De ocho lados, quiero que sea de ocho lados
Wilfredo Arriola,
Escritor
“El mío quiero que sea ochavado, en cada lado estarán los ocho mejores momentos de mi vida…” Pensaba uno en el parque, equivocando el silencio, mirando hacia el horizonte, desapareciéndolo. Esa conversación interna que mantenía mientras esperaba a su amigo de toda la vida, al filo del sol triste de las 6 de la tarde. Cruzado de piernas, un poco lánguido de la vida y de los ánimos, orquestaba la espera de las cosas que poco importan ya, como si existiese el perdón. Llegó un poco tarde, es decir a tiempo, porque la puntualidad siempre es asunto de desconocidos, decía Lucio, quien llegó a amenizar la conversación interna de Mateo. Mateo, que reparaba en las formas del ataúd que quería fuese enterrado, de la cola de la muerte donde estamos todos condenados.
— Mira Lucio, pensaba la última noche, cómo sería mi cajón. Sí es que uno puede decidir sobre las cosas que de uno ya no dependen, como dijo el tal Pavese, eso de que, no se deben de tomar en serio las cosas que no dependen solo de uno, como el amor, la amistad y la gloria. Quisiera que mi ataúd fuera, de ocho lados, ochavado. Solo yo sé, cuales han sido mis mejores momentos en mi vida, no sé si habrán más, pero después de los 50 dicen, que uno recuerda más que vive y enseña lo que aprendió, pero solo lo bonito, lo otro queda en el cofre del olvido.
— Te estás poniendo delicado Mateo, con eso de elegir melancolías antes de vivirlas. Uno cuando se muere, queda a la decisión de los tuyos y a veces ni de ellos. Los papeles que se firman solo sirven de satisfacción en vida, después quedan de muebles para el polvo en las gavetas que vos mismo compraste. Yo por eso no reparo en cómo será mi ataúd, no sé que pudiera definirme si es que se puede hacer algo, como para dar fé de que uno vivió. Pero ya que me lo decís, quizás que fuera algo sobrio, sencillo, como creo que soy.
— Mira, yo lo he pensado bien. A veces le ponen ataúdes muy aburridos a la gente, gente que uno conoció y se les recuerda de otra forma, joviales, diferentes. Nada que ver con unos ataúdes de colores chillantes.
— Y para variar ellos se los pagan…
— Yo ya hablé con Isabel. Aunque no le gusta, dice que yo llamo a la muerte y me cambia de tema, pero la realidad no se esconde con mirar a otro lado. Vos lo sabes Lucho.
— Mira, ¿y la ropa? ¿Te vas a poner exquisito también?
— Vos lo tomas a broma, fíjate. Yo he dejado escrito mi ajuar, el traje con el que me case. No porque represente algo malo mi boda, pero, así como se entra a la gloria también uno debe de partir, ¿no crees?
— Yo como no me he casado, y no está en mis planes, no te pudiera decir… Pero me parece esa idea, con tu ampuloso traje y quizá con la misma sonrisa.
— La sonrisa, no lo sé. El blanco y el negro nos representan a todos, lo bueno y lo malo, todas las fronteras que uno atravesó. Las cosas que se han vivido para contarlas y otras para superarlas. Creo que el testamento es el único documento legal que puede pasar por poesía.
— ¿Y las palabras? ¿Dejarás algunas palabras?
— Las palabras serán los hechos que uno hizo. Y si no hay hechos que esas palabras sirvan en contra de nosotros. Siempre el definitivo discurso valido son los hechos.
— Pensándolo bien… pensaré en cómo será el traje de madera que llevaré. Aunque te lo digo desde ya, ahora hasta la celebración de la muerte puede ser un acto burgués. Una bolsa y ya, como basura, como algo que nadie quiere ver, ahí solo sirve el color negro. Me voy, creo que esto será para una de esas largas noches de insomnio donde uno piensa solo las cosas que importan.
— Yo me quedo un rato, te lo dejo para que lo pensés…
Quiero que sea color claro, nada de aburrido. Un tono que tenga que ver con la esperanza, con la luz que uno deja. Cuadrado, quizá. No, de ocho lados, como las ocho veces que fui más feliz. Recuerdo cada una de esas ocho, ¿y quienes las vivieron conmigo? ¿las recordaran? No lo sé. Un cumpleaños, una despedida (no fui feliz, pero me sentí vivo) aquel viaje, aquella primera vez, celebrar el campeonato con los de la infancia. Que me llamen papá… Ocho lados, una vida. Quiero que me represente, aunque yo deje de estarlo, por última vez