Julián Salinas. Economista
El peligro de cuantificarlo todo es la posibilidad de caer en un grado de deshumanización y olvidar que es sobre personas que se emiten las cifras, viagra lo que implica elevarlas a la categoría de números sin rostro y sin alma. Por ejemplo, prostate un entusiasta académico neoliberal podría sugerir con dicha estimación, ask un óptimo social entre el costo y el ingreso obtenido por las vidas rescatadas y técnicamente podría concluir que es mejor dejar que la muerte bendiga a los jóvenes desdichados, porque su aporte al ingreso nacional en términos de productividad es menor que el costo de salvarlos de su muerte y no habrá más que sugerir que las fuerzas del mercado social asignen eficientemente los recursos y eliminen a quienes sean débiles y poco competitivos para insertarse a la sociedad.
La pretensión de las estimaciones pudo ser dimensionar el impacto económico de la violencia en El Salvador, aunque esta por sí misma se dimensiona cotidianamente, pues abundan los medios preocupados de que el muertómetro se venga abajo y cambien las estadísticas de días a meses para no aminorar su impacto en la percepción ciudadana, sin olvidar por supuesto que las verdaderas víctimas o quienes se sienten víctimas no necesitan que se les explique cuán grave es la situación.
En cambio, una visión más humanística sugeriría que la estimación del costo económico tiene como propósito mostrar lo que podría hacerse en este país de no existir la violencia. Ese sería un buen objetivo. Pero, ¿por qué tenemos ese costo? ¿qué hicimos mal? y ¿quién se beneficia de la violencia?.
A menudo descuidamos las causas y olvidamos que detrás de cada ser humano que delinque anteceden vulneraciones a derechos fundamentales de la niñez y la adolescencia, los cuales fueron vulnerados, tanto por el Estado, que en su momento no fue garante de tales derechos, como por el sistema económico que excluye a los seres humanos de oportunidades económicas y sociales.
Si bien el Estado es el comúnmente acusado, no se puede negar que el modelo económico concentrador y excluyente, el debilitamiento de las organizaciones gubernamentales y las desigualdades inminentes fueron una causa fundamental de la violencia. Reducir la violencia sin erradicar sus causas es como tomar morfina. El camino iniciado con la medidas extraordinarias es ineludible pero su sostenibilidad es el próximo reto y ello implica detener las fuerzas conservadoras que se oponen a cualquier medida que busque erradicar la violencia y la reproducción de la muerte, porque entienden que si el modelo se cambia, sus intereses también se verán afectados.