Perla Rivera Núñez,
Poeta
Intenté siempre encontrar un significado verdadero a esta frase, un significado que me tocara precisamente mí, y puedo decir que ahora doy fe de cada letra.
Resulta difícil lidiar con los recuerdos, mucho más con aquellos bonitos o de tiempos mejores, porque acabas siempre con nostalgia o con un pequeño dolor en la memoria.
En mi familia, marcada por un matriarcado indiscutible, la costumbre siempre fue enviar a sus hijas a estudiar en un internado de mucho prestigio en Honduras, la Escuela Normal España en Villa Ahumada Danlí El Paraíso, ciudad del oriente de Honduras, ubicada a 92 kilómetros de la capital. Muchas de mis tías estudiaron ahí, también mamá. Para no perder la costumbre y al terminar mi Ciclo Común también fui enviada ahí.
Durante el internado conocí a muchas amigas, chicas de distintos rumbos del país y amistades que conservo en la actualidad. Fue aquel año, en esa ciudad donde comencé a experimentar el sentido de pertenencia y el aprender a lidiar sola con muchos inconvenientes sin correr a buscar a mis papás.
Ciudad donde algunos domingos era posible recorrerla de punta a punta, junto a mamá, cada vez que llegaba de visita. Sitio de mis recuerdos en el que aprendí a dibujar y donde susurré mis primeros versos, cuando escribía notitas para los chicos que veíamos pasar del otro lado del muro en la ´´ cucarachita azul´´ aquel viejo Volkswagen que nos hacía asomarnos debajo del puente y suspirar.
El año siguiente dije adiós a esa ciudad y me trasladaron a Comayagua. Siempre recordaba a mis maestros, a mis compañeras de cuarto y de travesuras. Los miedos a los fantasmas detrás de la ventana y a encontrarse en la lista de víctimas del 31 de octubre, que no era más que el castigo con bromas pesadas de las de tercero a las novatas de primer año. Los cariños truncados por la distancia. La serenata del viaje previo a casa. Todo en la memoria.
Al llegar a mi nuevo centro conocí a muchos amigos más, no imaginaba que estos nuevos amigos se atarían también a mi vida. El nuevo colegio era en su mayoría de población masculina, apenas unas pocas chicas. Debo decir que estaba cerca de casa, de mi familia y esto ayudó a fortalecer en alguna forma mi seguridad.
El tiempo no declina y después de 27 años una nueva cita llegó. Una llamada bastó, muestra de que el cariño genuino sigue intacto a pesar del calendario, aquellos chiquillos con sueños y metas que conocí en la ENCA, se volvieron adultos con vínculos muy fuertes y con la certeza de que un buen amigo es un tesoro que muchas veces nos alegrará la vida.
La cita fue en ese lugar donde de chiquilla fui feliz, Hugo lo hizo realidad, nos llevó a su casa, junto a su familia, una bella hacienda en El Obraje, sitio que significa: Lugar poblado y que atesora las famosas montañas en forma de indígena y de simio vistas desde la entrada al pequeño pueblo.
Recorrí de nuevo estas calles de Danlí donde antes anduve de la mano de mamá y ahora junto a los amigos de toda la vida. El tiempo no pasa en vano y ahora nos despojamos de los títulos y de los logros académicos, libres de todo tipo de etiquetas volvemos a ser niños otra vez.
Tenemos la satisfacción de reconocernos. Siendo ahora intelectuales, docentes, escritores, empresarios, comerciantes o hacendados, siempre encontramos a El patas de pirulín, a Las cebollas, a la Conejo, a la Chaparra, al Culich o al Rey del pum pum, por mencionar algunos sobrenombres que todavía nos regalan escandalosas carcajadas.
Veo como Isabel, Rosy, Yessenia y Geraldina se toman de las manos, mientras Yajaira y yo sonreímos. Nos escoltan Hugo, Hernán y Jaime.
La vida te devuelve y nosotros hemos sido saldados de alguna deuda. Recibir cariño de nuestros amigos y mantenerlo por tantos años nos hace afortunados y esta vez fue la casa de nuestro querido amigo, en El Obraje, donde coincidimos. Hoy puedo decir con certeza: Uno vuelve a los sitios donde amo la vida.
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