Cuatro de copas

CUATRO DE COPAS

Por Wilfredo Arriola

No se alegró de mi desgracia y eso la hacía jodidamente una buena persona, pensé; pero luego reparé en que sí no le alegraba mi desgracia en ningún momento se sintió conmovida por mi felicidad y eso me convertía en alguien irrelevante en su vida, en un cuatro de copas, es decir, en nadie, algo que no lo repara ni la educación.

La indiferencia reinaba, peor que los que atacan por la espalda son los que no se cubren el rostro para disparar sus verdades. A quema ropa. No lograba captar su atención, se me salía de las manos, no se acomodaba en las mías, querer hacerse un espacio en donde no nos esperan es igual de letal que quedarse donde ya no nos soportan. Pero uno se empecina en ponerle la luna al sol y hacer de lo irremediable un eclipse, de esos que suceden a los años, como lo era yo para su vida, innecesario, una lámpara donde ya existe la luz.

La dignidad apuesta, a veces, por jugarse el último resabio de entereza, en ese camino como en toda forma de dolor, reside esa cuota de belleza, de jugarse el todo por el todo y quedar —en serio, sólo— como la dignidad del derrotado que aún en su condición no se vuelve cínico. Admirable. A pesar de ese aluvión de impases, de la zozobra que dejan las causas perdidas y volver siempre volver.

Lo peor, se dice, que lo contrario del amor no es el odio si no la indiferencia, de no reconocerse en otra alma, o que aquellas donde resonaban nuestras palabras ahora ya no existe eco que repita lo que decimos, y quedarse vacío. Reinventarse no es asunto fácil, aunque en muchas ocasiones no hay otro camino más que el maquillar el pasado y ponerle esa cara, una nueva o desconocida a lo venidero. Pasar de ser un cuatro de copas a ser ese as que se impone, creérselo desde adentro, para ser comprendido desde afuera. Las mejores partidas no siempre conllevan una victoria, hay algo de loable en la perdida, en el empate, porque es notorio reconocer entre tantos, aquel que nunca se labró sus victorias por la manera en que celebra sus aciertos. “Señor que vas a caballo y no das los buenos días. ¡Si el caballo cojeara, otro gallo cantaría!…

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