Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
En las últimas décadas, la costumbre de desvelarse por razones de trabajo, de estudio, de “diversión” o simplemente por mal hábito, se han vuelto bastante comunes entre nosotros. Atrás quedó la época en que nuestros padres nos enviaban a la cama a las siete u ocho de la noche como máximo. En ese tiempo se tenía la convicción que los niños debían dormirse temprano, ya que al día siguiente cuando los primeros rayos del sol aparecían, tenían que cumplir con la asistencia a la escuela, al colegio, y para ello, deberían estar listos y bien descansados.
Ahora, con los cambios en los ritmos laborales, los niños apenas alcanzan a ver a sus padres durante el día. Y ya en la noche, después de las copiosas cenas, la tertulia familiar se alarga más allá de lo prudente. El resultado: padres que corren a toda prisa para llegar a sus trabajos, y niños que frecuentemente acumulan y acumulan atrasos en sus respectivos centros escolares. Hasta las mascotas sufren el efecto del desvelo al que les someten sus acelerados amos.
Muchos ahora padecen del terrible insomnio. Han logrado acomodarse entre las sabanas, pero no pueden dormir. La mente, entonces, comienza a efectuar un estéril recorrido por aspectos que no pueden ser ya modificados, porque pertenecen al pasado reciente o al enigmático futuro. Y vienen las miles de vueltas. Todo irrita: los ruidos de la calle, el ladrar de algún perro, las voces de los vecinos, los automóviles, los zancudos, todo… El asunto es que nada de esto es, en verdad, importante. El nudo crucial del problema, radica en que no somos capaces de aquietarnos, no podemos parar a la mente. Con esa dosis de tensión es imposible dormir.
Aunque las horas que una persona necesita para reponerse, pueden variar en función de la edad, la condición de salud, y otros aspectos, lo cierto es, que siguen siendo importantes y recomendables, las ocho horas que pregonan los galenos.
Sugerimos algunas recomendaciones que pueden funcionar: 1. Mantener un horario habitual para irse a la cama 2. Beber un vaso de leche tibia, un té caliente, o una bebida relajante (no alcohol, ni café) 3. Cenar frugalmente. 4. No realizar deporte en horas previas al sueño 5. Tomar un baño tibio antes de dormir 6. Apagar los teléfonos móviles, la televisión u otros distractores tecnológicos 7. Efectuar ejercicios de meditación, relajación u oraciones espirituales. 8. Evitar los somníferos.
Nada más perjudicial que llevarse problemas emocionales, laborales o de otra índole a la cama. El sueño es sagrado, y su poder regenerativo, maravilloso. El dormir nos restaura, nos retorna al buen humor, nos hace más agradable la vida, nos llena de optimismo. En lo posible: nuestros horarios laborales no deben destruir nuestro sueño.
A la hora de dormir, tomemos el consejo de Mario Roberto Ramírez Chávez: “Deja en paz tus pensamientos… Obsérvalos, como nubes que pasan…” ¡Que así sea!