Iosu Perales
De nuevo, la propaganda anticubana, tras sesenta años de bloqueo y en medio de una pandemia global afila sus garras para tratar de someter a la revolución y derrotarla. No es la primera vez ni será la última. Ahí están Colombia e incluso México con sus asesinatos políticos diarios, pero lo que interesa es acosar a Cuba. Es la isla el objetivo de quienes buscan a toda costa apoderarse de su territorio, de su riqueza natural, de su sistema de hoteles, de sus ingenios, de su patrimonio, de sus universidades. Cuba no es un paisito que se cae de pobre, sino que es una república con potencialidades enormes, como lo demuestra la esperanza de vida, de las mujeres de 80,71 años y de hombres de 78,73. Un dato que demuestra su resiliencia heroica. En El Salvador la esperanza de vida es de 78,73 en mujeres y 68,23 en hombres.
El dato indica que Cuba no se muere de hambre. Pelea por sobrevivir a un bloqueo obsceno, pero las necesidades básicas se cubren cada día gracias a la dimensión comunitaria de su modelo.
Más allá de los matices, debemos defender el derecho de los cubanos a decidir su destino. Cuba es un país soberano y ninguna potencia debe inmiscuirse en sus asuntos internos. Mucho menos puede hacerlo quien en nombre de la democracia pisotea los derechos humanos, organiza guerras y es líder en la historia de las conspiraciones golpistas y el sostén de dictaduras. A partir del principio de defensa innegociable de la soberanía de Cuba para decidir su modelo económico y político, en la izquierda sí podemos y debemos repensar sobre numerosos aspectos que se refieren a la experiencia de la revolución cubana. Hacerlo con transparencia y con respeto es la primera condición para declararse solidarios, no críticos posmodernos ni simples aduladores.
En Cuba, como en cualquier parte del mundo, el problema de la participación ciudadana en la vida social y política es una cuestión dinámica. Cualquiera que viaje a la isla puede percibir ya un conflicto generacional. La tercera generación nacida en la revolución no tiene la referencia del pasado del mismo modo que sus padres y abuelos. La tiene indirectamente a través de los medios educativos, de comunicación, de la familia, de los organismos sociales y políticos del Estado, pero no es una referencia nacida de la experiencia propia. La despolitización de muchísima gente joven es un hecho, al igual que su rechazo a las tutelas y su crítica a las limitaciones derivadas de los escasos recursos. Sus necesidades culturales y espirituales son nuevas si las comparamos con las de sus mayores; hay deseos incontenibles de abrirse al mundo, de conocerlo directamente, de contrastar sus vidas con los jóvenes de otros lugares. ¿La gente joven quiere una transición? Yo creo que sí. ¿Una transición hacia dónde? Hacia una sociedad que sin poner en peligro lo ya logrado, le permita viajar, comunicarse, asociarse, acceder a otros mundos y miradas, a otros libros y obras de arte, a otras realidades y a otros modelos.
Pero esta misma juventud defiende su soberanía nacional y cuando se trata de defender al país ahí está, en las calles, movilizada en los centros de trabajo y de estudio. La propaganda del imperio trata de adjudicar a la juventud cubana un deseo colectivo de acabar con la revolución, pero no es así, lo que la gente joven quiere son nuevas oportunidades dentro del sistema que les ofrece formación gratuita y sanidad gratuita. ¿Qué hay de subversivo en ello?
Se crítica a Cuba porque su democracia no es homologable con la democracia representativa europea, por ejemplo. Pero dejando a un lado que toda comparación debe hacerse con países de su entorno continental, lo cierto es que las democracias liberales son en buena parte una fachada que oculta lo más significativo: es el poder del dinero lo que manda en la gobernanza del mundo capitalista. De facto, a Estados Unidos no se le ocurre cuestionar la legitimidad del modo de gobierno en China. El país asiático es demasiado fuerte y su partido único no parece molestar en el mundo de los negocios. Otra cosa es Cuba. Con la revolución cubana todo ataque es válido. Todo es un asunto de correlación de fuerzas, no es moral.
El bloqueo debe terminar como paso previo a una mejora del sistema de representación en Cuba. No porque lo pida Estados Unidos, cuyo sistema está podrido y su bipartidismo esconde una realidad: republicanos y demócratas son las mano derecha e izquierda de un sistema dominado por el dinero. Se hace mucha demagogia y manipulación con la democracia liberal. Y es que hay muchos países en los que la votocracia es el velo que disimula las violaciones de derechos humanos. Dicho esto, estoy de acuerdo en las palabras de Eduardo Galeano al decir: “La apertura democrática es más que nunca imprescindible. Actuando como si los grupos disidentes fueran una grave amenaza, las autoridades cubanas les han rendido homenaje y les han regalado el prestigio que las palabras adquieren cuando están prohibidas”.
La defensa categórica de Cuba y su derecho a construir un modelo económico, social y político particular, incluye su derecho a mejorar sus estándares democráticos. Al ritmo y de la manera que los cubanos quieran. El hecho generacional puede chocar antes o después con una organización social y estatal que en lo sustancial sigue en manos de “veteranos” que han venido dando respuestas unitarias a necesidades que reclaman espacios más abiertos. Lo cierto es que Fidel ya no está, pero la Cuba revolucionaria sigue en pie. Los predicadores, los adivinos, pronosticaban la caída de la revolución. Pero Cuba no es el Este de Europa. En Cuba hay una continuidad de la conciencia. Hay una consciencia colectiva y personal que no hubo en países del Este de Europa.
A pesar de los pesares no hay en América una sociedad más igualitaria. Por nacer –y antes de nacer- todo cubano tiene asegurado de por vida, salud, educación, seguridad social, cultura, deporte, vacaciones, y una diversidad de oportunidades. El Estado, desde su marcada voluntad de equidad social ha buscado siempre, aún en medio del “período especial” que los derechos no pierdan su vigencia práctica. En plena crisis ha habido escuelas y hospitales para todos, lo que es extraordinario en un continente donde millones de personas en estado de enfermedad se ven abandonadas a su suerte. Dicho esto, es verdad que en Cuba la inclinación a la desigualdad, entre quienes viven con dólares o con pesos, entre quienes trabajan en empresas mixtas o estatales, entre quienes labran el campo y quienes obtienen los beneficios del turismo, etc, es una realidad. Pero como decía Galeano, Cuba no es un paraíso. Mucho menos un infierno.
Hoy la dirigencia cubana acepta que, entre los valores de la igualdad, la libertad y la justicia, hay una colisión permanente, y de lo que se trata es de lograr el mayor equilibrio posible. El igualitarismo maximalista ha caído. Y lo ha hecho empujado por reformas económicas que conducen a Cuba a un escenario desconocido repleto de preguntas.
Por otra parte, el deseo de consumo, particularmente entre los jóvenes, constituye un valor nuevo que plantea enormes dificultades a una estructura económica de recursos limitados. Ello hace posible el peligro de que las miradas se dirijan hacia aquellas sociedades que presuntamente pueden responder a sus demandas. No hay que olvidar que el propio turismo se erige en un escaparate cotidiano que exhibe abundancia. Asimismo, otros valores vinculados a la idea de dinero fácil se acumulan y se despliegan en torno a la industria turística.
La situación económica emergente modifica asimismo el paisaje social. El cubano y la cubana de a pie se encuentran aún en un proceso de adaptación. No es tan fácil aceptar que un extranjero pueda comprar cosas que son inaccesibles para los locales o montar negocios que los cubanos no pueden legalmente. No obstante, la legalización de actividades privadas, como los famosos paladares, y más de 150 oficios que pueden desempeñarse bajo el estatus de trabajo autónomo, unido a la liberalización de los mercados campesinos, además de ser un acierto gubernamental abre a los cubanos un camino lleno de incentivos. Medidas que probablemente se extenderán todavía más por la propia dinámica económica y las nuevas demandas de los consumidores.
La revolución cubana ha sobrevivido porque no llegó desde arriba ni se impuso desde afuera. La hizo la gente. Esta revolución se hizo fuerte debido a tres hechos principales: hizo a la nación cubana; trajo la emancipación de la población negra, aunque persista cierto racismo en segmentos de la población, y logró un gran consenso en la isla. Frente a Cuba, en las costas de Florida y en Europa, los enterradores esperan con la pala en alto. Entre ellos destacan gentes que se dicen demócratas, pero en realidad son serviles al imperio. Todos ellos tienen huellas que borrar. A veces pienso que Cuba es para el Imperio como el esclavo que se escapó de la plantación y al que hay que azotar en la plaza pública para escarmiento de los demás. En esa lucha desigual la conciencia de nacionalidad cubana es un valor sólido en estos días, pues alimenta el principio sagrado de la soberanía nacional y la autodeterminación.
Seguirá la campaña. Seguirán diciendo que hay miles donde solo hay cientos. Dirán que hay multitudes donde no llegan a mil.