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David y Noe: dos niños sacrificados en la patíbulo social

Dr. Víctor M. Valle

Con frecuencia recorro ese maravilloso espacio público llamando el Cafetalón, health   en Santa Tecla, y  paso enfrente de la Escuela de Educación Especial, situada en la parte occidental del parque, donde  reciben clases más de cien niños especiales, esos  que  fueron calificados por  el poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas como que “Vivirá(n) hasta en mayoría de edad, niño (s). Se extinguirá(n), niño (s).

Cuando uno pasa en la escuela hay algarabía de esos niños. Los árboles cercanos albergan pájaros que compiten con la gritería. La escuela está decorada con un hermoso mural a-la-Fernando-Llort que milagrosamente ha sido respetado por los grafiteros. Es ese, pues, un espacio para la vida  y para la alegría.

El viernes 25 de julio pasé otra vez;  había en la escuela  un denso silencio a puerta cerrada.  Un cartelito  decía que  el estudiante Noé Enrique Bonilla González, del curso Pre-Laboral “C”, había muerto el día anterior y que por tal motivo la escuela estaría cerrada ese día viernes.

En un mural improvisado, con fotos del niño eterno y los premios a su coraje especial y de sus acongojados padres, se leía un texto: “Lamentamos la pérdida de nuestro alumno, amigo y compañero NOE ENRIQUE. Nos deja un gran vacío. Sabemos que Dios lo tiene en su seno.”

Ojalá el sacrificio de este ser especial conmueva voluntades y mueva decisiones políticas de amplio consenso.

Noé era realmente un ser especial. Vivía en un área rural con sus padres. Trabajaba – el día que lo asesinaron, cortaba leña por encargo, desde las seis de la mañana- ; estudiaba para superarse en el curso Pre-laboral de la Escuela y, algo muy importante, era un exitoso atleta ganador de medallas en olimpiadas especiales. Andaba, pues, con la vida y la bondad bien puestas y siendo siempre niño.

La mañana del jueves 24 de julio de 2014, Noé salió temprano de su casa para cortar leña y ganarse algunos dineros que reforzaran la economía  de su familia  luchadora. Otros jóvenes, posiblemente casi niños,  se cruzaron en su camino. Iban, de seguro, conducidos por un “palabrero”, tenían el encargo de demostrar que son “machos” y  dignos de ser parte de una “mara”. Y para eso, debían matar un inocente. Y lo mataron de varios balazos. Ahora esos jóvenes casi niños, ya han sido aceptados en la clica de la mara, gracias a un acto de mucha crueldad y cobardía,  y han de estar muy orgullosos de su asesina hazaña.

Unos días antes, -el 12 de julio- un niño de 10 años de   edad, David de la O,  fue  muerto y desmembrado en el Cantón Michapita, Departamento de Cuscatlán. Vivía con sus abuelos, pues sus padres se han ido a los Estados Unidos en busca de un sueño que se hace pesadilla.

La película “Sin Nombre” dirigida por Gael García, incluye un caso similar. Un niño de un barrio hondureño es instruido por un palabrero para que mate a sangre fría, a balazos, a un “prisionero” amarrado de la otra mara. Después, el cuerpo es descuartizado en un “destroyer” y los pedazos de carne y los huesos son servidos como alimento a los perros de la casa.

Algunos creían que esto era cine-ficción; pero el sacrificio de David y Noé nos dice que eso pasa cotidianamente y en nuestras narices.

La situación está llegando al límite; pero lo grave es que la sociedad se habitúa a ello y, amargamente, esta noticia conmovedora podrá ser superada en días por otra más horripilante.

La violencia  permea todos los intersticios de la sociedad salvadoreña y ya hay desesperación en grandes sectores del pueblo. La verdad es que las bestias de las violencias y de las delincuencias hace mucho tiempo que habitan en el alma nacional.

La historia patria desde tiempos coloniales ha sido configurada por hechos de violencia, sobre todo de la violencia que viene de arriba hacia los de abajo en la pirámide social, desde el Estado hacia los desvalidos de la sociedad civil. Y esas prácticas del poder han permeado el modo de ser de nuestra gente.

Cuando se firmaron los Acuerdos de Paz el 16 de enero de 1992, el presidente Cristiani reconoció que: “. . . la crisis en que se vio envuelta la nación salvadoreña en el último decenio (se refería al decenio de la guerra civil) no surgió de la nada, ni fue producto de voluntades aisladas, esta crisis tan dolorosa y trágica tiene antiguas y profundas raíces sociales, políticas, económicas y culturales en el pasado. . . “

Pues esas profundas raíces contienen las claves explicativas de las violencias que hemos padecido. El primer ejercicio intelectual y moral de nuestras dirigencias políticas y sociales es reconocer y aceptar esas raíces de la maleza que ha invadido gran parte de la conciencia nacional.

Las muertes  de David y de  Noé son un grito de reclamo y protesta de todas las víctimas y un señalamiento a todos los victimarios  individuales y sociales que han hecho de las violencias el instrumento de poder para sojuzgar, humillar y explotar.

Debemos conocer las raíces de las violencias para encontrar los antídotos adecuados y eficaces. La gente cree que ya basta de diagnósticos. Hay que actuar para disminuir los niveles e intensidades de todas las violencias y delincuencias.

Es importante aceptar que lo que tenemos de sociedad lo hemos formado y deformado todos. Entonces,  todos juntos debemos  encontrar soluciones eficaces y duraderas. Ahí sí que la consigna del gobierno actual de  “unidos crecemos todos” puede parafrasearse en un “unidos estaremos seguros todos”.

Si el famoso drama de Lope de Vega, de hace cerca de cuatro siglos, respondía un “¿Quién mató al Comendador?” con un “Fuenteovejuna, Señor”, ante los recientes horrendos crímenes  del niño David, descuartizado, y Noé, acribillado a balazos, se podría preguntar: “ ¿Quién  mató  a David y Noé?” y la respuesta sería: “El Salvador y su historia, Señor”.

El camino será largo y hay que tener claro que no se puede en tres meses o en cinco años, resolver un problema que tienen más de 300 años de gestación. Sobre eso hablaré en próximo artículo.

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