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¿Democracia en el salvador?

Guido Castro Duarte

Muchos presumen que en El Salvador existe un proceso democrático, que para algunos inició con la presidencia de Napoleón Duarte y otros con la firma de los llamados Acuerdos de Chapultepec.

Frente a esa afirmación tenemos que analizar si existe realmente democracia en El Salvador y cuáles han sido sus efectos en la realidad.

Para que exista una democracia,  se necesita que el pueblo, el Soberano, tenga realmente capacidad de decisión sobre los grandes temas nacionales, y en nuestro país, el pueblo ha visto reducida su participación a la emisión de un voto a favor de algún representante de la partidocracia, lo que equivale a firmar un cheque en blanco, sin la posibilidad de exigir una rendición de cuentas.

Democracia no es simplemente la división de poderes en manos de representantes directos o indirectos de la partidocracia, o peor aún, de los representantes de los poderes fácticos.

Democracia es la capacidad de los miembros del pueblo de elegir directamente a sus representantes con la seguridad que estos trabajarán por la consecución del Bien Común, esto es, el respeto a sus derechos a la vida, libertad y propiedad.

Pero en estos más de 30 años de supuesta democracia, hemos sido testigos de los más abyectos actos de corrupción en la hacienda pública y del surgimiento de una nueva casta de millonarios a costa del sufrimiento de la gente más pobre. Porque mientras algunos políticos y ex gobernantes disfrutan de las mieles de la abundancia de forma descarada e insultante, la gente por quien decían luchar y a quienes teóricamente representaban, se debate entre la vida y la muerte en los hospitales y la inseguridad pública, entre la ignorancia y el analfabetismo en las instituciones públicas de enseñanza, entre la vergüenza y la explotación en los centros de trabajo sin control gubernamental, en medio de la inmundicia en los centros urbanos y buhardillas que habitan.

Pareciera que es una contradicción el hecho que los servicios públicos y el control social eran de mejor calidad en tiempos de los regímenes militares que en la vivencia de la llamada “democracia”. Los obreros, empleados y profesionales podían acceder a casas de habitación dignas, las escuelas contaban con todos los servicios necesarios y los maestros estaban preparados y calificados adecuadamente. La seguridad pública y del Estado eran eficientes sin necesidad de gastos millonarios en un organismo de inteligencia del Estado, los profesionales de la salud contaban con mejores recursos, la formación superior tenía altos estándares de calidad, reconocidos a nivel mundial, la vida era más pacífica y segura, el crecimiento económico era sostenido y en muchos rubros productivos estábamos en los primeros lugares a nivel mundial.

¿Qué ha pasado? Por una parte, la sociedad salvadoreña no posee conciencia de Nación y no ha seguido la evolución normal de todo Estado nacional. Pero lo más grave es que la supuesta “democracia” ha sido solo una fachada de un sistema de dominación de grupos de poder que manejan a los gobiernos y partidos políticos a su antojo y conveniencia, favoreciendo y fortaleciendo el sistema mercantilista que prevalece a nivel mundial.

El Salvador tiene que refundarse, limpiar la mesa, ordenar la casa y establecer un sistema de representación directa en el que el control esté en manos del pueblo y no de la partidocracia.

Pero antes hay que eliminar las redes de crimen organizado, narcotráfico, maras, extorsión, corrupción, lavado de dinero y terrorismo. El Estado tiene que disminuir sustancialmente su tamaño a fin de volverse eficiente en el cumplimiento de su papel de garantizar el Bien Común.

Pero para que exista Democracia debe haber ejercicio del poder directo por parte del pueblo, como reza su significado etimológico. Si la gente no está en la posibilidad de elegir directamente a sus representantes ni de controlar sus acciones, entonces no existe tal democracia.

Frente a ese reto nos encontramos con el obstáculo de la partidocracia, la cual puede superarse con las candidaturas independientes y al reducir los partidos políticos al nivel local o distrital, cambiar las circunscripciones electorales y municipales, reducir el número de diputados y permitir que dicho cargo sea ejercido por los mismos alcaldes.

Construir una verdadera democracia se vuelve ahora un reto ineludible.

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