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De camino al trabajo 

Por Mauricio Vallejo Márquez 

Mi mañana está hecha cuando me incorporo al tráfico del bulevar Constitución. Ahí me enfrento a una prueba de paciencia que logramos superar a diario. Subimos por la calle principal junto a mi esposa para experimentar la bondad o mezquindad de los carros que vienen de la Zacamil y la Metrópolis. Se agolpan y se enredan a veces produciendo una especie de trombosis que no da paso y estanca la circulación por minutos que un poco de bondad hubiera dejado fluir. Algunos son amables y nos ceden el paso. Entonces el agradecimiento lo anunciamos con un saludo y entramos a ser parte del fluir matinal de San Salvador.

Observo rostros llenos de seriedad y furia. Estos automovilistas van con todo, con el deseo irracional de pasar sus vehículos sobre el que se ponga enfrente sin importar si golpean un vehículo o a una persona e incluso son capaces de aplastar algún animalito que tenga la osadía de atravesar la calle a esas horas. Mientras mi esposa me recuerda algún verso de una canción que escuchamos y la volvemos a escuchar para sentir aquellas palabras hermosas que surgen de La Piragua.

Nosotros en nuestro carro vamos felices. Con música y café celebrando la vida. Viendo el espectáculo y a una perrita que habita un taller que está en el paso. Choco, le dice mi esposa, nombre bien puesto porque parece de chocolate. Una maravilla la canina color café, tiene su ruta de paseo bien definida que no varía, la sigue como si estuviera programada. Por momentos da la impresión que ella guía al hombre que la cuida, quien la sigue con las manos en la bolsa. Nos impresiona su educación, va junto a él sin correa y cuando se retrasa su acompañante lo espera, y si se tarda le ladra para hacerlo avanzar. Una perrita dulce como su nombre que nos alegra.

En el semáforo vemos a los policías en su esfuerzo diario por lograr que el tráfico fluya, con sus rostros serios y uniformes impecables. A veces los automovilistas contribuyen y aquello fluye como el caudal de un río, pero en ocasiones aquello parece no tener nada de control y se atora más debido a la intromisión de algún tipo queriendo llevársela de vivo para enredar todo con su imprudencia. Entonces suenan los pitos y las mentadas de madre combinadas con un glosario digno de algún estribillo irónico. Mientras mi esposa y yo seguimos hablando de lo hermoso que se ve el volcán de San Salvador con su cabellera de nubes y de nuestros sueños.

La Constitución se va moviendo, fluye hasta llegar a la Plaza de las Américas, El Salvador del Mundo. Ahí el camino me detiene y me despido de mi compañera. Bajo. La música la dejó de escuchar y veo a mi amada avanzando rumbo a su empleo a la espera que al final del día vuelva a ver esa mirada que me enamora y nos contemos cómo estuvo nuestro día, para el día siguiente repetir la aventura.

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