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Defensa de la mujer hace 205 años en Estados Unidos

Suplemento Tres Mil Historia

 

Discurso. Pronunciado en un Tribunal de los Estados Unidos, por una muchacha acusada ente él de haber tenido cinco hijos ilegítimos. 1820[1]

Señores: Yo oso esperar que esta tribuna me permita decir una palabra en mi favor, soy una mujer pobre y desgraciada, que pudiendo apenas ganar mi subsistencia, no tengo arbitrios para pagar abogados que defiendan mi caso. Yo voy, pues, a hacer hablar la razón: como ella sola tiene el derecho de hacer ley, ella sola puede examinarlas todas. La que me trae a vuestro tribunal me ha juzgado ya: no pido que os apartéis de ella; pero si os suplico, intercedáis con el gobernante, para se digne remitir la multa, a que me habéis condenado.

Esta es la quinta vez que comparezco ante vosotros por el mismo delito; dos veces he pagado fuertes multas; y dos veces demasiado indigente para espiar mi falta con una pena pecuniaria, he sufrido un castigo doloroso y deshonrante. Estas penas están ordenadas por ley; bien lo sé, pero si se deben derogar las leyes cuando son irracionales, si se las debe mitigar cuando son demasiadas severas, yo me atrevo a deciros, que la que me persigue es tan injusta como cruel, respecto a mí. Sin el crimen de que este tribunal me acusa, y de que el cielo me absuelve, yo he llevado una vida irreprensible, desafío a mis enemigos, si por desgracia tengo no merecidos, a que produzcan el mal que yo haya podido hacer a cualquiera, hombre, mujer o niño. Yo examino mi conciencia y mi conducta, una y otra (lo digo resueltamente) me parecen puras como el día que me alumbra; y cuando busco mi crimen no lo encuentro sino en la ley.

Con riesgo de mi vida he dado a luz a cinco hijos; yo los he alimentado con mi leche, sin ser gravosa al público ni a nadie. Me he entregado con todo valor y la ternura maternal, a los penosos cuidados que exigían la debilidad de su niñez. Los he formado en la virtud, que no es, sino la razón. Ellos serán ciudadanos como vosotros mismos, a menos que les quiten con nuevas multas el fondo escaso de su subsistencia, y que les forcéis a huir de una tierra que los rechaza desde la cuna. ¿es pues un crimen, el fecundar a ejemplo de la tierra nuestra madre común? ¿lo es, el lamentar el número de ciudadano, en un país nuevo que necesita habitantes?

Yo no he seducido al marido de ninguna mujer, jamás he pervertido a ningún joven, ninguno tiene que quejarse de mí, si no es acaso, el Ministro del Evangelio y el Juez de Paz disgustados de haber perdido el honorario de sus funciones, porque he tenido hijos sin ser casada ante ellos. Pero ¿ésta es la falta? Yo apelo a la justicia; vosotros conocéis en que no me falta juicio; ¿no sería una locura si habiéndome entregado a los más penosos deberes del matrimonio, yo no hubiera buscado sus honores? Siempre he estado lista y estoy aún, dispuesta a casarme, y me lisonjeo de que sería digna de un estado, tan respetable, como la fecundidad, la industria, economía, el valor y la frugalidad de que me ha dotado la naturaleza, porque me había designado a ser una mujer honesta y virtuosa. Yo lo esperaba así, cuando siendo aun virgen escuché los primeros votos del amor, digo el juramento del matrimonio, pero la confianza indiscreta que tuve en la sinceridad del primer hombre que amé, me hizo perder el honor, contando siempre con el suyo. Tuve de él un hijo, y después me abandonó.

Este hombre es conocido de todos vosotros. Yo debería creer que se presentara a este tribunal en la ocasión para moderar el precio de otra sentencia. Si el hubiera comparecido nada tendría yo que decir. Pero ¿cómo no podré acusar la injusticia de mi suerte, que quiere que el que me ha seducido y arruinado, después de haber sido la causa de mi pérdida, goce de los honores y del poder, sentado en los tribunales, donde se castiga mi desgracia con el azote y con la infamia? ¿cuál será el bárbaro legislador que pronunciando entre los dos sexos, favorece al fuerte, y se encarniza contra el débil, contra este sexo desgraciado, que por un placer cuenta mil desgracias y mil enfermedades; contra este sexo a quien la naturaleza vende, a un precio capaz de asustar las opaciones más desenfrenadas, esos mismos placeres que ella os está brindando?

¿Se dirá, sin duda, que a más de las leyes civiles, yo he violado los principios santos de la religión; pero a la religión corresponde castigarme si he pecado contra ella; y no es bastante que me haya privado de la comunicación de mis hermanos que sería un consuelo para mí? – Vosotros decís que yo he ofendido al cielo, y que me espera un fuego eterno. Si lo creéis así, ¿por qué agravarme con castigos en este mundo? No, señores; el cielo no es inexorables ni injusto con vosotros. Si yo creyera que lo que llamáis un pecado fuese verdaderamente un crimen, no habría tenido la audacia de cometerlo. Pero ¿cómo podré pensar que Dios se irrite de vernos regenerar, cuando él da a mis hijos un cuerpo sano y robusto, y se complace de dotarlos de un alma inmortal? ¡Dios es justo y bueno! ¡¡Dios reparador de los males y de las injusticias, a vos es a quien apelo de las sentencias de mis jueces; no me venguéis, no los castiguéis; pero dignaos ilustrarlos y enternecerlos!! Si habéis dado al hombre la mujer por compañera, sobre esta tierra erizada de espinas, hace que él no sepulte en el oprobio a un sexo débil, que el mismo ha corrompido; que no siembre la miseria y la vergüenza en los placeres donde habéis fijado el consuelo de sus trabajos; que no sea ingrato y desnaturalizado hasta en el seno de la felicidad, abandonando al furor y a los suplicios, las víctimas desgraciadas de su voluptuosidad; haced que respete, en sus deseos, al pudor que finge honrar, o que después de haber violado en sus placeres, las compadezca en vez de ultrajarlas; o haced más bien que no cambie en crímenes las acciones que vos mismo habéis permitido y aun mandado cuando dijiste a su raza: “creced  y multiplicad”.

Ved, señores, a todos esos celibatorios, que por temor de los deberes y cuidados del matrimonio rehúsan dar a luz su posteridad; ¡Cuánto mayor y mas dañoso es su crimen que el mío!; que la ley les obligue a casarse o a pagar una multa doble de la que a mi se me impone.  – ¿Qué podrían hacer unas jóvenes a quienes la educación impide solicitar a los hombres para el matrimonio? ¿A quiénes el estado no da marido cuando los hombres las instan vivamente a corresponder los primeros deseos que la naturaleza les inspira?

Yo he llamado, a pesar vuestro, el deber primitivo de la creación. Por no traicionar a la naturaleza no he temido exponerme al deshonor injusto y a los castigos mas vergonzosos. Antes he querido sufrirlo todo que ser perjura al voto de la propagación y cometer el verdadero crimen de sofocar a mis hijos antes de concebirlos o después de haberlos concebido. No he podido, lo confieso, después de haber perdido mi virginidad guardar el celibato en una prostitución secreta y estéril, y yo pido todavía la pena que me espera, y que sufriré con valor antes que ocultar los frutos de la fecundidad, que le cielo ha dado a los mortales, como su primera bendición.

Este discurso produjo una revolución sensible en todos los espíritus; la mujer fue absuelta por una voz unánime; el tribunal la dispensó del castigo, y para colmo de su triunfo, uno de los jueces se casó con ella ¡tanto la voz de la razón es superior a los prestigios de una elocuencia estudiada!

           

[1] De la Gazeta del Gobierno Supremo del Estado del Salvador, en la República de Centro-América, Juio 23 de 1847.

 

 

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