José M. Tojeira
El papa Francisco -este recién pasado 1 de enero- nos envió a todos los hombres y mujeres de buena voluntad un mensaje sobre la cultura del cuidado como camino real hacia la paz. Cuando vemos los sacrificios de madres o padres en las tareas de cuidado de sus hijos pequeños estamos convencidos de que esas formas de cuidado, cariño y solidaridad son la mejor manera de formar hombres y mujeres con valores sólidos. Hogares disfuncionales, con gritos, insultos y violencia interna, difícilmente garantizan el equilibrio psicológico de quienes sufren la tensión o el abuso en el hogar y dejan, además, daños duraderos en niños y jóvenes. Lo interesante del mensaje del papa es que traslada la idea generosa del cuidado familiar que todos entendemos, hacia el cuidado social y el bien común.
El tema es importante. Si la falta de cuidado familiar puede producir fácilmente personas disfuncionales, abusivas o sin criterios morales, es lógico que la ausencia de cuidado social produzca también sociedades disfuncionales, violentas, plagadas de corrupción, narcisismo, hipocresía y desigualdad. Generalmente en El Salvador hablamos muy poco de justicia intergeneracional. Vemos como lógico que las familias se preocupen por el futuro de sus hijos. Pero no miramos más allá de las soluciones particulares que cada familia puede lograr con sus hijos, unas desde la comodidad y otras desde el esfuerzo y sacrificio. El exceso de individualismo y la carencia de una conciencia social adecuada nos mantiene indiferentes antes los previsibles problemas de las futuras generaciones. Los cálculos técnicos de instituciones internacionales como la CEPAL, por poner un ejemplo, nos dicen que hoy hay en El Salvador, aproximadamente, unas 800.000 personas de la tercera edad (mayores de 60 años). Y que dentro de cuarenta años habrá entre nosotros dos millones de personas en esa etapa de la vida. Cuesta pensar que un sistema de pensiones que alcanza solamente a cubrir este derecho al 25 % de los salvadoreños en esas edades, vaya a ser capaz de cubrir ese tremendo aumento de personas en edad de jubilación. Pero de ese tema se habla poco. Crecer y Confía son empresas muy rentables, pero incapaces de cubrir un derecho que es universal. ¿Somos justos con los jóvenes de ahora, que serán adultos mayores dentro de cuarenta años?
La justicia intergeneracional se puede ver también en el cuidado no solo del bien común sino, nos dice el papa, en el cuidado del medio ambiente. Las futuras generaciones salvadoreñas están amenazadas por el mal manejo de la basura, por el descenso de la calidad del aire, cada vez más contaminado en las ciudades grandes, por el calentamiento global con sus efectos de desertización y tormentas más violentas, o por la falta de acceso al agua potable y al saneamiento. Pero da la impresión de que entre nosotros no trabajamos para el futuro sino para el presente. En el tratamiento de la basura nos conformamos con lo que hay, no tenemos un proyecto serio a nivel nacional de siembra de árboles para impedir la desertización de nuestra tierra y moderar los efectos del clima. Nos cuesta redactar una ley del agua que ponga como prioridad, y sin afán de lucro, el acceso universal al agua dentro del hogar tanto para consumo humano como para saneamiento. Trabajamos con frecuencia para el beneficio de unos pocos y no pensamos en universalizar derechos básicos de un modo eficiente y con calidad. Si no cambiamos de actitud, si no trabajamos pensando en una justicia intergeneracional, si no somos capaces de decantarnos por la cultura del cuidado, nuestros discursos en este año aniversario de los 200 años de nuestra independencia no pasarán de ser piezas oratorias demagógicas, plagadas de hipocresía.