Rafael Lara-Martínez
(New Mexico Tech, online [email protected])
Desde Comala siempre…
En lengua náhuatl-mexicana, el chamán se llama nahualli. La raíz nahua significa “danzar dándose las manos, concordar, ir en cadencia”; nahuac, “cerca, en sitio próximo”. Asimismo, según Fray Alonso de Molina, nahualtia, nicno, “esconderse o ampararse con algo”, implicaría un “revestimiento” o “manto” que arropa el cuerpo. Al nahual, la actualidad lo recuerda sólo por su brujería despiadada y por su capacidad de volverse animal. La actualidad olvida que en su origen pervive una “candencia” musical y una proximidad familiar, al igual que una cobertura biológica de lo humano. En la armonía, en la cercanía, y en la transformación hechicera, retoña lo añejo. Lo animal surge del centro espiritual del humano, por fuera y por dentro, no cual un ser extranjero a sí. Surge como algo propio a su identidad corporal, acaso desdeñado adrede. El doble animal, el nahual, esparce una sombra agazapada en el cuerpo. Sin su reflejo tangible el alma se esfuma. Durante las noches de ensueño y de silencio meditativo, el nahual le concede su verdadera humanidad al humano olvidadizo de sí. El humano reniega de su cuerpo biológico y de su vida animal, en un mundo que le resulta sin concordancia ni cercanía. En un mundo material vuelto espectro, ya no cabe el “danzar” gozoso del cuerpo y del alma. La materia y el espíritu ya no “se dan las manos” en su alegría y único encuentro terreno.
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