Ralph M. Lewis, F.R.C. (No. 3)
(Pasado Imperator de AMORC, De la Revista– El Rosacruz Septiembre de 1953)
El hombre primitivo y la fuerza de la vida
Retomamos ahora el tema que -por las celebraciones de Navidad y Año Nuevo- quedó pendiente con este mismo título, y para empalmar con lo anterior, lo repetimos aquí, la última parte que decía así:
“El hombre primitivo pensó que si la fuerza de la vida es divina, tiene que cumplir un propósito muy superior a solo dirigir las funciones orgánicas del cuerpo. Independientemente de la forma como concibiese a lo Divino, se dio cuenta que él posee una inteligencia superior, y al paso que fue desarrollando su autoconciencia, aumentó su autodisciplina. Empezó a sentir fuertes reacciones emocionales ante ciertas fases de su comportamiento. Se dio cuenta de que algunos de sus actos le permiten experimentar placer, pero que ciertos placeres no tienen nada que ver con sus apetitos. Vio que algunas sensaciones son mucho más sutiles, que le proporcionan una especie de profunda satisfacción interna. El hombre llamó a esas sensaciones bien; a las contrarias, mal”. Ahora continuamos de esta manera:
Con el tiempo le fue fácil deducir qué es la Esencia Divina que se halla en su interior la que le señala el bien, pues es la Inteligencia de lo Divino dentro de su ser. Pensó además que esa inteligencia es un aspecto superior de su naturaleza. A esa tercera cualidad de su ser la llamó alma.
La razón
El hombre descubrió muy pronto las ilusiones y los engaños de los sentidos. Puesto que los sentidos pertenecen al cuerpo finito, no los consideró una fuente digna de confianza para llegar a la verdad y al conocimiento. Le pareció que la parte pensante, la razón, es la que le proporciona iluminación: en otras palabras, ella da respuesta a muchas de sus experiencias personales. Debido a la eficacia atribuida a la razón, se la relacionó con el elemento divino dentro del hombre: se dijo que es un atributo del alma. Plotino, el filósofo neoplatónico, dijo que la razón es “el alma contemplativa”.
¿Cómo se integran los elementos trinos de la naturaleza del hombre?, ¿cuál es el poder que domina en la naturaleza humana? Platón relacionó a estos tres elementos con las clases de sociedad que él propuso para su república ideal. Dijo que la razón del hombre debe ser como la clase gobernante de los filósofos; la voluntad debe ser como la clase guerrera y tiene que hacer cumplir los dictados de la razón; y el cuerpo debe ser la clase trabajadora que proporciona sustento a la razón y a la voluntad.
La metafísica y el misticismo modernos -reconciliados con la ciencia han rechazado la antigua idea de la naturaleza trina y, con esto, se han desvanecido muchas supersticiones, dudas y temores. Su primera proposición y doctrina es que todos los fenómenos sin importar cómo se manifiesten, están íntimamente relacionados. La metafísica y el misticismo modernos no aceptan que haya realmente una dualidad tal como lo material, por una parte, y lo inmaterial, por la otra. Tampoco admiten que un aspecto de la naturaleza del hombre es básicamente bueno y otro malo. Sostienen que esos conceptos solo son relativos a los valores de la mente humana finita.
La noción de la dualidad presupone que un estado, una cosa o una condición, crean otros. ¿Por qué tendría que ser así?, ¿cuál de las dos partes es superior? o, ¿por qué una ha de permitir que la otra sea inferior o contraria a ella? Estas preguntas han desafiado -durante siglos- a la teoría de la dualidad. Como consecuencia, los metafísicos modernos exponen en su lugar el concepto de un estado monista.
Estado monista
Ese estado monista, esa condición de “Unidad”, es el Cósmico. El ser, el Cósmico, es positivo y dinámico por naturaleza. Está en eterna actividad porque es el complemento de todo lo que existe. Esa continua existencia del ser ha sugerido al hombre la idea sobre la inexistencia, sobre un estado negativo. Supone que es la ausencia de lo que existe; a la inversa, la nada absoluta no le sugiere la existencia de algo.