Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Sin duda, una de las virtudes cardinales del ser humano, es la humildad. Una virtud, por cierto, muy infrecuente, y muchísimas veces menospreciada al confundirla erróneamente con ¨la falta de carácter¨, la sumisión, la baja autoestima.
Si consultamos el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, encontraremos, del término, la siguiente definición: ¨Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento¨.
¡Cuántos yerros se evitarían en la vida personal y de la polis, si esta cualidad fuera practicada mediante el profundo análisis interior! Entender que los pocos logros que conseguimos en nuestra breve existencia, no son en definitiva nuestros, sino más bien, de la fuerza universal que nos presta la vida. Y que, sobre todo, son tan minúsculos, en relación con la sabiduría cósmica, que la sola vanagloria de ellos, es ya un acto de terrible ignorancia, cuando no, de lamentable imprudencia.
Imprudencia que se manifiesta en pensar que en torno a nosotros gira el mundo entero. No hay nada que señale más, la miseria de las entrañas, que el cacareo bullicioso de lo que consideramos nuestras grandezas ¡Y vaya que en el ámbito nacional abundan estos ejemplos!
Sabia es la sentencia popular que afirma, que entre más alto es el ascenso, más estrepitosa resulta la caída.
Uno de los pedagogos latinoamericanos más influyentes del siglo XX, Paulo Freire (1921-1997), decía: ¨No hay, por otro lado, diálogo sino hay humildad. La pronunciación del mundo, con el cual los hombres lo recrean permanentemente, no puede ser un acto arrogante. El diálogo, como encuentro de los hombres para la tarea común de saber y actuar, se rompe si sus polos (o uno de ellos) pierde la humildad¨. Justísimas palabras, que parecieran haber sido dichas, pensando en El Salvador de este convulso presente.
Ya lo afirmaba un personaje interesantísimo para la historia, la política y la religión de la España del siglo XX, José María Escrivá de Balaguer, quien al margen del juicio de valor que hagamos de su dimensión política, posee una riqueza moral y mística impresionante. De su pensamiento, esta frase: ¨El pedante interpreta como ignorancia la sencillez y la humildad del docto¨.
A propósito de estos comportamientos, patrimonio de almas que seguramente jamás imaginaron algunos golpes coyunturales que la diosa fortuna les deparó por unos instantes, recordamos esta maravillosa fábula titulada ¨Los dos gallos¨ del gran escritor Félix María Samaniego (1745-1801). Veamos: ¨Habiendo a su rival vencido un Gallo, / quedó entre sus gallinas victorioso, / más grave, más pomposo/que el mismo gran Sultán en su serrallo. / Desde un alto pregona vocinglero/ su gran hazaña: el gavilán lo advierte; / le pilla, le arrebata, y por su muerte, /quedó el rival señor del gallinero¨.
Concluye, entonces, el moralista: ¨Consuele al abatido tal mudanza; /sirva también de ejemplo a los mortales, /que se juzgan exentos de los males/cuando se ven en próspera bonanza¨.
Los beneficios de la humildad no tienen precio ¡Bien vale la pena, comenzar su práctica!