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Del Plan de Control Territorial a la Protección Celestial. ¿A quién tratan de engañar?

Por David Alfaro

En la República Bukeleana, la de los Milagros Económicos y Militares, donde los santos y los generales se encuentran en la misa dominical, una imagen quedó grabada en la memoria de los presentes. No, no fue la bendición del pan y el vino ni la homilía de Monseñor Escobar Alas, sino el solemne momento en el que dos de los hombres más poderosos del país, el ministro de Defensa, René Merino Monroy, y el ministro de Seguridad Pública, Gustavo Villatoro, ofrecieron a los cielos un preciado tesoro: una copia del famoso Plan de Control Territorial.

Sí, ese plan que ha engullido más de 1,600 millones de dólares del bolsillo del pueblo y que, a pesar de haber sido financiado con el sudor de los pobres contribuyentes, permanecerá oculto bajo llave durante siete años. A menos, claro, que uno tenga acceso directo al Todopoderoso o, como algunos podrían sugerir, al Diablo y sus viejos amigos del inframundo.

¿Pero a quién, exactamente, está dirigido este generoso ofrecimiento?

El acto tiene algo de tragicómico, casi Shakespeariano. El Plan de Control Territorial, como todos sabemos, es una especie de «Caja de Pandora» que, una vez abierta, liberaría una tormenta de preguntas incómodas: ¿A dónde fue a parar todo ese dinero? ¿Quién se benefició realmente de ese enorme gasto? Pero no, el pueblo de El Salvador no tiene derecho a esas respuestas.

No señor. Es más, al parecer, ni siquiera Hacienda ni la Corte de Cuentas. Según los ministros, es mejor dejar esos detalles en las manos divinas de Monseñor Escobar Alas, quien, presumiblemente, intercederá por todos nosotros en las más altas esferas celestiales para que el todopoderoso San Miguel Arcángel no sólo proteja a los policías, sino también los secretos de los políticos corruptos.

Porque, claro, ¿quién mejor que la Iglesia para custodiar esos misterios?

Dicho esto, uno no puede evitar imaginar la curiosa escena celestial: San Miguel, patrón de la Policía Nacional Civil, hojeando las páginas del Plan de Control Territorial mientras revisa los informes de homicidios, extorsiones y el crecimiento inexplicable de fortunas entre ciertos funcionarios.

¿Será que el Arcángel se convertirá en un auditor celestial? O, en un giro aún más irónico, tal vez el plan haya sido dirigido al adversario tradicional del Arcángel: el Diablo. Porque, si miramos las cosas de cerca, los movimientos bajo este gobierno tienen un aire tan macabro y maquiavélico que haría sonrojar a cualquier demonio. ¿Protección divina o pacto infernal? Es difícil decirlo con claridad cuando los responsables de velar por la seguridad del pueblo prefieren velar por sus propios intereses.

Una inversión celestial, ¿o un despilfarro infernal?

Los 1,600 millones de dólares son apenas una cifra en este teatro de sombras. Se nos ha pedido confiar ciegamente en la efectividad de un plan que, al parecer, funciona sólo en los comunicados oficiales. Mientras tanto, los ciudadanos siguen luchando con las mismas amenazas de siempre, pero con la incertidumbre adicional de si este dinero fue destinado a su protección o a engrosar los bolsillos de unos pocos.

Y si bien es cierto que todo parece estar en manos de San Miguel, lo más probable es que el gran beneficiado de este arreglo sea un tal Lucifer, quien seguramente debe estar fascinado con la maestría con la que algunos de nuestros líderes han aprendido a manejar el arte de la manipulación y el saqueo.

Reflexión final:

Querido pueblo de El Salvador, es momento de abrir los ojos. Nos han vendido la idea de que la seguridad y la justicia están en manos de los cielos, cuando en realidad han entregado nuestras esperanzas a los que siembran el caos en la tierra. San Miguel no nos protegerá de los demonios que gobiernan desde sus cómodos despachos.

Los 1,600 millones de dólares que han desaparecido no fueron un tributo al bien común, sino el precio de nuestra ingenuidad. Y mientras nos mantienen en la oscuridad por siete largos años, solo podemos rezar que, al final, la justicia no sea divina, sino terrenal.

Porque, al final del día, cuando se trata del Plan de Control Territorial, el verdadero MAL no está en los detalles sino en las oficinas de aquellos que insisten en que debemos confiar en un plan que sólo el Diablo y ellos conocen.

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