Cuarentena o Retiro Espiritual
Wilfredo Arriola
De eufemismo en eufemismo se va la vida. Hemos pasado más de 60 días en cuarentena, dándonos cuenta de nosotros mismos, enterándonos a qué dios le rezamos si es al que concede la divinidad o al dios que lleva nuestro nombre. Cada uno ha tomado su tiempo como mejor ha podido, en su probabilidad el primer mes, fue el más entregado, cuando el miedo y la prevención nos inundó a todos. Decidimos hacernos cargo de nosotros mismos de una manera diferente, no en cuanto a formas económicas, no en cuanto a qué ropa lucir o de qué tema conversar. Nos hicimos cargo de nuestro silencio, de nuestro alrededor.
Tarea que no es fácil, desempolvar un pasado, mover las cajas donde guardamos lo que venimos postergando desde hace tiempo, no volverlo a ver, como si eso desapareciera las cosas, siguen ahí, nos miran desde otro perfil, y no hay nada más susceptible que sentirse observado sin saber de donde te miran. Llegamos a ese lugar, están los sucios espejos que retratan una memoria, sillones con las negras coderas del polvo del suelo donde caímos, y que a fortuna nos levantamos. En muchos casos siguen ahí, esperando que las bisagras de esa puerta anuncien que hemos regresado, no a placer sino por la obligación de aceptar lineamientos de las leyes del país donde vivimos. Encontrarnos. La cuarentena se origina con formalidad en el siglo XIV (Italia) para poder combatir la peste negra que arreciaba en ese momento, esta disposición obligaba a las personas provenientes de Asia, en las diferentes vías (marítimas o terrestres) a guardar un tiempo prudencial, para contrarrestar la crisis. “Quaranta giorni” de tal forma, eso daría luz a saber que las personas no estaban infectadas y poderlas aislar.
En la actualidad la disposición de la cuarentena ha sobrepasado los días que se
originaron en aquel momento, y es de acuerdo con el grado de incubación de la enfermedad,
y como todos ya sabemos, es larga, excediendo aquellos
parámetros del pasado. Nos ha devuelto a nuestra intimidad.
La suerte ha estado echada, y no todos corremos con la misma.
Desde sufrir la ansiedad de
saber contagiados a los nuestros, de penar el dolor de un
ser querido que se lo ha llevado las garras del destino, atravesado por la pandemia,
y la no remota idea de que uno mismo sea víctima del tema del que todos hablan.
El fuego, si
quieres, puede
quemarte, y visto desde otro ángulo, ilumina.
Siguen pasando los días, días que en muchas ocasiones
no han ostentado la calidad de memoria,
pareciera ser que un día de la cuarentena serán todos los días juntos, porque hablaran de lo mismo.
Nos podemos referir a uno de estos en masa, diciendo: yo me dediqué al sano oficio de seguir olvidándome de mi, a reparar mi casa, a tomar clases por internet (si es que se tiene la posibilidad de tenerlo), a esculpir mi cuerpo, a que mi mascota me quiera más o se canse de tenerme. Podemos incluso restablecer vínculos con nuestra pareja o darnos cuenta de qué tipo de relación llevamos, es tan relevante, incluso saber, si somos padres o simplemente pagamos el precio económico de serlo. El silencio, la intimidad nos debela. No todos estamos preparados para que las circunstancias nos digan, este eres, y lo peor del caso sería, no ser el que se encargue de negarlo, saber aceptar corta el listón para comenzar una nueva vida.
Un retiro espiritual, como concertar una cita con uno mismo, que sea necesario. Una rendición
de cuentas personal, ¿podemos cambiar la cuarentena por esto? ¿por un retiro espiritual? Marguerite Duras, acusa: “Se está solo en una casa. Y no fuera, sino dentro. En el jardín hay pájaros, gatos. Pero, también en una ocasión, una ardilla, un hurón. En un jardín no se está solo. Pero en una casa, se está tan solo que a veces se está perdido”. Se vive para encontrarse con el mundo, para tener el descaro de saber quienes somos. El azar y la sorpresa nos vuelve susceptibles, para bien o para mal. Volvamos a aquella habitación, los sofás, el espejo del pasado, la ventana del futuro, la candela a medio camino, la alfombra manchada de huellas de gente que ya no está, que ya no estará. Los cuadros que te sugieren el ánimo, unas bolsas apiladas en un rincón, con un nudo no para amarrar si no que aconseja el suicido de la bolsa, porque será rota. Lo olvidado. Unas telarañas que son una forma de resistencia de lo que uno no quiere tratar. Una mesa de noche condenada como su nombre lo indica, a la noche, a su oscuridad. Postergar el dolor y la incomodad, se ha convertido en nuestro día a día. Agobiados con tanto, el trabajo, estudio, las reuniones después de la jornada. Los fines de semana en cualquier parte, los asuetos, la navidad. En fin, todo para no darse cuenta de uno. Muchos hemos tenido una cita con nuestro nombre, nos han invitado a nuestra propia habitación. Lo que hemos visto, a solas, nos define. Quizá quisimos huir como siempre a la sala de estar, para seguir perdidos en el mundo del internet o la televisión, y dejar a un lado aquello que los compone, nuestro espíritu. Yehudá Ben-Temá decía: El descaro [lleva a la persona] al infierno; y la vergüenza, al paraíso.”