Myrna de Escobar
Más allá de la anatomía humana vivimos varias vidas en un solo cuerpo, varias realidades nos habitan, moldean nuestra alma detrás de una silueta cuyo nombre es público, pero del cual no se puede asegurar el destino. Nadie sabe de nuestro paradero final, sino Dios. Otros podrán marcarnos el sendero, pero son nuestras concupiscencias las que guían nuestro actuar en la vida.
Al nacer rompemos el molde impulsado por una fuerza ulterior, quejumbrosa, incierta. Si algo sale mal, lo cual a veces sucede, perdemos o ganamos. Dependemos absolutamente de otros. Ese primer salto al vació nos lanza de la comodidad al desierto, a lo incierto, a la nada. Necesitamos ser envueltos como capullos de seda para evitar los sobresaltos. En esta etapa más frágil de la vida, somos lienzos vivos, bordados de sueños, pureza e inocencia. Es el momento donde se recrean las mejores historias que van a cimentar nuestro ser, para bien o para mal. La curiosidad es la madre del saber en este periodo del existir. Nuestro cerebro es como una esponja, nos atrae todo lo que llama la atención. Es la edad de la fantasía, el llanto y la risa fácil. Es la edad del yo, donde la familia es lo más importante.
En la adolescencia la vida se torna un lecho de flores, nos embriaga el perfume y nos seducen las palabras bonitas. Conquistar el mundo parece entretenido, caminar sobre el fuego se antoja, y soñar despiertos nos sobresalta. Nos roba la calma. Buscamos nuestra autonomía en el hogar ideal, pero hacemos lo contrario hasta donde nos lo permite la alcahuetería. El embeleso es un susurro, nos gana la voluntad, y contrariar a otros se vuelve fácil. Toda realidad adquiere un nuevo brillo, suspirar es un acto inconsciente. El sonrojo es un bochorno. Las miradas hablan, somos sensibles. Todo nos talla bien, hay poco que esconder o mucho que mostrar. Es la época de socializar.
En la juventud se conquista el mundo, salvaguardado en la adolescencia. Las responsabilidades nos hacen madurar, o nos vuelven frívolos, irresponsables. Los placeres aumentan, y la ansiedad por llegar a tiempo nos hacen madrugar, la vida en perspectiva nos exige trabajo arduo para alcanzar metas. Meterse en líos sigue siendo fácil, endeudarse por la gula o con los vicios, es posible. Te crees dueño de la vida sin comprender que es inoportuno juzgar sin recorrer las millas de otros. Si has madurado entiendes que puede pasarte a ti y te vuelves solidario, de lo contrario; petulante. Tú decides. En nuestra sociedad estamos hechos de deudas, desvelos, trabajos e insatisfacciones. Quisiéramos que la vida fuera todo menos finita, hasta que llegan las enfermedades.
En la edad media, cuando estamos hechos de fatiga y ansiedad, sentir que se acorta la vida puede llenarnos de miedo, casi todo se vuelve un acto de fe. Se recoge la cosecha, abundan los achaques, alimentos que antes saboreamos se vuelven mortales, cambia el humor y la paciencia. El sueño escapa, asoma la nostalgia, te asalta la inesperada carcajada y ya no importa el qué dirán. Estamos hechos de logros, esperanza, recuerdos, añoranzas; ayeres. Las pérdidas familiares van sumando y nos recuerdan la patria definitiva.
En la vejez regresa la pereza o el afán nos mantiene vivos. Llegamos hechos de… y sí hubiera, quejas, olvidos, pérdidas, ganancias. Kilos más, kilos mendos, es lo propio. La culpa o la vergüenza son cosa del pasado, puede aumentar el apetito y el sueño; te aproximas a la crítica con otra mirada. Darte cuenta de que todo lo hecho fue por elección propia, consuela, o te llena de remordimientos. En esta instancia de la vida cuando se ha amado, desamado, tenido, odiado y pecado, más se sueña con el perdón y la muerte. Se acortan los días buenos, los sobresaltos ensombrecen la noche, un resbalón y hasta la indigestión pueden ser mortales.
Con excesos, simplezas, anclados a valores y creencias, de mente abierta o añejados en el pasado, en muchos aspectos vamos bregando por descubrir el otro lado de la luna. Misma que parece sonreír cada noche. El arcoíris sigue siendo un espectáculo digno de admirar. Con mucho equipaje o ligeros, hay voces que se niegan a morir, diálogos inconclusos, ojos intrépidos de asombro o incredulidad, tenemos una identidad inconfundible. No pueden darnos atol con el dedo, ya venimos de donde asustan. Hemos vivido, sumado años, canas, arrugas.
Yo aún sigo mi viaje ligero, lleno de simplezas, letras, voces mías y prestadas, con dolores articulares, pero con una presión arterial juvenil. —dice mi doctora.
¿y usted, de qué está hecho, de todo, de nada, de algo, de apariencia o de verdad?