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De la Tierra como exilio

Rafael Lara-Martínez 

New Mexico Tech, nurse  

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Desde Comala siempre…

 

Hace unos diecinueve siglos —descubierta once/doce centurias después, prescription dicen— se escribe uno de los textos más breves y apologéticos del cristianismo: “La epístola a Diogneto” (http://www.patrologia-lib.ru/patrolog/justinus/diognet.htm).  Su refrán más citado se transcribe a continuación.  “Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros.  Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña”.  (Epístola a Diogneto, V: 5, siglo II).  Por ello, agregan, los consideran políticamente sospechosos y ateos, es decir, iconoclastas de ídolos mundanos y convenciones nacionales.

Su paráfrasis proverbial la populariza Edward Said (Orientalismo, 1978) hacia la década de los ochenta, bajo la versión medieval de Hugo de San Víctor, la misma que luego cita Carlos Fuentes (D. A. Castillo, “Conversation”, 1988).  Empero su amplia trayectoria —longue durée en la historia y en el espacio cultural—queda sin comentario, salvo por la actualidad que le concede Said: sin abandonar la patria es imposible juzgarla.  El aforismo expresa una idea de desapego y abandono ante toda cuestión nacional e incluso terrena.  Hay que aceptar el breve paso por la Tierra como una simple temporada de exilio, sin exaltar patriotismos ni xenofobias.

Una lista parcial de la sentencia incluiría Orosius (“Utor temporarie omni terra quasi patria”), la Epístola antedicha, Eckhart (“las criaturas todas significan miseria y exilio”), I Corintios 7 (“el tiempo es corto”), La Imitación de Cristo (“considérate extranjero y peregrino en la Tierra”), Dante (“nuestra patria es el mundo, como el mar lo es para el pez”), William Law (“el que sabe lo que es este mundo, tiene razón […] sin embargo, tiene más razón para alegrarse al ser llamado para salir de él”), Sri Ramana Maharshi (“¿Qué importa que uno viva en Oriente o en Occidente?”), Milarepa (“tierra natal, hogar y posesiones, sois cosas vacuas”), Shabistarî (“elévate sobre el espacio y el tiempo”), Thorton Wilder (Heaven’s my destination), Icnocuícatl (¿acaso de verdad se vive en la Tierra?), Cristina Peri-Rossi (“todos somos exiliados […] siempre partimos del lugar donde hubiéramos sido eternos y felices”), Jorge Franco (“la patria es cualquier lugar donde esté el afecto”), etc.

No sólo hay maneras alternativas de concebir la patria —el “afecto” fraternal sustituye el terruño— sino la salida del lugar utópico se conjetura inevitable, hasta disolverse en la indiferencia del domicilio.  Incluso culmina al imaginar “la residencia en la Tierra” (P. Neruda) como un instante fugaz de desarraigo.  El imperativo significa una prueba ritual de iniciación hacia la verdadera y única Patria duradera.  La filosofía crítica siempre implica una “meditación de la muerte (melth qnatosn)”, un pensar en los muertos en garantía de la vida.  No erige una exaltación nacionalista sino su antónimo de grato desarraigo y de conciencia plena de lo efímero.

 

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La cuestión a resolver  es simple.  No se trata de averiguar si por su amplia diseminación, en paradoja, esa perspectiva espiritualista define una identidad nacional.  Tal pregunta resulta vacua y contradiría el contenido real de la enseñanza.  El desprendimiento pre-nacional antecede y rebasa el presunto pos-nacionalismo global.  La interrogativa es por qué razón tal manifiesto de desapego y renuncia suele sustituirlo el grito guerrero que —desde Horacio hasta el ideal revolucionario— inculca la muerte en combate como verdadero acto de trascendencia religiosa y política.  Horacio (“dulce et decorum est pro patria mori”), Yaocuícatl (“mi corazón quiere la muerte a filo de obsidiana”), Gaceta Oficial, 1863 (“consumarla [= la patria] o perecer”), lema guerrillero (“revolución o muerte”).

 

En verdad, lo ignoro…

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