German Rosa, decease s.j.
El día de la marcha por la vida, viagra la paz y la justicia me preparé temprano para sumarme a este gran evento de carácter nacional. Me incorporé a la marcha que iba de la Plaza Schafik Handal en dirección a El Salvador del Mundo. Me vestí con mi camiseta blanca con el diseño de San Romero de América, treat símbolo universal y distintivo de El Salvador. La camiseta tiene un diseño que es creación artística del Consejo Parroquial de la Iglesia La Sagrada Familia de la colonia Las Palmas de San Salvador. Seguramente que nuestro santo caminaría también con su pueblo que expresa su clamor por la vida, la paz y la justicia. La marcha fue tema de debate y controversia entre los políticos, los empresarios, y personalidades de la sociedad civil. Marché porque creo que la paz es posible; creo que tenemos que sumar esfuerzos y expresar esa añoranza profunda que todos llevamos dentro de nuestros corazones. Marché en un acto democrático, libre de presión, con plena libertad de conciencia y con el propósito de solidarizarme con las víctimas de la violencia; también para pedir que la violencia sea extirpada de nuestro país. Que cese la violencia y que construyamos la paz fundada sobre la justicia. Los que ostentan el poder político y económico han expresado sus opiniones y sus pareceres en los medios de comunicación social; en cambio, el pueblo expresa su opinión y su manera de sentir y pensar en las calles. Hoy el pueblo se vistió de blanco y ha roto la impresión que solamente se habla de él en las notas rojas que aparecen en la prensa, la televisión y en las redes sociales.
El ambiente era de fiesta, con batucadas, consignas y bandas de paz. La gran mayoría de los que participaron eran jóvenes. Era un ambiente popular típico de las manifestaciones de nuestro pueblo salvadoreño, en donde asistieron organizaciones de distinta índole. Organizaciones en pro de los derechos humanos, organizaciones femeninas, organizaciones política, iglesias de distintas denominaciones, y no faltaron los vendedores ambulantes para hacer su día de trabajo con mucha dignidad.
Es importante decir que si queremos revertir la historia de violencia, hay que hacerlo desde las calles, los barrios, los cantones y las aldeas; no solo desde los escritorios, las oficinas públicas y privadas. La violencia se vence en las calles. La vida, la paz y la justicia se siembran entre las comunidades de salvadoreños que se sientes afectados por esta espiral de la violencia. No hay que temer andar en medio de nuestra gente.
El mayor acto de protesta democrática de los ciudadanos que no pueden acceder a los medios de comunicación, ni tienen acceso a las Tic’s (Tecnologías de información y la comunicación), se da en las calles del país.
Esta es la hora oportuna para diseñar una estrategia nacional que contribuya a cultivar la cultura de paz. La marcha por la vida, la paz y la justicia ha sido un acto multitudinario de resistencia activa no violenta en contra de la violencia. ¿Qué significa la resistencia activa no violenta? Significa que se desea el bien al que nos hace el mal. Este es el espíritu del Sermón de la Montaña de Jesús de Nazaret: vencer el mal con el bien, el odio con el amor, la mentira con la verdad, y la ofensa con el perdón. Se trata no de derrotar al adversario, sino de persuadirlo. Se lucha contra el mal y la injusticia que algunas personas difunden e imponen, pero no contra las personas que imponen esas injusticias. La resistencia no violenta no es pasiva sino activa. La pasividad ante el pecado social y el mal, ante la injusticia no es humana ni tampoco evangélica o cristiana.
La resistencia no violenta es un método moral eficaz. Ejemplo de ello son algunas personas admiradas y veneradas por millones de seres humanos en el mundo actual y cuyo ejemplo arrastra cada vez a más. Tenemos a Gandhi, Luther King, Juan XXIII, Monseñor Romero, Helder Cámara, etc. Y, sobre todo, a Jesús de Nazaret.
La marcha fue convocada por el Consejo de Seguridad Ciudadana y Convivencia. Las propuestas de esta entidad buscan realizar acciones que prevengan y reduzcan la violencia y la criminalidad, como son el promover el acceso a la justicia y la atención y protección de las víctimas. Ha impulsado iniciativas que van orientando al país por los derroteros de la paz. Sin embargo, ¿no será ahora el momento de darles mayor protagonismo a los jóvenes del país? Nuestra población es mayoritariamente joven. Nuestra juventud es como el coloso del volcán de San Salvador, que está en reposo, pero si despierta hace erupción. Nuestra juventud tiene el ímpetu de un volcán con la erupción de un sin número de iniciativas, que se pueden expresar de muchas maneras.
¿Cuántas organizaciones juveniles existen en El Salvador? ¿Cuántos proyectos están llevándose a cabo liderados por los jóvenes en nuestras comunidades, cantones y aldeas? Todas estas organizaciones son fuerzas vivas desde la base y los cimientos de la sociedad salvadoreña. Sin embargo, su liderazgo es poco participativo en la palestra política. No se les invita para constituirse en un sujeto social con impronta nacional. Los esfuerzos son muchos, pero están atomizados, fragmentados. ¿No será el momento de invitarlos a que ofrezcan toda su capacidad creativa para revertir la violencia teniéndolos como los protagonistas de la cultura de paz que todos necesitamos?
La juventud es el eslabón débil en la cadena de la violencia. Son las víctimas y victimarios en la espiral de la violencia en el país. Ellos tienen un papel fundamental en la cultura de paz que queremos cultivar. Al hablar de cultura de paz no lo hacemos como eslogan publicitario, sino como lo que es: una larga marcha, un éxodo (salida) del territorio de la violencia hacia la tierra de la promesa de la vida, la paz y la justicia. Esto tiene implicaciones de largo alcance. En primer lugar, hay que desarmar las conciencias de los ciudadanos, crear las condiciones sociales más justas, y lograr un consenso internacional para resolver los problemas, pues la violencia y el crimen organizado ahora se han regionalizado y también globalizado.
En este contexto violento en que vivimos en este período de la historia, si no se trabaja realmente por el respeto de los derechos humanos, si no se van superando las grandes asimetrías sociales, y si las relaciones comunitarias no se basan en la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad, muy difícilmente vamos a ver la aurora de la paz. La tesis principal de la carta encíclica del Papa Juan XXIII Pacem in terris (Paz en la Tierra) publicada el 11 de abril de 1963 es que la paz es obra de la justicia. Y la justicia es simplemente el reconocimiento práctico de la verdad de las cosas. El camino de la paz es arduo. Sobre este tema las encíclicas Pacem in terris, Populorum Progressio (El desarrollo de los pueblos) y la Sollicitudo rei socialis (La preocupación social de la Iglesia) avanzan en plantear también que la paz es fruto del desarrollo, y el desarrollo es obra de la solidaridad, que es la “determinación firme y constante de empeñarse por el bien común”. Esta solidaridad debe fecundar todas las relaciones personales, sociales e internacionales.
En esta búsqueda nacional de cultura de paz es fundamental conocer la cultura juvenil para diseñar una estrategia articulada en todo el país de resistencia activa no violenta.
Gilles Lipovetsky (París, 1944), filósofo y sociólogo francés, plantea que la era moderna era conquistadora, que creía en el futuro, la ciencia y la técnica, se realizó el descubrimiento de la autonomía, y se instituyó ella misma con las rupturas de las jerarquías de sangre y la soberanía sagrada, y con la libertad de atreverse a pensar por sí mismo, cuestionando todo dogmatismo. Además, se instituyo con la utopía de la revolución… ¿Cuántos de nuestros jóvenes tienen ese perfil o han vivido esas características? O más bien con los cambios vertiginosos de la globalización y la posmodernidad, vamos sufriendo la dinámica de la indiferencia de masas, en la que domina el sentimiento de reiteración y estancamiento; y vamos sintiendo que prevalece un individualismo en el que la autonomía privada no se discute, y en el que trasluce un cierto espíritu pesimista en donde lo nuevo se acoge como lo antiguo, y la novedad se banaliza. Esto nos plantea un reto grande de conocer e insertarnos en la cultura juvenil, y descubrir el océano de sus expectativas y sus sueños y lo que realmente quieren de cara al futuro.
En este proceso del conocimiento de la cultura juvenil, es determinante el aporte de las universidades y los centros de investigación del país, que son espacios sociales en donde laboran grandes lumbreras de las ciencias sociales. De manera particular se destaca para este propósito la antropología cultural. Las comisiones técnicas del Consejo de Seguridad Ciudadana y Convivencia, seguramente cuentan con el respaldo de estas instituciones para explorar estos universos que se han ido transformando de manera vertiginosa.
Juzgamos válida esta alternativa de la no-violencia activa, con tal de que sea realmente “activa”, en el sentido de cuestionamiento, oposición y lucha contra la violencia estructural. La resistencia activa no violenta no se traduce en una actitud o movimiento “romántico” o de “utopía fantasmagórica”, sino que se inserta en la posibilidad de lo real. También lanza a la acción, no solo como una postura personal-profética, sino como un movimiento social-histórico. Además se traduce en un programa serio de estrategias y tácticas, encaminadas a vencer las violencias injustas.
Es el tiempo de diseñar un plan de inversión social efectiva y de cobertura nacional, destinado a la juventud salvadoreña. ¿Cuánto invertir? ¿Cómo invertir? ¿Dónde invertir? Son planteamientos fundamentales, pero sobre todo hay que tomar en cuenta lo que piensa, siente, necesita y propone la juventud salvadoreña. Cuando uno visita nuestras comunidades, nos damos cuenta de las necesidades fundamentales de un mayor acceso a la educación de calidad, de la carencia de una infraestructura adecuada para la convivencia, para actividades lúdicas y deportivas, y de la necesidad de centros de capacitación técnica para la inserción laboral, y de centros adecuados para el acompañamiento psicológico, etc. Si se pretende realmente salir al paso de los retos que nos plantea la juventud salvadoreña, es fundamental que a los jóvenes se les escuche y que ellos se hagan escuchar, que se expresen y que se conviertan en un coloso en erupción de propuestas, iniciativas y sueños para diseñar con esperanza su propio futuro y propiciar la aurora de la paz y la justicia en El Salvador.