Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Hace unas semanas falleció el licenciado Francisco Durán Bermúdez, buy troche contador, amigo entrañable de la familia, especialmente de mi hermano Manuel, con quien fue compañero de estudios desde el bachillerato hasta la universidad. Y luego, padrino de su primera hija. Su muerte ocurrió debido a causas naturales, y de forma súbita
Por supuesto que un hecho como éste conmueve hondamente, sobre todo, en el ámbito hogareño y entre el cercano círculo de amigos y de personas allegadas en los órdenes laborales y profesionales. Con más razón, tratándose de una persona tan vital, tan llena de humor y tan amante de la vida como era Francisco, viajero impenitente, admirador profundo de la fascinante cultura del Viejo Mundo, al que iba con frecuencia.
Sin embargo, como reza lapidariamente el Génesis: “…pues polvo eres y en polvo te has de convertir”, refiriéndose, de forma particular, a la naturaleza física de los seres humanos, ya que lo imperecedero vuelve siempre, gracias a las leyes naturales, eternas e inviolables.
La muerte –como hecho inevitable- siempre nos desconcierta, siempre nos deja pensativos, reflexivos. Todavía más, si ésta se produce, no debido a los dictámenes de la biología, sino de la inmisericorde violencia.
Desafortunadamente, venimos y vivimos, en una sociedad que desde tiempos ancestrales, rinde culto al rostro macabro de la muerte. Muerte, asesinato, tortura, por diversas razones. En el pasado próximo por la política. Y en los últimos tiempos, por la delincuencia, la extorsión, la intolerancia, la corrupción y el odio.
Leyendo recientemente el volumen: “El poeta y la muerte”, una antología que preparó el periodista y escritor argentino Jorge Boccanera en 1980, para Editores Mexicanos Unidos, encontré en la presentación que hace su autor, un fragmento revelador: “En otros pueblos –donde la represión y Muerte son ya una costumbre de la barbarie- la poesía pasa de la elegía a la denuncia, de la clandestinidad al exilio, y nada contra la corriente para no perecer ahogada en la sangre del pueblo agredido. Esta situación es relevante en Guatemala, El Salvador, Honduras”.
Verdaderamente trágico, en nuestro caso, que la guerra civil, no nos haya bastado -en su dolor aleccionador- para “armarnos”, ya en tiempos de paz, no con instrumentos de fuego, sino con azadones, palas, lápices y esperanzas.
Hay que terminar con la cultura de la muerte, sea la que seguimos cargando desde la época del sanguinario Mictlantecuhtli -El señor del Mictlan-, una aterradora deidad nahua que se regodeaba con la sangre de los cautivos; sea con la triste herencia de opresión que nos dejó la colonia, la república y el estado pretoriano; o, sea, con ésta, originada por la orfandad, la migración, la pobreza, y la desatención de la polis. Vida es lo que necesitamos. Vida que se traduzca en armonía y paz, individual y colectiva.
El querido amigo Francisco Durán Bermúdez, trascendió ya este mundo de dolor y de dicha. Su alma transitó hacia un plano superior, como un día lo hará la nuestra.
Nos debe fortalecer, entonces, la esperanza del eterno retorno, en una hoja, en un pájaro, en una flor. En otra alma, que tendrá una nueva oportunidad de continuar el camino hacia la energía universal. Y ahí estará Cuscatlán, otra vez, mágico y pleno, maravillosamente, lleno de luz.
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