dicen que el tiempo de la esclavitud ya pasó, pero no hay mayor esclavo que aquel que siendo esclavo no lo sabe.
Laborar seis horas, cinco días a la semana es lo justo para vivir, y el trabajador se vuelve más productivo. Sin embargo nunca me había planteado que el tiempo de trabajo podría ser menos hasta que leí a Paul Lafargue, al robustecer mi idea de que el ocio es la oportunidad del desarrollo, porque nos ayuda a pensar mejor y a ser más creativos. Lafargue recomienda cuatro horas laborales, lo que da tiempo para vivir.
En tanto lo más importante del ocio es que nos deja vivir y hacer lo que en verdad queremos y no como este sistema esclavista nos muestra, que solo debemos de cumplir con los objetivos de los demás (individuales o de grupos ajenos) viendo enriquecer a otros que son corruptos, egoístas y con malas intenciones, mientras el noble trabajador pasa sus horas vegetando entre su casa y el trabajo haciendo labores mecánicas y al llegar a casa desconectarse totalmente con la televisión para darse cuenta al final de sus días que solo relleno un espacio, fue fuerza de trabajo y nunca hizo realidad sus sueños.
La gente se resigna a vivir así, a sufrir la marcación de tarjeta, a estar constantemente supervisado y obligado a hacer cosas por las que les pagan, pero que no son verdaderamente retribuidas.
Cualquiera diría que al servir en un puesto público podría ser diferente porque lo haces por un país, sin embargo los empleados se esfuerzan y sacrifican por hacer cosas que luego el ministro sale diciendo que las hizo, pero así es la política: sólo otro engranaje de la gran máquina del sistema.
¿Y los sueños? ¿Dónde quedan nuestros sueños? Se van difuminando con el pasar de los años. Los que comenzaron a escribir poesía en sus años mozos ahora lo hacen más por afición, y por supuesto son considerados poetas. Pero nunca llegarán a lograr los niveles que deberían o podrían porque viven esclavos del sistema, deben emplearse para vivir o mejor dicho para sobrevivir, porque en este país se sobrevive.
Lafargue esclarece que no busca la vagancia como forma de vida del individuo, pero sí buscar sus sueños, vivir de verdad la vida y no verse sometido a la esclavitud porque se diga que es lo política o moralmente correcto. El trabajo debe ser gratificante, satisfactorio y no una tortura diaria y perpetua hasta la hora de la muerte.