Por: Rolando Alvarenga
Tremenda polvareda ha levantado en los últimos días el trágico desenlace del combate por el título Welter (147 libras), entre el campeón Ricardo “El Diamante” Cortez y el retador Francisco “La Pantera” Ruiz. Una pelea con trágico final para un joven soñador que murió con los guantes puestos sobre su ataúd.
Sin haber visto el combate, muchas personas han recriminado la actuación arbitral, considerando que el trámite del enfrentamiento llegó a caer en el nivel de paliza. Apreciación que -sin ser defensor gratuito del tercer hombre del ring, pero visto desde ring side- ¡no fue así!
Digo lo anterior porque, durante más de cuarenta años de seguir el box profesional nacional e internacional, he sido testigo de cualquier cantidad de peleas con artillería para todos los gustos y todo tipo de finales. Una experiencia que a uno le permite tener un criterio bien claro sobre cuándo parar y cuándo no parar un combate.
En este aspecto, he observado que casi un 95 % de peleas han sido detenidas cuando, a punta de golpes contundentes, un boxeador desarmó la guardia del rival e instantáneamente emprendió un feroz bombardeo arriba y abajo en busca de aterrizar al otro peleador. Y, por ende, tras no recibir respuesta durante varios segundos, el árbitro intervino para poner un alto al fuego y evitar una inminente tragedia.
Visto desde el área de prensa, el combate fue dominado con amplio margen -e incluso con un par de caídas- por Cortez, mientras que Ruiz siempre se mantuvo combativo y dando pelea. Incluso, no recuerdo que Cortez lo haya bombardeado durante varios segundos hasta bajarle la guardia y tenerlo listo para el tiro de gracia.
En todo caso, serán los exámenes forenses los que determinen la causa clínica de muerte del “Pantera”, quien un día soñó con ser campeón salvadoreño de boxeo. Un sueño convertido en pesadilla y, de allí, al cementerio para el sueño eterno. ¡Lamentable!
*Los conceptos vertidos en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quien los presenta.