René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
Aparte de estar nutridas de olvidos, el factor en común que tienen todas las expresiones de la memoria es que, como un todo orgánico socialmente aceptado, permiten la construcción del aspecto que diferencia al ser humano del resto de los seres vivos: el pensamiento simbólico. Pero ¿Para qué revertir el hecho histórico que hace que la memoria sea un inmenso olvido? ¿Por qué es necesaria la memoria sociológica en los intelectuales? ¿Es posible cambiar los olvidos por recuerdos recurriendo a un pasado que implique la visión de las víctimas más que la de los victimarios? ¿Cómo evadir la subjetividad sin perder la postura de clase? ¿Qué implicaciones positivas o negativas tiene la recuperación de la memoria en las elecciones? ¿A todos los partidos políticos les conviene esa recuperación o a unos les convienen los recuerdos y a otros el olvido? ¿Es la memoria llena de olvidos una especie de embrujo que todo lo llena y todo lo vacía en el mismo gesto?
Estamos viviendo en un tiempo forrado con miles de millones de datos –como nunca en la historia- que sigue lleno de dudas sobre el futuro porque el pasado se niega a pasar. ¿Es esta una sociedad de los datos que se funda en los olvidos tramados por los historiadores y son selectivos por necesidad hegemónica y, por tanto, es una sociedad de eruditos carente de información? Para la sociología marxista, la recuperación de la memoria es uno de los principales baluartes para que los pueblos no olviden dónde tienen enterrado su ombligo y recuerden las luchas libertarias que los forjaron en su identidad de cambio, por lo que ambas situaciones forman parte de sus temas de estudio. Ahora bien, ideológicamente ¿Qué significa recordar para un pueblo? ¿Qué significa olvidar a propósito? ¿Qué se recuerda y qué se olvida y cómo se decide lo uno y lo otro? ¿Es lo mismo, en términos de conciencia social, recordar y olvidar? En contextos montados por la manipulación egocéntrica y reaccionaria se les puede hacer creer, a los ingenuos, que están recuperando la memoria, cuando en verdad la están nutriendo de olvidos y de recuerdos del victimario. Lo anterior implica debatir sobre la memoria, en las aulas y en las calles, adoptando una posición de clase frente al pasado, la posición de la clase explotada (aspecto elemental para todo pueblo con dignidad). En ese debate, la sociología marxista se enfrenta a la omisión histórica que es promovida por los historiadores y sociólogos de derecha que silencian a las víctimas o que redactan por ellas y para ellas el discurso de la ignominia como algo positivo y normal. Sin embargo, más que un tema de estudio o una necesidad para construir la identidad cultural y la conciencia de clase, la memoria es un derecho y un deber de los pueblos.
Los calumniadores y antagonistas de la memoria sociológica (o histórica) recurren, como argumento o coartada teórica, a: los refranes populares suicidas que hablan del tiempo pasado, del silencio y del olvido: “en boca cerrada no entran moscas”; “ojos que no ven, corazón que no siente”); los efectos perniciosos de recuperar la memoria (resucitar deseos de venganza, mejor “borrón y cuenta nueva”; “la mierda entre más se revuelve, más hiede”); lo baladí que resulta recuperar la memoria para construir el futuro, lo cual es una exhortación a la apatía social (“si nunca se habla de una cosa, es como si no hubiese sucedido” -para decirlo con las palabras de Oscar Wilde-; por tanto, no se puede desear o soñar lo que no se recuerda o no se sabe).
Como conocimiento aplicado, la memoria le importa a la sociología en tanto mecanismo para instituir precedentes ejemplares; construir con otra arquitectura la verdad de los hechos en comparación con la “no-verdad” (el derecho a saber); dignificar a los familiares de las víctimas de la represión en su derecho a luchar contra la impunidad de cara a la justicia. Pero rescatar la memoria sociológica es más que un debate sobre exhumaciones tardías, omisiones tempranas y archivos secretos de la seguridad del Estado: es construir una verdad en la territorialidad cercada por olvidos. Ciertamente, la memoria está llena de olvidos y necesita de ellos para ser tal, pero no hasta el punto en que sea un inmenso olvido. No puede ser de otra forma, porque recordar y olvidar son los hechos que nos permiten saber de dónde provenimos al formar parte de nuestra experiencia cotidiana y social.
La recuperación de la memoria implica discriminar, organizar, divulgar y teorizar más allá de los libros para que los pueblos sean libres. La intranquilidad de los victimarios hace que necesiten mirarse en el deformado espejo de la historia oficial para reivindicarse como explotadores, despreciando el derecho de los demás a la memoria, al tiempo que se aferran al “sol vivificante de sus glorias pasadas” en tanto sumatoria de guerras ganadas, masacres invictas y misiones cumplidas como signo hegemónico de su propia identidad, sobre la que levantan su presente como cimiento de su futuro.
Cuando determinada exhumación sociológica de los recuerdos arroja luz sobre quiénes masacraron y torturaron impunemente a un pueblo, la conciencia de clase encuentra un asidero sentimental que, más que ser dolor y frustración, es una demanda máxima de: reconocimiento (establecer el qué, cómo y por qué el país tiene un río Sumpul de aguas rojas, un Mozote como pueblo fantasma y una iglesia sin pastor); reparación (asumir el inalienable compromiso institucional con los familiares); y dignificación: reivindicar la memoria y a sus portadores preeminentes, nombrar a los mártires, recuperar los restos de los muertos y de los vivos, es decir no dejar en el olvido a quienes lucharon más allá de sus cuerpos. Según la sociología, de la sociedad no vemos sus fotos ni sus símbolos, vemos nuestros recuerdos con las gafas de los olvidos, ese es el origen de la nostalgia. Y es que cada persona ve en los espejos de su casa la imagen que le refleja su particular combinación de conocimiento, conciencia y cinismo.
La memoria solo se recupera a través del reconocimiento de los olvidos, porque olvidar es una forma de recordar desde el lado oscuro. La derecha cuenta su historia como continuación de las lecciones dadas al pueblo (por eso Izalco es emblemático para ARENA); la izquierda debería contar su versión, pero teniendo claro que la memoria se recupera junto a las personas que construyeron, ayer, los recuerdos del hoy, no se trata simplemente de conmemorar fechas.