Francisco Herrera
[El jueves pasado cerramos con dos palabras: “socialmente excluyente”]
Y dígame, ¿no es buena idea, y llevada a realización concreta, la remodelación de la plaza Barrios, conocida también como plaza Cívica aquí en San Salvador?
Sí, es buena; pero no nueva, ¿sabe por qué? Los planos de esa remodelación estaban comprendidos dentro de un plan más grande, el Plan-Ciudad (de Violeta, la actual ministra de Salud, la doctora Violeta Menjívar), que ella y su concejo establecieron. Los planos de la Barrios solo eran parte de ese plan, y bajo un concepto que Bukele abandonó, más adelante trataré de extenderme sobre ese concepto.
Ese Plan-Ciudad sería implementado en el siguiente período del gobierno municipal; pero Violeta no ganó la elección, la ganó un fulano de quien no deseo hablar si no es para decir que él decidió no echar a andar el plan de su predecesora, quizá ni lo vio.
Bukele, al llegar a la alcaldía (después de ese fulano), entresacó del Plan-Ciudad los planos del Centro Histórico. Veamos lo que tenía Violeta y lo que hizo Bukele.
Primero. Lo más importante, el método de Violeta: un Plan-Ciudad elaborado en concertación sistemática entre autoridades y expertos en diversas áreas (jardinería, aguas, desechos, sanitarios, suelos) y arquitectos, ingenieros, diseñadores; y directivos de la Cámara de Comercio; y… ¡usuarios! Todos concertando. Digo usuarios en el sentido amplio de la palabra: los que allí comercian durante el día, en mercados, tiendas y… vendedores propiamente, en puestos fijos ocupando las aceras, y las calles en carretilla, o en carretones, o en la mano (tomates en la mano, aguacates en la mano, “agüecoco” en la mano, pedacitos de la lotería en la mano….).
Segundo. Ese Plan-Ciudad (como su nombre lo dice) pretendía volver habitable ese espacio, como durante siglos lo fue; para lo cual se formaron cooperativas encargadas de estudios sobre rehabilitación habitacional; lo que con seguridad vendría a devolverle actividad nocturna a la ciudad (teatros, restaurantes…). En suma, San Salvador humana, como tantas ciudades en el mundo y la nuestra por qué no.
Tercero. Bukele (y los que ya para entonces le hacían la rueda) de un plumazo rayaron el Plan-Ciudad de Violeta.
Cuarto. Resultado: hoy, vida nocturna: cero. A menos que entendiésemos por vida nocturna algunos chupaderos o “niñas” en cuturina guiñándole el ojo al cliente. Pero sí: gran desorden, 22 cuadras de desorden. Y cólera de las vendedoras. Estrechez, amontonamiento, usted, si pasa por ahí, puede verlo, a medio metro de la calle, allá por el San José, o por la Avenida España entre Catedral y el Hula Hula. Y bajón de ingresos, y endeudamiento. No olvidemos: la mayoría de esas mujeres son jefas de familia.
¿Y el mercado Cuscatlán del que tanto se habló? Pues, fracaso total también ¿Para los dueños del edificio? No, para las vendedoras.
Bueno, entonces: esa remodelación: idea robada; y una vez robada, mal ejecutada. Le pregunto: mal ejecutada ¿por incapacidad o por deliberada decisión? No lo dude: por deliberada decisión, por no haber querido atenerse a la dinámica de concertación establecida por Violeta. Por ideología primaria de derecha, si usted quiere.
O sea, y si echamos la mirada a lo más reciente, a lo que en el curso de esta campaña Bukele ha venido haciendo en materia de ideas (que él llama “nuevas” en su plan cinematográfico), ¿ha sido correcto según usted señalarlo de plagio?
Claro que es correcto. Digamos solamente que plagio es palabra no tan usual y de significado un poco suave, solo fuerte si el plagiador es llevado a juicio. Yo prefiero robo.
Dicho esto, fíjese cómo van las palabras: el plagio, plagio queda. En cambio el robo, no: cuando el ladrón devuelve lo robado. Todo lo robado, porque si solo devuelve una parte, ladrón queda.
Entonces ¿Bukele es plagiador y también ladrón? Plagiador, sí. Hugo lo demostró ante las cámaras. En cuanto a si es ladrón, que lo diga la ley. Hugo, en definitiva, lo que hizo fue un emplazamiento moral.
Bien, pero usted afirmaba que Bukele es un personaje de marcados rasgos fascistas.
Sí, así es. Muy marcados. Volvamos al respecto, si le parece, al texto que comenzamos a examinar, donde invita a los salvadoreños a votar por él diciéndoles “dejemos atrás a los mismos de siempre”. Alguien podría defender ese lenguaje argumentando que estamos en campaña, y que en una campaña el candidato propone y el votante dispone –como en las técnicas de venta; y que al final (de la campaña) las palabras el viento se las habrá llevado.
Sí, puede ser, usted lo ha dicho: como se lanza un nuevo producto a consumidores poco advertidos; pero es aquí que hay que bajar a la tierra. ¿Qué es, qué sería, un maestro en su escuela, en Perquín por ejemplo, que les dijera a sus alumnos que los Acuerdos de Paz hay que dejarlos atrás, basurilla de la historia?
Y: siendo que esos acuerdos, elevados por las Naciones Unidas a ejemplo a seguir en la solución de conflictos armados en el mundo de hoy.
Y: siendo que esos acuerdos fueron firmados por salvadoreños, ¿dejarlos atrás, a esos salvadoreños?, ¿borrar su memoria de nuestra historia?
Y: ¿no son acaso consecución de inenarrable sacrificio de salvadoreños esos acuerdos?
Y: que un fulano, hoy, por motivos de campaña, al negar la historia de ese sacrificio, ¿no está, en última instancia, negándose a sí mismo?, ¿él, que quiere ser presidente?