Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Nada me ha dolido tanto como aquella vez. Había trabajado en ese poemario por varios años, tantos que me sentía tan profesional y serio. Sin embargo, mi trabajo en un matutino me demandaba tantas horas entre viajes y trabajo que al llegar a casa raramente deseaba continuar escribiendo.
Me levantaba a las 3:00 de la mañana, y procurando no despertar a nadie bajaba a mi estudio y comenzaba la maravillosa jornada de poeta hasta que sonaba la alarma de las 6:00 que imponía dejarlo todo para correr al trabajo. Así eran cinco días a la semana, así que sábado y domingo eran para escribir desde temprano. Requería tantos sacrificios que llegue a amar ese poemario hasta la saciedad.
Un día mi alergia me tomó desprevenido y caí en crisis, gracias al aire acondicionado. Me dieron incapacidad no recuerdo por cuantos días.
Estando en cama y sintiendo como si tuviera una bolsa de plomo sobre los hombros me dio por levantarme y dirigirme al estudio. Quería avanzar en el poemario. Ya llevaba más de 50 poemas y me encantaba el rumbo que tomaba, sobre todo unos que le había escrito a mi padre. De pronto sonó el teléfono, me levanté a contestar. Pero antes quise dejar grabado lo que había hecho, di un click al ratón y recibí la llamada.
Cuando regresé a la computadora la página estaba en blanco. No sé que hice, pero no logré recuperar nada. Recordé las cosas que me hablaba don Luis de la Gasca, quien tuvo problemas con su pareja un día y le rompió todos los poemas que había escrito hasta ese momento. Don Luis incluso buscó la ayuda del doctor César Zuniga para que a través de la hipnosis clínica volvieran a surgir los versos. Me quedé petrificado frente a la pantalla.
No recuerdo a cuantos primos y amigos expertos en computación llamé ese día, sin darme cuenta la fiebre y el malestar se hicieron más grandes y el poemario estaba perdido, era irrecuperable. Me levanté y me dirigí al jardín. Observé los bonsais que cuidaba en esos años y solo pude respirar.
Era 2002 cuando eso pasó. Entonces me dediqué a escribir cuentos, artículos, ensayos y a leer. La poesía me había cerrado la puerta, al menos eso me quise hacer creer. De vez en cuando surgían algunos versos, pero nada de largo aliento. Hasta que en el 2008 comenzó de nuevo ese deseo incontenible por escribir. Ahí no hubo reparo y con la experiencia de aquel día fui más cuidadoso con lo que hago. Siempre escribo en papel, hago anotaciones, correcciones, comentarios y desde entonces he procurado que la puerta se mantenga abierta y que un click no se convierta en mi enemigo.