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Cuidar la fragilidad y curar la penalidad

“El actual modelo económico y social está fracasado”

 

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor

 

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ace tiempo que estamos a merced de los intereses económicos. En perpetuidad contamos con el clan de los dominadores y mutiladores de nuestro propio espíritu autónomo. Reconozco que esta situación continuamente me ha angustiado, y así cuando tenía el genio vivo y el juicio débil, concretamente en mi etapa de joven quijote, ya reclamaba otros lenguajes más humanos y otras políticas más sociales. He aquí, parte de lo publicado, en el número 36 (octubre 1995) de la revista de pensamiento, “Iniciativa Socialista”. Por entonces, vaticinaba momentos de dificultades sino mudábamos de aires y recomendaba que “aquellos poderosos dirigentes, que no saben o no aciertan con la política, deben dimitir por estética; porque no se puede seguir practicando el cinismo y la desvergüenza, como un perro en la esquina de una calle, por un plato de hamburguesas de oro”. A continuación, subrayaba algo que nos implica a todos en mayor o en menor medida, y es a cuidar de los más frágiles de la tierra. En este sentido, hacía hincapié en que los responsables del mantenimiento del orden justo, algo que debe manar de los espaciosos poderes de los Estados (el legislativo, el ejecutivo y el judicial), “promovieran un progreso inclusivo para asegurar a todos, no únicamente a unos pocos privilegiados, una digna calidad de vida”. Desde luego, no es progresista pretender resolver los problemas según el tanto tienes, tanto vales. Ha llegado el momento de desterrar para siempre, de nuestro horizonte ese arcaico decir y modo de obrar, con el reconocimiento de cualquier vida humana por insignificante que nos parezca.

 

Sin duda, nos conviene repensar sobre nuestra misión de caminantes; y, en esto, estamos todos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que nacemos cada día, no para destruirlo, sino para construir un cosmos donde todos tengamos cabida. No podemos continuar silenciando a los más pobres. La dignidad humana y el bien colectivo por el que hemos de trabajar, tienen que estar muy por encima del sosiego de algunos que no quieren renunciar a sus inmunidades. Cuando estos principios se ven afectados, es necesaria una corrección de rumbo. Y aunque nos cueste sangre, sudor y lágrimas, hemos de hacerlo. Hay que curar esta penalidad. No podemos estar en paz con nosotros mismos, mientras no activemos el lenguaje del corazón, en lugar del abecedario pensante del don dinero. En cada país, sus moradores han de hermanarse bajo esa dimensión social, humanizándose responsablemente como una obligación moral, si en verdad queremos ser un linaje en continuidad. Es un hecho que el actual modelo económico y social está fracasado, comenzando por los sistemas de salud y finalizando por la falta de porvenir, con el creciente desempleo juvenil y la ausencia de oportunidades. Cada día son más las personas que están subempleadas o desempleadas, jóvenes que están fuera de las instituciones educativas, que ni trabajan, ni estudian, ni tampoco reciben formación laboral alguna.

 

En el mundo, actualmente, hay más juventud que prefiere continuar estudiando antes que empezar a trabajar a una edad temprana. Esto, a mi juicio, es una buena noticia. No obstante, más de doscientos millones de jóvenes, según datos de Naciones Unidas, se encuentran parados o tienen un empleo en precario que no les saca de la pobreza. Ciertamente, a medida que la acción de los chavales está presente, se ve más palpable la necesidad de abordar los desafíos multifacéticos a los que se enfrentan, como el acceso a la educación, la salud, el empleo y la igualdad de género. Sea como fuere, esa unidad de acción reivindicativa tiene que prevalecer sobre el conflicto, y hacernos ver que esta triste realidad nos requiere de un cambio de actitud y mentalidad. En consecuencia, es el momento de que nos incorporemos todas las generaciones en encarar otro futuro más equitativo, con menos sufrimientos para algunos, dialogando más entre todos, y haciendo valer otro mundo más centrado en la ciudadanía, en todas las fases de su existencia, a través de actitudes y acciones concretas.

 

Abandonemos la continuidad de las contiendas absurdas, que lo único que hacen es deshumanizarnos. Si fundamental es conseguir que se permitan las operaciones humanitarias, allá donde proliferan las violencias y las violaciones a los derechos humanos, también es primordial que las mujeres tengan el derecho a tomar sus propias decisiones sobre si quedar embarazadas, cuándo hacerlo y con qué frecuencia. Hoy multitud de ellas quieren retrasar o prevenir el embarazo, pero tampoco cuentan con medios. De igual modo, nuestros mayores requieren de otras sintonías más directas, pues ellos también forman parte de nuestro presente y del futuro, con la riqueza de la experiencia de los años. No olvidemos que en el mundo todos nos requerimos para cuidar la fragilidad y curar la penalidad, a través de la fuerza mística del autentico amor a la gente. Quien es incapaz de amarse, camina con la ansiedad de no sentirse, permanece en la muerte y no ha conocido el gozo de sentirse útil a los demás, que le acompañan en el camino. Por tanto; es menester activar una nueva dinámica de justicia y ternura, de extender la mano y de ayudar a caminar, vertiendo lágrimas cuando sea preciso y también sonrisas. Con el nacimiento de un nuevo panorama viviente, la esperanza brota de esa aurora que se posa en los labios del alma de cada cual. ¡No echemos a nadie del camino por su flaqueza!

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