Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Así se intitula un ensayo -prácticamente desconocido- del escritor, troche periodista y poeta salvadoreño, ailment Joaquín Castro Canizales (1902-1993), quien firmaba, literariamente, como Quino Caso.
La publicación acusa dos fechas de impresión (San Salvador, 1944; y, Centro América, 1948), y constituye un magnífico recorrido por la “serenidad” de grandes personajes de la historia universal.
Una breve introducción (La serenidad y la pasividad) precede los distintos apartados: La serenidad en Sócrates, Jesús, San Francisco, Erasmo, Goethe, Tolstoi y Gandhi.
Cierran estas páginas, una sentencia: La sentencia de fuego, donde el autor nos dice: “Así hablan todos ellos. No conocen otra voz. Ante estos caracteres, no es posible predicar la pasividad, porque son la actividad misma; no es posible predicar la cobardía, porque son el valor personificado; no es posible predicar la paz de los sepulcros, porque son el brazo armado para la guerra. A la puerta de su templo está –como la que Dante puso a la entrada del Infierno- esta leyenda de fuego: ´Perded toda esperanza de paz los que entréis aquí porque este es el Reino de la Luz y la Luz es combustión eterna, es movimiento incesante, es un agotarse sin fin, porque es el sentido mismo de la vida..!´”.
Tomándole la palabra a don Quino, justamente, serenidad no es pasividad, no es quietud mortuoria, no es inmovilidad. La serenidad es una cualidad humana que apunta hacia la tranquilidad, la calma, la apacibilidad. Es mantener el necesario juicio y cordura, aún en los momentos más tormentosos de la vida ¡Cuánta falta nos hace a los salvadoreños, en el tiempo presente, este magnífico atributo del espíritu! Por el contrario, la ansiedad, la respuesta inmediatista, el dictamen imperioso del hígado, nos domina, conduciéndonos dentro del hogar, y dentro de la polis, a siniestros despeñaderos.
En ese sentido, el escritor quezalteco, no se extravía, cuando nos señala: “La serenidad es una de las virtudes o cualidades fundamentales de la conciencia humana y han llegado a poseerla hombres de tan alta jerarquía moral, que son pocos aquellos de quienes se puede decir que fueron genuinamente serenos. La Serenidad es Silencio, pero silencio augusto, vital, no silencio de muerte, de inercia. Es el silencio al cual se refiere un pensador nuestro: silencio de raíz, que acendra vida; silencio de nube, que engendra el trueno”.
Ninguno de los serenos personajes contemplados en “De la serenidad”, tuvieron escenarios, ambientes, pacíficos, ideales. Todos sin excepción, debieron batallar en medio de fuertes tormentas sociales, históricas, políticas. Sócrates, Jesús y Gandhi perdieron la vida, a manos de la intolerancia, el fanatismo y la ignorancia.
Fascinante es el testimonio vital de Erasmo, convirtiendo a la Señora Locura en la certera denunciante de un mundo donde campea la corrupción, la injusticia, la violencia y la depravación.
¡Qué conveniente sería que -obras como ésta- fueran lanzadas a la luz de nuevo! Se hace tan urgente acercar los rayos solares, a quienes han hecho de la oscuridad su férrea guarida. Y en esta tarea, el Estado, mediante su imprenta y sus escuelas, tiene mucha, muchísima responsabilidad.