Rafael Lara-Martínez
New Mexico Tech, sovaldi
Desde Comala siempre…
A Caralva
0. la cuestión
Hace más de treinta años, el lingüista alemán Hansjakob Seiler (Cahuilla Grammar, 1977) establece una diferencia radical para lenguas sin parentesco, de América a Europa. Existe una distinción tipológica esencial entre los idiomas de la rama norteña de la familia yuto-nahua/azteca y los indo-europeos. Si los primeros prosiguen un “principio descriptivo”, los segundos prefieren rotular el objeto que nombran. En particular, el rasgo tipológico Seiler lo deduce del cahuilla, lengua de California, cuya gramática describe en una amplia monografía. Así una prenda de vestir de uso cotidiano —“el pantalón”— se dice páj-ani-ve-l, cuya raíz páj significa “ir” y proseguida por el sufijo causativo –ine se glosaría “hacer ir; meter; introducir”. Por etimología, el pantalón se glosa “lo que se mete/introduce o se hace entrar (the thing I cause to go in)” (338).
Las “unidades” simples que se rubrican como sustantivos en la terminología indo-europea provienen de una “proposición” completa que, a menudo, queda sin análisis. Se trata de un “espejismo traductor” que asimila lo otro a lo mismo, presuponiendo que lo universal —la globalización— explica cualquier localidad lejana del centro. Seiler convida a establecer un balance entre lo general —lo tipológico, como enlace– y lo particular. Las lenguas norteñas de la familia yuto-nahua/azteca privilegian un principio descriptivo al nombrar los objetos naturales, culturales y las ideas mismas (10), gracias a una oración entera. Por su parte, las indo-europeas optan por elaborar “etiquetas (labelling)” o rótulos sin delinear un rasgo prominente del ente nombrado.
I. El principio descriptivo
Por el axioma descriptivo, una oración completa se vuelve palabra simple la cual nombra de manera directa la entidad cuyo contorno dibuja. Bastaría citar la palabra “hombre”, taakat, en náhuat-pipil para demostrar tal principio tipológico. En efecto, existe una correlación directa entre ese sustantivo y el verbo taaka-ti, “él/ella/ello-nace/brota”; ni-taaka-ti, “nazco/broto” (Karttunen, 253: tlãcat(i), “nacer”). Aun si a veces le precede un direccional —(w)aal-, “hacia-aquí (hither)”— (w)al-taaka-ti, “nace/brota hacia aquí” (Campbell, 561), el enlace nocional sigue vigente. Por tal razón “hombre” se glosaría “el que nace/brota”, es decir, una verdadera oración cuyo sufijo absolutivo –t lo identifica en su categoría predicativa nominal. Acaso, “ser-hombre” implicaría ese brote mundano de una entidad ausente, tal cual lo reitera A. López-Austin (201) quien, en la lengua clásica, deriva esa palabra tan simple de tlac(o), “es mitad” (Siméon, 571) —tlacacic, “medio lleno”— ya que al nacer al humano le amputan una parte de sí: la placenta, el cordón umbilical, etc. Volverse “hombre” implica “disminuirse, estar al medio, llegar a la mitad (tlahcah)” e incluso, su forma poseída, -tlãcauh, convoca la esclavitud, un rebajamiento adicional (Andrews, 120, Karttunen, 253 y López-Austin, 206).
Pese a la digresión mito-poética, se le llame “el que es mitad; el que disminuye”, sea en cambio su nombre “el que brota (hacia-aquí)”, la estructura sintáctica resulta semejante. Se trata de una raíz —adjetival, verbal u otra— nominalizada, la cual actúa como predicado de un objeto particular, gracias a un índice pronominal de sujeto siempre presente: ni-, ti, ø-, etc. Como “expresión absoluta” (Seiler, 10), el supuesto sustantivo simple sugiere una red de asociaciones tan compleja que, para tlacatl, López-Austin (202-203) descubre más de una veintena de términos asociados por etimología, sin paralelo para la traducción de “hombre” al castellano, o a las lenguas latinas e indo-europeas en general. Por tal “transparencia” —oscurecida por la glosa— Seiler deduce dos corolarios del principio descriptivo. Por una parte, casi todos los sustantivos, adjetivos, etc. se analizan por su claridad morfológica y por su motivación significante. Por la otra, su carácter nominal especializa el sentido más amplio de la raíz hacia lo específico, tal cual “disminuir o nacer” al humano masculino.
La antigüedad del principio descriptivo la demostraría la validez de su técnica operativa en cahuilla al norte, al igual que en el náhuatl-mexicano al sur, de verificarse la hipótesis de López-Austin sobre el amplio campo semántico de la raíz tlac(a). Al traducir un término aislado se suprime el universo lexical que lo constituye en un sistema solar en miniatura, asociado a múltiples palabras derivadas que condicionan su sentido. Valga un ejemplo adicional —tlaca-mati, “hombre-saber; obedecer”— para redondear la complejidad insospechada por el espejismo traductor (nótese que falta indagar el universo léxico de cihuatl, “mujer” —al hablar de lo humano— cuyo vocablo más inmediato cih-tli significa “liebre” y “abuela”, Karttunen, 34).
Aún más laboriosa, la propuesta de Karen Dakin descompone tlaa-ka-tl, “persona”, en tres morfemas concediéndole al segundo un sentido “instrumental” y de “origen étnico” (“Nahuatl –ka words”, 2004: 9),. Esta división morfológica cumple otro corolario del principio descriptivo. Por cada verbo —expresión relacional— existe un sustantivo —término en absolutivo—, ambos afiliados a una raíz común (Seiler, 266; véanse los múltiples verbos ligados a la palabra “agua”, aa-t; ahogarse (aa-tuki, aa-mesawi), bañar (aa-ltia), beber (aa-ti), hundir (aa-kal-aki), mojar (aa-tepeewa), regar (aa-teki), etc.).
De este principio fundacional, se deriva un conjunto de “técnicas” —recuérdese, tekhne es ars— que separa la tipología yuto-nahua de la indo-europea. Cada palabra se revela no como una simple unidad, sino como una oración completa que refiere a una clase entera de entes. En una sola palabra se acumulan todas aquellas funciones que en indo-europeo se disgregan a frases nominales aledañas al predicado central, sea nominal o verbal.
A continuación se ofrece un ejemplo sencillo de esta “compresión sintáctica” en náhuat-pipil, cuyo principio descriptivo se adapta con una mayor fidelidad al cahuilla que a su traducción castellana. En seguida, se clasifican varios términos bastante conocidos cuya etimología prosigue el principio descriptivo ahora olvidado.
II. Del enunciado como palabra
Todo verbo transitivo posee dos argumentos: el sujeto que ejecuta la acción y el objeto o complemento directo que la recibe. Ninguna de las dos posiciones se eliminan al enunciar el verbo —como en castellano— de igual manera que un sustantivo a posesión inalienable siempre se acompaña de un adjetivo correspondiente. Tampoco esos argumentos —sujeto y complemento— se expresan necesariamente en frases nominales autónomas o en pronombre independientes como en indo-europeo. En cambio, se hallan marcados como prefijos o índices pronominales al interior de una palabra hecha oración, lo cual en inglés se llama head marking language. Sean (1) y (2) ejemplos típicos.
(1)
ni-ta-kwa como algo (yo-algo-com(o))
X – Z — Y
Argumento – Argumento — Predicado
(2)
ni-mu-kunee-w, soy tu hijo/ yo – (ser) tu hijo/niño
X – Z — Y
Argumento – Argumento — Predicado
(la terminación –w especifica el paso del absolutivo, kunee-t, al posesivo, una categoría gramatical del sustantivo inexistente en castellano, la cual establece una relación inherente además de una predicación, Seiler, 292. Véase el plural nu-ku(j)-kune(e)-w y el clásico no-conê-huan, “(ellos) son mis hijos (dicho por una mujer)”, Andrews, 115).
A la equivalencia nocional —predicados bivalentes a argumentos obligatorios— se añade su disparidad. El verbo transitivo se acompaña de un índice pronominal de complemento u objeto directo y de una marca temporal; el sustantivo, de un índice posesivo. Pero ambos comparten un mismo índice pronominal de sujeto (X). Interesa demostrar la manera en que el principio descriptivo se aplica al primer ejemplo, a (1). Para ello es necesario conjugar la misma expresión en la tercera persona singular cuya marca es cero (ø-) para obtener (3).
(3)
ø-ta-kwa él/ella/ello-algo-come ?
X – Z – Y
(ø)-ta-kwa-tsinel pequeño (que) algo-come (la zarigüeya, el tacuazín).
(véase también: aa-mats-kal-tsin, “jaiba”, agua-¿luna?-casa-diminutivo, el pequeño de (la) casa lunar; ama-kal, Arauz, 240).
Si Seiler propone que un sufijo absolutivo nominaliza una oración completa, de igual manera lo efectúa el sufijo diminutivo –tsin al volcar la palabra verbal anterior —una oración en sí— hacia un sustantivo juzgado un vocablo simple: “comeloncito”. Por espejismo traductor, a menudo se omite comentar la presencia del prefijo de un complemento indefinido, ta-, inexistente en castellano, el cual evidencia que el sustantivo simple proviene de una verdadera oración transitiva. Lo mismo sucede al sustituir tal índice de objeto por otro indefinido de persona en (4a) y añadirle un sufijo –ni, “agentivo”.
(4)
(a)
ø-te-kwa-ni “el jaguar”, es decir, “el (actuante) que come gente”, de ø- te-kwa, “él/ella-gente-come”; para la complejidad de este proceso en náhuatl-mexicano, véase: Sasaki, 2012).
(véase también: a(a)-tsakwa-ni, “azacuán”, agua-cubrir/cerrar-agentivo, el agente que cierra/cubre el agua, donde la raíz “agua”, aa-t, cumple la función de complemento directo u objeto de la raíz verbal transitiva).
De nuevo, la presencia del índice pronominal del complemento indefinido de persona, te-, manifiesta la distinción radical del náhuat-pipil con su modelo traductor por excelencia, el castellano. La lengua yuto-nahua nominaliza una oración entera; el castellano, una raíz simple que obliga a dispersar en frases nominales la condensación sintáctica de la palabra-oración original, por ejemplo, “com-edor (de gente)”. Se trata del principio descriptivo en oposición al rótulo, expuesto con anterioridad o, si se prefiere, una oración completa se contrapone a una palabra.
Lo reitera el ejemplo (4b) a continuación en el cual el nombre de la hamaca proviene de una oración relativa nominalizada por el artículo/demostrativo que la precede. Su glosa literal rezaría “el (lugar) donde se acuesta”, estableciendo un vínculo directo entre nombrar y describir el uso del objeto por el empleo de una oración completa.
(4)
(b)
ø-ki-chiw-ki ne kan ø-mu-teka hizo una hamaca
él/ella-lo/a-hacer-pretérito artículo/demostrativo donde él/ella-reflexivo-acostar
(él-lo/a-hizo, lo que es donde se acuesta. El contexto especifica el sujeto del verbo “hacer”, ne konejo, sustantivo simple en préstamo, también antecedido por el mismo artículo/demostrativo que precede una oración completa).
Para demostrar que este procedimiento —correlación verbo-sustantivo— no es una excepción, sino una regla gramatical fundacional del náhuat-pipil, a continuación se comentan otros ejemplos básicos ampliamente conocidos, pero olvidados en su estructura sintáctica compleja. La sintaxis se halla al interior de la palabra.
III. Tres ejemplos
Los ejemplos a comentar aparecen en la gramática del antropólogo alemán Leonhard Schultze-Jena (2014) publicada recientemente. El primer grupo compara raíces de tres categorías gramaticales —sustantivo, adjetivo y verbo— aun si no siempre se encuentra el trío completo (36-37). El segundo grupo sólo ejemplifica verbos y sustantivos (50). Interesa destacar asociaciones de ideas que se disipan en cualquier traducción. Estos campos semánticos manifiestan una disparidad de relaciones léxicas y semánticas del náhuat-pipil a la castellana. Sean tres ingredientes culinarios de uso cotidiano en la cocina indígena y mestiza salvadoreña: “sal”, “chile” y “tomate”
Para la primera sazón existe una asociación directa con el color blanco, tal cual lo establece (5) en seguida. La misma raíz nombra un condimento, un color (5a) —los verbos que expresan su acción (5b)— al igual que la clara del huevo (5c). Si esta última se traduciría “es (su) blanca agua”, la sal sería “es blanca; es blancura” o, al revés, el adjetivo “es(tá) blanco”, “es(tá) salado”. Asimismo, de la raíz ista- se derivan dos verbos incoativos, esto es, que implican el inicio de la acción denotada por la raíz “sal/blanco”. Campbell establece una distinción entre ambos sufijos. –Wia expresa “volverse lo que significa la raíz”, por lo que “salar” se glosaría “volverse sal(ado)” (86), mientras –ya verbaliza una “percepción” o “sensación”, por lo que “blanquear” se traduciría “percibirse blanco”. No obstante, queda por explicar si la sensación de lo blanco deriva de un objeto concreto, la sal, o por lo contrario, lo sensible deriva de lo inteligible. Su resolución queda pendiente, pese a la hipótesis incitante que propondría derivar lo abstracto de lo concreto, tal cual el nombre de muchos colores en castellano.
(5)
(a)
ista-t, sal — ista-k, blanco
(b)
ista-ya, blanquea — ista-wia, “sala” (Campbell, 234).
(c)
Ista-k-a-yu, “blanca-agua; clara de huevo” (se presupone la presencia de un índice pronominal de sujeto ø- para toda secuencia).
Una derivación similar sucede para la palabra chile, chiil, de la cual netamente proviene el color “rojo”, chiil-tik, al igual que el verbo incoativo de percepción, chi-chiil-ya, chií-chiil-tiya, o chil-ti-ya, “enrojece”, el segundo con la connotación de “acalorarse” (Campbell, 188). De nuevo el campo semántico de lo “rojo” y el “chile” enlaza elementos e ideas que el castellano disgrega al traducirlas, olvidando el principio descriptivo como conductor de la nominación en náhuat-pipil. Lo enrojecido, lo que madura y lo acalorado se derivan del chile, así como el ardor, chiil-tata.
La palabra “(es) tomate”, tuma-t, reconfirma la validez de tal axioma al vincularse al adjetivo tuma-k, es(tá) hinchado/gordo/flojo”. Acaso el tomate se glosaría “lo que se hincha/engorda”, aludiendo a su esfera abultada y líquida. Aun si Schultze-Jena no recopila ningún verbo correspondiente, por el sufijo incoativo se prevería la existencia de tuma-ya/wa/i, “engordar, hincharse”. En efecto, existen varios verbos asociados a dicha raíz como tumaa(wa)ya, “engordar”, que de revertirse sería “entomatarse”. Más que una lista exhaustiva —la cual en la lengua clásica el lector la descubre en Karttunen (244-245)— interesa verificar la aplicación del principio descriptivo el cual relaciona una expresión absolutiva —un sustantivo en la terminología tradicional— con otra relacional —un verbo por tradición ancestral.
IV. Conclusión
Sean simples o compuestos, los seis sustantivos analizados —zarigüeya/tacuazín, jaguar, hombre, sal, chile y tomate— comprueban el empleo sustancial del principio descriptivo en la lengua náhuat-pipil. Se trate de oraciones transitivas nominalizadas, en los dos primeros casos, o de raíces que adquieren un sentido nominal copulativo, el sustantivo evoca una cualidad prominente del objeto. Sucesivamente, los atributos del ente nombrado —pequeño que come, el que come gente, el nacido o disminuido, la blancura, la rojez y la gordura o hinchazón— al significante sonoro lo motiva un rasgo prominente del objeto. El nombre convoca una fisonomía cultural de la entidad que refiere. Por esta motivación directa del significante, la lengua no sólo coloca rótulos arbitrarios; el idioma resalta un atributo intrínseco del individuo nombrado.
Además de ofrecer una característica tipológica del náhuat-pipil, el principio descriptivo se ofrece como un distintivo del habla coloquial al atribuir un apodo. No sería extraño que “el hinchado o el entomatado” refiera la gordura; “el salado”, lo blanco, etc. En la lengua salvadoreña coloquial, el principio descriptivo no encuentra un nicho tipológico en la estructura gramatical. No obstante, en el habla cotidiana —alburera y juguetona— los hechos, los objetos y las personas se nombran por su manera de proceder, más que por un nombre propio sin motivación alguna. La predestinación bautismal da lugar al seudónimo determinado por un acto singular, a veces, temporal y cambiante.
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