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De Tomás de Aquino a Monseñor Romero

Alirio Montoya

Cuando realicé unos estudios de posgrado, mi profesor de Teoría del Derecho, el ilustrado Juez Juan Antonio Durán, comentaba -palabras más, palabras menos- que cuando san Óscar Arnulfo Romero hacía el llamamiento con autoridad a que “una orden de matar nadie debe de cumplirla”, y también, por ejemplo, cuando Monseñor Romero señalaba que “una ley inmoral nadie tiene que cumplirla”, dichas expresiones tenían mucha relación con la concepción iusnaturalista del Derecho; y que, en tanto y por cuanto, lo expuesto por Mons. Romero se asimilaba a su vez con las ideas teologales, filosóficas y jurídicas que profesó santo Tomás de Aquino; de hecho, continuó diciendo nuestro profesor, “Monseñor Romero será estudiado muy pronto así como ahora se estudia en las escuelas de Derecho a Tomás de Aquino”, particularmente en lo que respecta al valor Justicia.

Siendo que mi mente es inquieta, las afirmaciones de nuestro brillante profesor de Teoría del Derecho las fui entretejiendo en el plano intelectivo y reflexivo con la lectura que hice de varios textos de Tomás de Aquino y Monseñor Romero, hasta que llegué a la conclusión que mi profesor tenía toda la razón. Para arribar a esa conclusión, el entrelazado exigió de mi parte la más profunda honestidad académica y una deliberación desde la filosofía del Derecho, requiriendo para ello como dicen, de puntadas bien finas, o como solía de decir mi padre: despacio y buena letra.

Tomás de Aquino en su Tratado de la justicia y en las Sumas Teológicas aborda temas sobre lo que debemos entender por Justicia. Por razones de espacio, tiempo y precisión, voy a retrotraer solamente un razonamiento de Tomás de Aquino, desgranado del tratado arriba enunciado. Decía enfáticamente en su tesis sobre “Si siempre se ha de juzgar según las leyes escritas”, que no siempre debemos juzgar según las leyes escritas. El fundamento de Tomás de Aquino lo sustentaba en el profeta Isaías y en la ética aristotélica. Cita a Isaías (10:1) cuando este escribió que: “Ay de aquellos que establecen leyes, y que al escribirlas han dejado consignada la injusticia.”

En ese mismo orden lógico, Tomás de Aquino se refiere a Aristóteles. Afirmaba que el autor de la Ética al referirse a las leyes injustas, evidentemente contradecían el Derecho Natural, pero, continúa en su comentario, puede haber leyes justas pero deficientes; en este caso, sostiene santo Tomás de Aquino, no se debe de juzgar conforme a la letra de esa ley, sino recurriendo a la intención del legislador; esto es, la elaboración de juicios de hecho y de valor, en donde el aspecto valorativo se imponía sobre los hechos y por consiguiente sobre la ley escrita que se consideraba injusta. Finalmente, Tomás de Aquino esgrime una lapidaria aseveración, si las leyes escritas son injustas “ni siquiera pueden llamarse leyes, sino más bien corruptelas de la ley”.

Esa línea de pensamiento de Tomás de Aquino se fue perfeccionando y adecuando en el devenir del tiempo. Tenemos a John Finnis, para el caso, quien sostuvo que las leyes injustas no se correspondían, desde la razón práctica, con el carácter moralmente obligatorio de la norma. Posteriormente, podemos hablar de la fórmula de Radbruch, filósofo del Derecho alemán quien estableció el criterio consistente en que una ley sumamente injusta no debía de aplicarse. Así, de Gustav Radbruch llegamos a Robert Alexy y la formulación de la naturaleza dual del Derecho, cuando incorpora la pretensión de corrección; no sin antes haber mencionado a Ronald Dworkin, un filósofo del Derecho liberal, para quien un juez podría incluso fallar en contra de la literalidad de la norma.

Como se advierte, aunque relinchen los teóricos del Derecho que procuran el mantenimiento del status quo, el legado de Tomás de Aquino sigue perviviendo hasta la fecha. La escolástica le aportó enormes ideas al Derecho y, a propósito de santo Tomás de Aquino, Ignacio Ellacuría también le reconoce el mérito de haber incorporado a la escolástica, a la Iglesia pues, el pensamiento de Aristóteles, a quien la Iglesia prohibió su lectura. Entonces, decía Ellacuría, con Aristóteles searistetoliza el cristianismo y se cristianiza el aristotelismo.

Vayamos a Monseñor Romero. El símil entre Aquino y Romero que se pretende establecer radica en varias teorizaciones de Monseñor Romero en sus Cartas pastorales, homilías y otros documentos, así como -y es lo más destacado- en la praxis de denuncias ininterrumpidas contra leyes y órdenes injustas. Mons. Romero demostró que su manera de actuar era apegada al Evangelio, lo que evidenciada en su defensa por los pobres y su denuncia de las violaciones a los derechos humanos, lo cual encontraba una armonía con los Evangelios, así como con los documentos del Concilio Vaticano II, seguido de los documentos de Medellín y Puebla.

En la homilía del 5 de marzo de 1978, Mons. Romero sentenciaba: “La Iglesia tiene que ser la conciencia crítica de la sociedad, formar también la conciencia cristiana de los creyentes y trabajar por la causa de la justicia y de la paz.” El llamado debía partir desde un ente institucional como era la Iglesia, y dispersar esas ideas sobre el fomento de la justicia y la paz social en contra del pecado estructural. Por ello insistía en que “Sin justicia no hay amor verdadero, sin justicia no hay la verdadera paz.”

En esa misma homilía Mons. Romero decía, “La Iglesia, pues, defiende los derechos humanos de todos los ciudadanos, debe sostener con preferencia a los más pobres, débiles y marginados; promover el desarrollo de la persona humana, ser la conciencia crítica de la sociedad.” Y lo más relevante lo observamos en la homilía de 1980 cuando discurre lo relativo al 5° mandamiento: No matar. En este mandamiento, decía Mons. Romero, se proclama la sacralidad de la vida. Con lo dicho hasta aquí, se ha demostrado que hay una similitud entre lo que teorizó Tomás de Aquino respecto de la justicia con lo que Mons. Romero hacía en la práctica.

Conviene ahora resaltar la vigencia del pensamiento de Tomás de Aquino. Si una ley injusta pierde su obligatoriedad, el servidor público y el juez debería ceñirse a la justicia antes que a la literalidad de las leyes injustas. Pero resulta que tenemos jueces y servidores públicos que aplican leyes -bien por ignorancia congénita o por ser jueces que emiten sentencias por encargo- de manera autómata, no obstante y que esa disposición sea injusta. Son jueces enquistados en una concepción formalista del Derecho, que no les interesa en lo más mínimo el valor dignidad humana al momento de aplicar las leyes escritas.

 

En lo que respecta a Mons. Romero ha de estudiarse, sin la menor duda, como uno de los máximos defensores de los derechos humanos, como un personaje que desde la teología le ha aportado mucho a la Teoría de la justicia, no solo desde una teorización de este valor, sino desde y para la praxis, encaminada a la transformación de las estructuras injustas en el ámbito económico, político y jurídico.

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