Ni plazas ni calles con tu nombre. Ni efigie donde ponerte flores. Alejado de la frialdad de las estatuas. Distante de mármoles y bronces que, inertes, ha de erosionar el tiempo. Tus ideas multiplicadas en los hombres, ese será tu monumento.
Aborrecías cualquier asomo de culto a la personalidad, cualquier exceso de veneración, porque es cosa de grandes parecer no serlo y dejar atrapadas las glorias, sublimes o épicas, en pequeños granos de maíz. La continuidad está en plantarlos.
Soy de las que imaginó, al menos una escultura, vestido de guerrilla, trepado sobre cualquier montaña de la Sierra, con la vista posada allá bien lejos, dicen que en el futuro. Allá donde solías ir y volver.
Mientras duró tu peregrinar por cada sitio que antes bautizara de libertad la caravana, se fue haciendo mayor el mito de la inmortalidad, de la presencia eterna, sin encumbramientos o idealizaciones que olviden el material con que se hacen los héroes: carne y hueso. Se fue haciendo más claro cómo un hombre se hace pueblo, cómo la historia lo reverencia y cómo sus ideas, todas, nacen de lo justo.
Y se me fue haciendo menos necesario ese espacio singular donde adorarte.
A fin de cuentas, milimétricamente diseñado, no existirá, más allá de esa roca con un corazón de cenizas tuyas. Pero existirá Cuba, toda amplia para echar tu suerte, con cada una de sus esquinas y calles para recordarte.
Cuando veamos una concentración inusual o una cola extendida nos preguntaremos si es que vas a hablar; cuando sepamos de alguna injusticia o de alguna respuesta dilatada diremos que en tu tiempo, eso no habría ocurrido, al menos si tú lo sabías; cuando queramos ir a la raíz de los problemas, entenderlo todo, y arriesgarlo todo por salvarlo todo, diremos que eso era lo que hacías. Y seguirás naciendo en todo aquello que nos sea fatuo, en cada obra perfectible que nos dignifique.
Desde mucho antes de tu partida, muchos eran los que, colgados a tu cuadro en la pared, te pedían milagros como se le pide a un Dios, o le pedían a un Dios que te cuidara, que te diera salud y vida larga, porque tu existencia era un anclaje para la fe. Ahora habrá poco que pedir y sí mucho por hacer. Y los «milagros» habremos de construirlos con las mismas manos.
Decía Raúl Torres en su canción, himno de estos días, que se había visto cabalgar «delante de la caravana, lentamente sin jinete, un caballo para ti». Y a caballo anda Changó, ese orisha de la fuerza y la justicia que festeja la religión Yoruba, justo cuando decidiste darle vida de guerrero a una roca.
No habrá escuela, hospital o avenida con tu nombre. Un país será tu monumento. Un país echando palante.