DÉJÀ VU
Por Mauricio Vallejo Márquez
Una calle por la tarde se convierte en el pretexto perfecto para que los recuerdos lleguen. Una flor en la acera evoca que esos días de niñez vuelvan con sólo estar ahí, con su delicado tamaño, con sus pétalos tan iguales a los que veía con ese tenue violeta que a veces tiraba a azul. Mientras el viento se suma para hacerla chocar contra la pared y volver a caer y quedar inerte, sólo para ser apreciada por los escasos ojos que se inclinan para escarbar algo de historia en ella.
Cuando era niño había una enredadera de esa flor en la casa de mis abuelos y todas las tardes me paseaba cerca de esta. Recogía sus hojas y con sus flores era posible ver las hélices azules de helicópteros que caían de la escasa estatura de esos años. No importaba con qué jugará, siempre al final volvía a las pequeñas hélices. Y con esas hélices volaba. Todo aquel jardín llegó a convertirse en mi mundo, en esas tardes cuando recorría la grama sin pensar en lo que más tarde vendría, así recorrí los guayabos, el árbol de aguacate y el de mango. Los dos colosos que llenaban el cielo.
Y todo eso volvió mientras caminaba, cuando iba por las aceras de una calle en ese habitual tránsito diario, en el que siempre surge un recuerdo, una imagen o incluso la sensación de que en ese caminar algo ya lo hemos vivido o como si en algún momento lo soñamos. Un pequeño detalles resulta una fotografía en nuestros recuerdos que vamos volviendo a ver, como sucede con los archivos de las computadoras.
Y entre los rostros de la gente, poco a poco vamos encontrándonos con esos sueños, con las personas que creemos conocer o haber conocido, aunque es la primera vez que lo vemos. Cualquier gesto o un rasgo es suficiente para asociarlo a alguien que nos es familiar e incluso confundirlo, hasta encontrar la frialdad del no, a pesar de la calidez del saludo.
Así como a veces es necesaria una segunda mirada para recordar un lugar, a una persona o comenzar a volar entre toda la suma de recuerdos que se agolpan con sólo ver la delicada caída de una hoja. Todo lo que vivimos llega a presentarse como algo que debíamos vivir.
Cuando se dice que la vida es un espiral que parece ser un mismo círculo sin final, se tiene la razón. Lo importante de todo es saber apreciar la diferencia entre los aciertos y los errores para no cometerlos. El detalle es que no siempre se tiene conciencia de ello y por eso es necesario saber observar, tener la capacidad de apreciar los detalles. Sólo así el Déjà vu se convierte en sólo eso, una imagen que se considera ya vivida, pero sin serla.
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