Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
https://nmt.academia.edu/RafaelLara
Desde Comala siempre…
I. Reseña de poetas (“Poesía para no olvidar. Antología de poetas comprometidos”. Ada Membreño (Prólogo y compilación)
Al hurgar las raíces robustas revela el lecho de los Muertos…
Omar Molina exhorta a formar una nueva guerrilla. Sometida a la explotación sinfín, “Latinoamérica Nuestra” escribe sus “historias” en “revoluciones fallidas”. El emblema lo sella el claudicar de la paz en 1992. Quizás a la espera de un nuevo alzamiento.
Adolfo Payés testimonia su “estar-allí”, “desaparecido” y “secuestrado”. Las “celdas” frías” transforman el verso que transcribe su memoria oculta en “algún lugar de El Salvador”. De revelarlo, tal vez caería de nuevo en la “mazmorra” del enemigo. Antes que letras, calca “sangre”, “gritos” y “lágrimas” tatuadas “en mi pecho de torturas”. Su amor y esperanza las sueldan la “justicia popular”, así como “un nuevo amanecer socialista”.
Armando Munguía entona un “canto” a la desaparición anónima. De su presencia “borrosa”, al lado emerge el “estar-allí” del recuerdo. La memoria vive tatuada en la “carne y en el “espíritu” del poeta. A veces la recoge del “asfalto”, hasta calcarla en la evasión entre las balas que perforan la página en blanco. La muerte sigue presente, ya que siempre “está-ahí” “el verde esperanza”. El vigor brota del “rojo utópico” de la lucha. Sólo el triunfo de la nueva batalla certifica el “sueño”.
Eva Ortiz busca el pasado constante de lo indecible. Lo sin-nombre refleja la luz nocturna y la sonrisa del amor. Su erotismo evade lo carnal al sublimarlo en “la patria”. La utopía extrae “la vida” de “la muerte” hasta revivir la ausencia.
En Salvador Juárez, la revolución se vuelve omni-presente en la historia nacional. El pasado lo actualiza el ideal del presente. Su proyecto construye esa vía directa de derechos sociales. Si el pasado lo re-presenta la memoria, su acción en curso la anticipa lo antiguo. Tal es el vaivén en vaticinio de la mirada. El vistazo del poeta alerta que la revolución política gira a imagen la re-volución terrestre. Luego de juntar “la guerrilla” con “el pueblo” —la liberación con el “cauce mesiánico”— organiza su “espectáculo final”. La paz concluye en el eterno retorno de lo mismo. La memoria refiere la captura cuyo escape es el exilio, pese a la reticencia del asilo. México le ofrece la calma al reconocer “mi humilde obra publicada”, así como la amistad de sindicatos y “teporochos”. La mujer “en la plaza del mercado público” se alza en emblema de la poesía.
Eduardo Salvador Cárcamo conversa con la mujer primordial —EVA— de “ese octubre glorioso” cuando “sus armas” escriben “la historia revolucionaria” en tinta de estrella. Perdura un mes, porque lo (in)memorable es reciente. Octubre retorna en viento de “golondrina” hacia la “conciencia”. Es un volcán en erupción del cual resucitan personajes “rebeldes hermanos”. Sólo una “oración combativa en Mater Nostra de las “Milicias Populares” salda la deuda en réquiem por los caídos. La esperanza de “Socialismo”.
Will Alvarenga asevera que sólo el re-cuerdo confirma “la veracidad de las historias”. La traición oculta la “vivencia” como lo demuestra el asesinato del “comandante Marcial”. La firma de los Acuerdos de Paz deriva de esa blasfemia. Perjura de “los héroes verdaderos” —la guerrilla— quienes perviven en el “semillero” del presente. Recobrar el testimonio de vida de Marcial —“panadero, jornalero”— ayudará a amasar la poesía y esperanza de liberación “siempre”.
Aguarrás anhela honrar su pseudónimo al diluir “Tú la historia real” en un juicio severo. Sin “ignorar el pasado” ni “orinar en el futuro”. De esa vivencia recoge sus “dardos poéticos” al rescatar los “ancestros”, los caídos. En su memoria subsisten “Roque” en su ingenio mordaz, “los Comités Populares” traicionados al firmar la paz. Contra “los mercenarios del partidos” reclama el recuerdo de Víctor Quintanilla, torturado “ahí frente de todos” y “el tribunal de nuestro pueblo”.
Mario Castrillo recuerda la Muerte cuyo semblante se disfraza de “fusiles y pesadas botas”. Algún día reconocerá su fracaso ante el antónimo de la “esperanza”. Ella enseña “a caminar”, quizás hacia la lucha “revólver” en mano. Así recuerda la emboscada y su huida “como gato” por el tejado entre las balas.
Kenny Rodríguez también evoca la Muerte. Familiar cercana, ronda en todas las vecindades y hogares “en mi país”. Un “asesinado secuestrado” se reconoce siempre como asunto doméstico. Por esta llaga supura la poesía que no “calla realidades”. Los nombres se multiplican, de Roque a los desaparecidos quienes le carcomen “la piel”. “Los versos de la historia” —asegura— no los escriben “poetas”. Los viven “el teatro del combate” y “el tronar de los fusiles”. “La palabra muerte” testifica la permanencia viva.
En Arturo Cordero Portillo revive octubre en el “estar-ahí” de tu compañía. Ambos en el mismo “barco”. Unos prosiguen su camino de “indigente”; otros, en la vergüenza, olvidan “el adobe de su casa”, “las penas proletarias”. Siempre en octubre, regresa el “niño de campo”, el “niño proletario”, quien sólo germinará “nuevamente” al renacer “la semilla proletaria”. Por este ideal, consigna que el lema “revolución o muerte” inviste a la Muerte en verdadera revolucionaria, ante el fracaso de la paz. Ella es la Luciérnaga que anuncia “la libertad”
En Otoniel Guevara, el ideal guerrillero cobra su revancha de Luna. Acompañado de insectos, sus camaradas, evade “tumbas” hasta inflamar la noche de ensueños por el “amanecer” precoz. En la iniciación reconoce cómo, de “zurcir estrellas”, desfila hasta interrogar el “viento” que causa la “miseria”. Por ese aprendizaje, ronda “calles” con la esperanza de colmar la “luna de sangre”. El río Acelhuate le ofrece la documentación primaria en la cual leer la historia del genocidio nacional.
Efraín Clandestino busca el testimonio de la roca cuya dureza resguarda el renacimiento de “cuerpos muertos”. El “sembradío en la piedra”. Narra su propio secuestro de “sindicalista sin nombre”. En paráfrasis cervantina y roquera, certifica la existencia del “nombre” de quien “no quiero acordarme”. La flor (anthos), imagen de la poesía, “hiede a tortura”. Manifiesta el eterno desacuerdo de la fauna que escapa del cazador; del agua que transcurre en torrente por la montaña guerrillera. No aspira a volverse poeta. En cambio, sin respeto, prefiere la espontaneidad del “amor”, la libertad al desnudo, “la vida y la lucha”.
Esmeralda Ávila Sosa clama el nombre de “Monseñor Romero” para impedir “la represión” continua. Igualmente, resucita el “pobrecito poeta que era yo” en “alma” y “cuerpo” del “pueblo”.
Elizabeth Torres recurre al “estar-ahí” del poeta contra el silencio. La palabra desafía la mirada. Trasciende la vergüenza, la mentira y el encubrimiento. En su sinceridad extrema, confiesa “la cobardía” y “la duda”. El temor le carcome la valentía necesaria para regresar al combate guerrillero. Entonces declara su amor ideal por el ejemplo del abatido a tiros durante la “Ofensiva hasta el Tope”. Su meta tropieza a medio camino. Letras mutiladas del poema.
Alejandro Rosales hace del amor la insignia de la lucha que vence el miedo. En la esperanza de “victoria”, evoca a quienes aplicaron el lema a la letra. Ahora caduco. Los muertos desfilan al ritmo del verso. Declaman la traición de la paz; reclaman la franqueza de la guerra en antesala del “socialismo”.
Edwin Rivera acepta con dignidad los nombres injuriosos que le atribuyen sus enemigos. Los asume como simples atuendos que recubren su verdadera sinceridad y compromiso. Exalta la guerrilla “fusil en los brazos”. La paz firma la traición y el olvido de “la lucha”. La mentira del ideal extraviado.
Ada Membreño transcribe la fecha de la traición: “uno de junio”. “La revolución” queda en “cuento” de hadas. “Las urnas” sustituyen “las trincheras”, al “cumplir” la “misión” del “olvido”. El canje define la economía actual del arma por la butaca placentera. Por ello, es necesario “recordar” en esa vuelta al lugar de los hechos. Al de la Muerte iluminada por las estrellas.
La revolución salvadoreña
me hizo entrar en el río Lethe hasta la cuello,
mientras ella, flotando iba ligera
cual una lanzadera, de ola en ola.
Cuando me hallé cercano a la ribera,
Asperges me, sonó tan dulcemente,
cual recordarlo ni escribir pudiera.
La bella, con sus brazos,
blandamente sumergió mi cabeza,
y abrazado, me obligó a beber
en la corriente del olvido.
A continuar…