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CUANDO MI PADRE SE FUE…

José Fidel Santacruz: Escritor salvadoreño. Nació en Ahuachapán, physician en 1939. De formación autodidacta. Ha publicado: “A un paso del amor” (novela corta, health 2000), no rx “Cartas y poemas desde California” (poesía 2004), ““Esplendor otoñal” (poesía, 2006)  y el testimonio literario “Diario de un Cuidador de Alzheimer (2013). Es una de las voces más genuinas y sentidas de las letras salvadoreñas.

 

“Hay golpes en la vida tan fuerte… ¡Yo no sé!

                                                        César Vallejo

 

                                                               A Álvaro Darío Lara

Cuando mi padre se fue al norte yo tenía 8 años

¡Qué falta me hizo papá!

Sentí la ausencia de pájaros cantores

En los bosques de sueños de mi niñez.

Fue como una herida en los ríos solitarios

La sangre de los recuerdos nunca se marchitó

Se extendió a lo largo de años sobre mares de nostalgia.

Antes de cumplir los 9 años se fueron mis tíos

Esta vez comprendí que las heridas se suman unas a otras

Se enredan entre las zarzas del alma

Nos atraparon en las llagas del dolor y la tormenta.

Aprendimos  a llorar en el silencio y reír en las tinieblas

Aprendimos a vivir con las heridas

Con las lágrimas marchitas detrás del corazón

Con el miedo de perder la alborada del mañana

De perder lo que nunca tuvimos.

Aquel año aciago de mi vida que despedimos a mi padre

Lloramos sin temor que se desbordaran los ríos de lágrimas

Estábamos agarrados y llorando con mamá y mis hermanas

Mi dolor fue el dolor que mi padre sintió al separarse de nosotros

(Y su dolor no fue menor al nuestro)

¡Oh, nunca quisiera volver a tener 8 años!

¡Fue el dolor más grande de mi vida!

Es el pesar que nunca superé a mis 40 años

¡Dentro de mi alma vive el niño llorando la ausencia de su padre!

Fue como un río de alegría que de pronto se rompió su cauce

Cayendo a profundidades abismales

Entre las ascuas doloridas,

Sin los ecos sonoros,

Sin los vientos flamígeros que alimentaran tus fuerzas contenidas.

La vida trabajosa de mi madre

Terminó de romper el cauce devastado

En los abismos de la vida.

No tengo una idea cuanto tiempo duró mi niñez

Si terminó a los ocho, a los diez, a los doce años

Sólo tengo una sensación incontenible y permanente

La sensación del niño que perdió para siempre

Su juguete más querido,

El pesar de no recuperarlo nunca,

Vive como el tañido de lejanas campanas.

En la penumbra se distancian los recuerdos

Sin vecinos, sin pelotas, ni tardes deportivas

Explosiones de noches apagadas

Funerales sin pan, ni cementerios.

1980 callaron las cigarras

Los fusiles imponían el silencio

Un silencio de celdas y de tumbas

Un silencio de noches prolongadas

Un silencio de días sin futuro.

Fuimos linde en el filo de la guerra

Nadando entre dos aguas revueltas de cañones

Huyendo asustados de la casa a la escuela

O escondiendo nuestro cadáver cuando de la escuela huíamos a casa.

La casa estaba en ruinas y silenciosa

Los sillones y colchones perforados por las bayonetas

Porque un día pasaron soldados con alardes de conquistadores.

El hambre y la muerte rondaban por las paredes manchadas de sangre

Con el pavor en el alma pero exaltada de entusiasmo

Cuando escuchábamos las canciones de los Guaraguao,

De Bob Dylan, de Pete Seeger o Mercedes Sosa.

Pero los Guaraguao fueron nuestra pasión

Cuando abandonábamos los recintos de nuestra niñez

Nos convertimos en clandestinos en nuestra propia casa

Para escuchar nuestras melodías.

Madre nos amenazaba por aquellas canciones

Por  la sonoridad de nuestra risa

Por la alegría juvenil,

Por la ropa juvenil,

Por el hecho de ser jóvenes en un país en llamas

Debíamos callar, reír a escondidas

O jugar a escondedero con la muerte.

¡Oh Juventud, juventud!

Fue un delito perseguido por máscaras sagradas.

Pobre madre cuando escuchábamos sus congojas razonables

Cuando juntos compartíamos el pan cotidiano

Veíamos el rumbo catastrófico y sangriento de los años

Veíamos los cambios del color

Que tomaban los cabellos de mamá y nos decíamos:

A pesar del amor…

Nuestros caminos son diferentes

Lloraba el niño que se alejaba de mí

Dolorosa y cruel aquella despedida.

Así murió nuestra niñez

Y renacimos en medio de profundos cataclismos

Entre roca y sangre regada por la hoguera

Murió el niño entre las explosiones

Entre combates de aquella guerra cruel

Entre las tinieblas que dejaban las explosiones

Oscuridad y silencio funerario

Sólo detonantes bombas, fusiles, metrallas… Muerte.

Y la adolescencia fue más efímera

Se esfumó entre el terror y la muerte

Entre los confines destruidos de la aurora

Sin dejar de ser un niño, el joven

Se convirtió en adulto imberbe.

Otros fueron a los fondos más abajo

Y llegaron a las profundidades del cieno

Alienados a crueles experimentos

Era el nuevo germen creado

Clonado de aberrantes venenos:

Drogas, alcohol y sangre.

Fue como la simiente que germinó en las esferas,

Cargadas de infernales erupciones

Doblegadas al calor legendario de pléyades mortíferas.

La vida le pareció más risueña

Porque abandonó la casa y los estudios

Olvidó a su padre que también se fue al norte.

Con la droga se acostaba y se levantaba

Con la droga recorrió los suburbios

Con la droga olvidó y le sonrió a la vida

Pero su vida y su futuro fueron inciertos

Su felicidad fue como una máscara de maldición

Y de muerte prematura.

La vida ahora es más cruel y desolada

Que en tiempos de la guerra armada.

En tiempo de las grandes batallas populares

Al menos te identificabas organizado con un ideal.

Ahora vales mucho menos que una rata

En medio de vándalos impunes

(Por intereses poderosos y oscuros)

Te aplastan como a una simple lombriz

Ni siquiera llegas a ocupar un número entre las víctimas

(Salvo cuando hay elecciones eres “importante”)

 

Hace muchos años cesaron las angustias

Los ríos de mi rostro se volvieron lejanos recuerdos

Aquel “hombre ideal” sólo vive como una obsesión dentro de mí

Como algo que perdura en los lejanos hilos de la evocación

Unas veces florecen como los viejos caminos de otros años.

El nombre vive; el hombre muere en el ocaso atroz

El niño vive en las insondables regiones del hombre.

Vive el clavel aromado de recuerdos en la distancia del niño

Y vive el claro del alba, en las profundas aguas del amanecer

Que nunca trascendió el crepúsculo.

Las ramas marchitas de los años

Envejecieron en el polvo angustiado del recuerdo

Y su presencia flageló mis sueños de esperanza

Se quebraron las luciérnagas heridas de la noche

Y nacieron en mi jardín los claveles aromados de la primavera

Pero aquellas mariposas que capturé en mis sueños

Se fueron diluyendo como arroyos de ilusiones.

La vida se derrama cada día entre los golpes amargos

Te deja congelado en los recuerdos

En los ríos que derraman gorriones de esperanza

Viajas por todos los senderos del tiempo

Y te hundes en el inmenso mar de las realidades

El espejo interior te señala un pasado

Una larga ruta que arrastra hacia el niño

Lo acaricias y te ríes hasta que se rompen los espejos

Miras hacia delante y el mundo se te presenta

Real y puro para conquistarlo

Sólo que el método y las armas serán diferentes.

Muchas veces nos preocupamos por los demás

Y nos olvidamos del yo incapaz de librar su batalla interior

Queremos corregir a los que nos siguen

Sin ver la montaña de problemas que arrastramos

Queremos ser jueces de los otros

Pero no de nosotros mismos

Buscamos la claridad de la vida y del mundo

Y nuestra vida es un infierno con explosiones diluvianas.

Tomado de:

“El Último Crepúsculo” (inédito)

Categories: Suplemento Tres Mil | 3000
Tags: Poesía
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