Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Una de las graves falencias de nuestra cultura y educación nacional, es la escasa formación que ofrece para la resolución de los problemas cotidianos, prácticos de la vida, aún más, para el manejo adecuado de nuestras emociones, reacciones y valores.
Aunque existe conciencia de esta urgente necesidad, y de abandonar de una vez por todas, los enfoques “contenidistas”, que enfatizan los saberes de memoria, los “conocimientos intelectuales”, sobre el fomento del autoconocimiento, la creatividad, las competencias, el desarrollo de la imaginación… la escuela continúa, lamentablemente, anquilosada en el sistema “bancario”: el maestro dice y el alumno anota, en silencio.
Esta realidad debe cambiar de raíz, y cada inicio de administración gubernamental, abre la esperanza, con nuevos discursos, que, finalmente, llegará un poco de luz a una realidad escolar tan necesitada.
Retornando. Ni la escuela, ni la familia, nos preparan convenientemente para la vida. Para aprender a vivir felices a pesar de las circunstancias, para saber cuándo decir, sí; y cuando, no.
En “Manantiales del desierto”, el devocionario espiritual al que voy en busca de fe y consuelo, leí, recientemente, esto: “Existe la leyenda de un cierto barón alemán que poseía un castillo en el Rin. Se cuenta, que solía tender alambres de una torre a otra, para que el aire los convirtiese en un arpa aeoliana. Las brisas suaves fluían alrededor del castillo, pero sin producir el menor tono musical. Una noche hubo una gran tormenta y la colina y el castillo fueron golpeados con el furor de vientos terribles. El barón salió al umbral para mirar al terror de la tormenta, y cuál no sería su sorpresa cuando oyó que el arpa aeoliana estaba impregnando los aires con sonidos tan elevados que aún sobrepasaban el clamor de la tempestad ¡Para obtener la música, hubo necesidad de la tormenta! ¿No hemos conocido a muchas personas, cuyas vidas no han producido la menor nota musical en tiempos de calma y prosperidad, pero cuando han sido golpeados por la tormenta, entonces han dejado pasmados a sus compañeros por el poder y fortaleza de su música?”.
¿De dónde viene, entonces, el poder y la fortaleza de esa melodía? ¿De dónde brotan esas notas, capaces de silenciar el estruendo de la más pavorosa tormenta? La respuesta es sencilla: vienen de nuestro interior, y, por ende, de esa parte maravillosamente indestructible que es principio y fin de todo ¡Ese es el verdadero sostén que necesitamos en la vida!
Un místico increíble, el padre Ignacio Larrañaga, escribió esta súplica, que bien puede invocar, al Todo Universal, al Supremo Yo Interior, más allá de los distintos credos confesionales: “A partir de este momento suelto los remos, y dejo mi barca a la deriva de las corrientes divinas. Llévame a donde quieras, Señor. Dame salud y vida larga, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que quieras tú. Sé que esta noche me consolarás. Lléname de tu serenidad, y eso me basta”.