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De la trinidad teológica en náhuat-pipil Tunal – Metzti – Xulut

Rafael Lara-Martínez 

New Mexico Tech, sovaldi  

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Desde Comala siempre…

 

Para la teología mesoamericana, cialis el concepto de dualidad recibe una atención esmerada.  Aun si resulta difícil transferir las nociones del náhuatl-mexicano hacia el náhuat-pipil, tal cual Ometeotl o Dios de la Dualidad, la existencia de una pareja primigenia permanece vigente hacia la primera mitad del siglo XX.  Al duplo no se le nombra con un apelativo distintivo y único, como el mencionado para la época prehispánica en el altiplano mexicano: Ometeotl (León Portilla, “Ometeotl, el supremo Dios dual”, www.ejournal.unam.mx/ecn/ecnahuatl30/ECN03006.pdf).  En cambio, el náhuat-pipil recurre a un par de términos —Tutecu y Nunantzin, Nuestro Padre y Nuestra Madre— que, de su concreción en la vida diaria, se alzan hacia lo celeste y teológico.

La pareja primordial no recibe un apelativo unificado exclusivo.  En cambio se designa por las siguientes dicotomías: Padre-Madre, Dueño/Señor-Tenance/Autoridad religiosa femenina, Fuego-Mar, Sol-Luna, San José-Virgen, Dios Padre-Diosa Madre.  O, en náhuat pipil: Tata/Tatzin—Nantzin/Nunahuey, Tecuyu—Tenance, Tutecu Tecunal —Tunantzinat, (Tutatzin) Tunal—(Tunantzin) Metzti, Tutecu San José—Tunantzin Virgen, Tutecu Diush—Tunantzin.  De seguro existen otras más, pero estas oposiciones son las más obvias en el corpus de María de Baratta, Cuzcatlán típico (1951-1953).

A esta dualidad le falta un exponente adicional para completar la Trinidad.  De proseguir mecánicamente la teología hegemónica, se pensaría que la Santísima Trinidad colmaría tal cometido.  Sin embargo, el triángulo Padre-Hijo-Espíritu Santo exhibe un defecto esencial para la teología indígena dualista.  Se trata de una armonía sin lugar para lo femenino.

El desapego abstracto que la Santísima Trinidad obtiene sobre lo mundano, lo menoscaba hacer de su esencia una unidad enteramente masculina.  Por esta carencia —sublimación de lo varonil— la teología náhuat-pipil la sustituye por la Sagrada Familia: San José-Virgen-Niño Dios/Cristo.  Tal cual aparece en la “Pastorela indígena en lengua náhuat de los Izalco” (Baratta, 603-614).  Se trata de un texto clave para entender el pensamiento náhuat-pipil durante la primera mitad del siglo XX.

La Trinidad alternativa y popular posee una doble preeminencia.  Se arraiga en un átomo familiar cerrado —padre, madre e hijo— reconocible en la vida diaria de la comunidad, pese a la prevalencia de una familia extendida.  A la vez, la figura masculina dominante no le hurta a la mujer su papel vital en la reproducción de la especie.

Como Madre-Tierra-Agua-Luna, el aspecto femenino desempeña un papel clave en la recreación de la especie humana y en la fertilidad de la naturaleza.  He ahí la grandeza omni-comprensiva del pensamiento indígena que implica a ambos polos de la oposición de género.  Este equilibrio sucede a nivel del pensamiento teológico, al igual que en la liturgia tal cual lo demuestra la Pastorela a estudiar en seguida

Del feminismo en la Pastorela

Los personajes de la Pastorela incluyen a diez pastoras y dos viejos, o doce personajes en total, un número que concuerda simbólicamente con el de apóstoles.  Por su personalidad, todas las pastoras provienen del mismo molde prototípico.  Son mansas, inocentes, cariñosas y dadivosas.  La más anciana, Tacha, demuestra las mismas cualidades de carácter.  De setenta y seis parlamentos o intervenciones individuales, sólo seis instancias le corresponden al personaje masculino, es decir, un ocho por ciento del total.  El otro noventa y dos por ciento lo asumen las voces femeninas estereotipadas.

La predominancia de once personajes femeninos —uno solo masculino— provoca una ambigüedad flagrante.  A la promoción activa de la mujer en la obra le corresponde fomentar la endo-culturación religiosa y lingüística de los indígenas.  Por medio del culto católico no sólo se propone una práctica religiosa particular.  Se estimula el uso exclusivo del castellano como lengua sagrada y de prestigio.  Así se lo propone Luisa a todos los espectadores en el siguiente parlamento; el aprendizaje del idioma culmina en una tertulia culinaria casera:

Ya te vide Pastorcito,

Ya aprendí el ispanguiol,

Ya me lo voy a mi casa,

A moler el alfajor.

En esta doble acción —promoción de la mujer al igual que del catolicismo hispano— el feminismo de la obra religiosa revela su verdadera dimensión.  Se propone la asimilación de la cultura indígena, su desintegración, a lo castellano como perspectiva única por forjar una nacionalidad salvadoreña mestiza.  Se halla en juego el mito del mestizaje, tan prevalente en casi variados círculos políticos e intelectuales hasta el presente.

Se presupone que El Salvador no es un país centro-americano ya que carece de una dimensión indígena que revele su americanidad.  América sólo se des-en-cubre al revelar su dimensión indígena original y patente.  Aún así, el texto trasluce un sincretismo religioso por el cual lo indígena resiste su desaparición.  La mujer indígena desafía el cambio de manera bastante sutil y encubierta por medio de una combinatoria litúrgica que convierte a la Sagrada Familia —José, María y Niño-Dios— en astros y divinidades antiguas.

Tal como lo demuestran el Parlamento 2-A y otros posteriores, existe una identidad entre la Luna y la Virgen.

***Ver recuadro***

Ambas figuras femeninas reciben el apelativo náhuat-pipil de Tunantzin, Nuestra Madre, el cual las identifica a la Diosa Madre Creadora, aspecto femenino del Ser Supremo de índole andrógina.  Si “Tunnatzin María” es la “Virgen María, Nuestra Madre”, el astro que “surge (kisa)”, también “Nuestra Madre”, identifica a la “Luna”.  De tal suerte, el último renglón suscita una neta ambigüedad sobre la madre del Niño, ya que Tunantzin identifica a ambas figuras femeninas, a la Virgen y a la Luna.  Sólo una traducción tendenciosa diría que el Niño le pertenece a la Virgen María, excluyendo a Nuestra Madre la Luna de toda maternidad.

Igualmente sucede con San José, Nuestro Padre/Tuteku, quien recibe el mismo patronímico que se le aplica al Sol.  Si “Tuteku San José” es claramente Nuestro Padre San José, en un texto como “kankalaki tuunal / tuteku tuteku (al ponerse el Sol, Nuestro Padre Nuestro Padre)”, el término identifica al Sol en su ocaso.  Por último, Tuteco Diush/Dios es “Nuestro Padre Dios”, tal cual se imagina en el exponente inicial de la Santísima Trinidad.

Los Padres del Mesías equivalen a los Astros regentes del día y de la noche.  Su identidad compleja conjuga un astro, una divinidad y una filiación familiar jerárquica.  En náhuatl-mexicano clásico, si Tonan designa a “cualquiera de las diosas madres” o “el aspecto femenino del sol”, Toteotzin/Teuctli denomina a “el Señor Supremo […] señor, noble […] el Espíritu Supremo” (Bierhorst).

Con respecto al Niño-Dios, sólo tres Parlamentos de la Pastorela mencionan su nombre en náhuat-pipil.  Lo llaman Xulut o Xolotl en náhuatl-mexicano.  Luego la memoria indígena la disipa un préstamo castellano, Ninkyo, de Niño.  Los diccionarios clásicos glosan el término Xolotl como “paje, mozo, criado o esclavo” (Fray Alonso de Molina).  Lo relacionan al axolotl, “salamandra comestible que menstrúa como las mujeres; perro acuático/lodoso” (Karttunen y  Bierhorst).  Como tal imagen canina aparece en el Baile del Tunco de Monte o Kujtan Kuyamet, en el cual un niño vestido de perro actúa el papel del Niño Dios, si bien de una manera satírica.

El axolotl es un anfibio que se inviste del símbolo paradójico de “lo emergente” que nunca emerge de las aguas primordiales.  El ajolote o salamandra mexicana representa a un batracio, o tercer mundo, que jamás alcanza la forma desarrollada del primero, por su amor a la placenta originaria.  Sólo John Bierhorst en su estudio sobre los Cantares mexicanos (1985) extiende el sentido de xolotl hacia el de “perro, mascota”, tal cual aparece en el pensamiento náhuat-pipil.  Ningún diccionario le otorga una dimensión mito-teológica, salvo la correlación sutil de Bierhorst con el perro.  Se trata de la figura animal que guía a los humanos hacia el inframundo, hacia el Mictlan mexica.  Esta identificación lo vincularía al doble de Quetzalcoatl y, planetariamente, a Venus.

Por hipótesis, obtendría que la Sagrada Familia se corresponde a los tres astros supremos: Padre-Sol, Madre-Luna e Hijo-Venus.

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