Francisco Javier Bautista
En 1914, pilule antes del inicio de la Guerra Mundial, sale cuando Rubén Darío regresaba de Palma de Mallorca y después emprendería su viaje sin retorno pasando por Barcelona, New York, Guatemala y concluyendo en Nicaragua, el periodista, escritor y amigo salvadoreño Arturo Ambrogi (1875-1936), quien venía de paso de Oriente, lo visitó en París, calle Miguel Ángel, 8. La crónica: “Recordando días de vida parisiense. Una visita a Rubén Darío”, publicada en el “Mercurio” (1915) de New Orleans y en la Revista “Actualidades” (No. 9, septiembre 1915), San Salvador, relata las impresiones del autor.
A casi un siglo de la muerte del poeta de Hispanoamérica, acaecida en León de Nicaragua, el domingo 6 de febrero de 1916, a las 10.30 p.m., después de cumplir 49 años, compartimos lo publicado por Ambrogi, siete años menor que Darío, y que fue uno de los precursores del Modernismo en América Latina y recibió, por su obra, elogios de Gavidia y Darío, a quien admiró desde su adolescencia:
“… había sido para mí, durante mi permanencia en Buenos Aires, en 1898, algo así como un hermano mayor; y el cariño y la gratitud hacia el querido maestro, perduraban a través de los años… Enrique Gómez Carrillo me ha dicho… que Rubén estaba muy enfermo y que se había marchado a Palma de Mallorca,… ¿Qué efecto habrán producido en él los dieciséis años corridos desde el día en que, en una de las dársenas de Buenos Aires, en unión de otros buenos e inolvidables amigos, fuera a darme el benévolo abrazo de despedida? … Dicen unos que está muy viejo; otros, que está calvo, gordo,… hablan de enfermedades propias de la senilidad…”
“Ante mi está el maestro. Es verdad que ha cambiado mucho. Los años ¡esos dieciséis años despiadados! no en balde han transcurrido. Está viejo. Está gordo. Está bastante calvo. …. La cara mofletuda, está cruzada de arrugas. La boca, grande de labios gruesos, tiene ahora un gesto que antes no tenía. El antiguo brillo de la mirada, se ha apagado. Es una mirada…, opaca, sin expresión: una mirada triste. El cuello pletórico, rebalsa sobre el cuello su encaje de grasa. Tengo ante mis ojos, no hay duda, la imagen del más perfecto, del más apacible comodón burgués. …, mis ojos buscan sus manos. Y las veo, saliendo de entre los pliegues de la hopalanda: son las mismas manos finas, blancas, regordetas, esas manos que la vanidad del poeta llegó a calificar de “manos de marqués” en el prefacio de un libro famoso”…
“-Estoy de paso, mi querido Rubén. Vengo de Oriente”.
“El maestro se ha sentado frente a mí,… buscando una postura cómoda. Ha recostado la cabeza en el respaldo…. Cruza las piernas ayudándose con ambas manos. En ese gesto hay un penoso esfuerzo. Noto la fatiga que le domina. … ¡qué lejos del Rubén del 98, del Rubén de la calle Rodríguez Peña, de las doradas noches del Luzio, y de las comidas en casa del inolvidable Luis Berisso!”
“-¿Ud. viene de Oriente? ¡Dichoso! A ver, a ver… Cuente”.
“Tengo que evocar en presencia del mágico creador de tantas cosas bellas, mis impresiones exóticas”…
…“Ahora, es la Argentina y los argentinos el tema de nuestra conversación. La vida en Buenos Aires, vivida un tiempo con intensidad, rememorada ahora con profunda melancolía,…. La evocación de Rubén, es prodigiosa. Es el Buenos Aires que entreveo en sueños, constantemente, como un paraíso perdido. El Buenos Aires, en que pude luchar, y talvez triunfar. ¡Ah! La voz de Rubén resuena en mis oídos con la melancolía intensa de una romanza lejana”…
“La conversación se prolonga,… Llega, por fin, a hablarme de su labor,…, de La Nación,… El gran diario argentino ha sido verdaderamente pródigo con el ilustre artista, y sigue siéndolo”…
“-Y de libros?”
“-He publicado en España uno, que sin duda Ud. conozca”.
“-Creo que por ahí tengo todavía ejemplares. Se lo daré enseguida”.
“Y no me lo dio ni enseguida, ni nunca. Fue algún tiempo después cuando tuve la ocasión de encontrarlo en una librería, y leerlo. El libro es Todo al vuelo. Es una colección de crónicas, un manojo de recortes de las grandes páginas de La Nación. Prosa que se marchita y a la que su intenso amor de autor, pretende inyectar vida nueva. Contiene algunas páginas hermosísimas; señaladas, verdaderas joyas de estilo; pero en su mayor parte, el libro es deficiente; no es digno ni de la fama, ni de las obras anteriores del genial artista. Comprendí, con harto pesar, que eran esas de Todo al vuelo las primeras flores de fatiga que surgían en el jardín otoñal del mágico jardinero”.
“Ahora, el invierno ha tocado por completo en esa floresta. Según he oído decir por ahí, Rubén ha llegado, reclamando un rincón de León de Nicaragua, para que la plena vejez que ya le asedia, le sorprenda en el hogar, y que su existencia se extinga tranquila, entre el cariño de los suyos, a los que parecía haber olvidado en medio de la ruidosa farándula de la vida cosmopolita”.
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