Marlon Chicas
El Tecleño Memorioso
“Madre he ahí a tu Hijo; Hijo he ahí a tu Madre” (Jn 19: 26-27).
El misterio de la maternidad, es el acontecimiento más sublime dado por Dios a la mujer, que da pie a una íntima relación afectiva entre el ser que crece en su vientre, por el que sacrificará sus propias comodidades y desvelos, a lo largo de la vida.
La vocación de madre es un don de Dios, que lleva a acoger la vida, protegerla, traerla al mundo, alimentarla, sostenerla y acompañarla en su crecimiento y desarrollo físico, afectivo y espiritual. El Papa Francisco indica que: “En la familia está la madre. Toda persona humana debe la vida a una madre y casi siempre debe a ella mucho de la propia existencia sucesiva, de la formación humana y espiritual”. Por lo anterior, está crónica está dedicada a todas las madres que día a día acompañan nuestra vida o interceden desde el cielo por nuestras necesidades, por lo que, en esta ocasión, comparto dos historias del baúl del recuerdo de mi añorada abuelita Clemencia Chicas (+), las qué solía contarnos en la niñez.
La primera de ellas es un testimonio contado por el excapellán de la Iglesia de Nuestra Señora de El Carmen de esta localidad en 1915, sobre una octogenaria mujer residente en el Boquerón, la que quedó a cargo del cuido de cuatro niños a los que debía alimentar. En cierta ocasión hubo una escases de alimentos en la zona que provocó que los chiquillos pasaran días sin probar bocado, en su desesperación la ancianita no tuvo más remedio que encender el viejo poyetón y envolver en unas hojas de huerta unas piedrecitas, que depositó en una olla de barro, ofreciendo a los niños disfrutar de ricos tamales, por lo que encomendó a la mayor de estos a vigilar tal cocido, mientras ella se dirigía a la iglesia a pedir un milagro a la Reina del Cielo, luego de ello regresó a casa, encontrándose con la sorpresa que las piedras se convirtieron en sabrosos tamales, que emanaban un delicioso aroma, por lo que los niños le convidaron a probarlos; ante tal hecho la adulta mayor cayó de rodillas agradeciendo a la Santa Madre el favor recibido y notificando de tal hecho al capellán en mención.
La segunda historia se desarrolla en el extinto cuartel de Santa Tecla, un 10 de mayo de 1936, cuando un grupo de oficiales reunió a la tropa en el patio del lugar, por lo que un oficial se dirigió a los reclutas con la siguiente pregunta, – “¿Qué día es hoy?” -, el pelotón replicó – “Día de la Madre”-, ante tal respuesta el superior dijo – “Si hoy es el Día de la Madre, den un beso a su mamá” -, lo que provocó la risa entre los soldados, ya que, se decían unos a otros – “¿Cómo podemos dar un beso a nuestra madre, si estamos lejos?” -, por su parte un joven recluta sin pronunciar palabra, dio tres pasos al frente se arrodilló y beso la tierra, lo que, generó burlas de sus compañeros; ante lo ocurrido los oficiales elogiaron la actitud del joven por reconocer que la tierra también es nuestra madre.
Sean verdad o no los anteriores relatos no es lo relevante, más bien que este sea el marco ideal para homenajear la noble y abnegada labor de las madres salvadoreñas, así como un reconocimiento póstumo a los bellos ángeles que desde el cielo interceden día a día por cada uno de sus amados hijos ¡Gracias Mamá!
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