Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Revisando la siempre aleccionadora historia de la revolución francesa, ask con sus aciertos y desatinos, site como todo aquello detrás de lo cual se encuentra el ser humano, vine a reparar en una frase del emblemático escritor y pensador francés, Denis Diderot (1713-1784): “Del fanatismo a la barbarie sólo media un paso” ¡Cuánto de esto se cumple entre nosotros!
Sin embargo, no podemos, renunciar a la esperanza. Al contrario, su bandera debe flamear todos los días en nuestra plaza. Renunciar a ella, es sucumbir, a pesar que una rápida revista a nuestro estado actual de cosas, nos hace concluir que transitamos por uno de los caminos más tortuosos de la historia salvadoreña.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, define el fanatismo así: “Apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”. Desde luego, este vicio abarca un sinnúmero de situaciones propias de la humanidad, ya que, junto con la ignorancia y la superstición, el fanatismo ha sido el responsable de la decadencia y ruina, de pueblos y culturas a través del tiempo.
En nuestro país, las estructuras delincuenciales, que se nutren de jóvenes, crecen, se expanden, gracias a la adhesión rígida a un conjunto de credos e intereses, que están sellados con la sangre de sus crueles miembros. Es un círculo de muerte. Ahí donde la familia, y el Estado arrastran con una tradición de lamentable fragilidad y fragmentación, el fanatismo prospera.
Fanatismo es el que se inocula a las juventudes en los tiempos álgidos de la politización irresponsable. De esta manera, ejércitos de zombis se erigen al servicio de terribles propósitos. Organizaciones terroristas como el actual Estado Islámico (EI), cuyo radio de operaciones va más allá de Iraq y Siria, es un claro ejemplo de fanatismo en pleno siglo XXI.
Cuando pensamos que nuestro equipo deportivo, confesión religiosa, partido político, ideología o apego de la naturaleza que sea, es superior a otro; y todavía más, que debe prevalecer a costa de cualquier medio, la sociedad va rumbo al abismo. Ya lo decía el gran filósofo, historiador y refinado escritor galo, Voltaire (1694-1778): “El fanatismo es a la superstición lo que el delirio es a la fiebre, lo que la rabia es a la cólera. El que tiene éxtasis, visiones, el que toma los sueños por realidades y sus imaginaciones por profecías es un fanático novicio de grandes esperanzas; podrá pronto llegar a matar por el amor de dios”.
Las directrices, medidas, órdenes que brotan del fanatismo, pronto se accidentan frente a la dinámica de la realidad, que al fin de cuentas, no opera de esta manera. Podrán parecer muy vivas sus señales, pero luego se desvanecerán como los espejismos que engañan a los infelices viajeros del desierto.
Hay que desmontar las estructuras del fanatismo en todos los órdenes, iniciando con las más íntimas, para el caso: la enfermiza posesión del amante sobre la persona amada, que llega hasta la locura; o la adhesión a aquellas confesiones religiosas o doctrinas místicas, que pudieran ser altamente nobles, pero que, cuando se institucionalizan férreamente, despersonalizan a sus adeptos.
Nada es tan complicado como parece. Por ello, la lógica de los niños, regida por la sencillez, el aprendizaje continuo, y el asombro, es el conveniente sendero. Sepamos encontrarlo.