Luis Armando González
Para algunos, buy viagra la batalla que se libra en estos momentos es entre socialismo del siglo del XXI y democracia, y no entre democracia y autoritarismo.
Aparte del olor a guerra fría que despide tal afirmación, cabe la sospecha de que quienes así opinan no conocen bien los asuntos involucrados en su planteamiento ni conocen bien la historia reciente de América Latina y, en particular, la de El Salvador.
Quizás no tienen por qué conocer de esos temas. Pero de lo que uno no sabe, lo mejor es no hablar. Y es que si se tiene alguna noción de lo que son el socialismo del siglo XXI (u otro socialismo), el autoritarismo y la democracia, se sabría que los dos últimos son regímenes políticos (o sea, formas de organizar el Estado y de ejercer el poder político desde el mismo), mientras que el socialismo del siglo XXI es una doctrina filosófica y política (o sea, una visión de la realidad social y de cómo ésta se debería organizar, en lo económico, lo político, lo cultural y lo ambiental, para responder a la humanización de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo).
En ese sentido, una doctrina filosófico-política sólo puede contraponerse a otra doctrina de igual naturaleza. En nuestro tiempo, a nivel de doctrinas, la contraposición sería entre socialismo del siglo XXI y liberalismo globalizado (o neoliberalismo), que también es una doctrina filosófico-política-económica. Y, a nivel de regímenes políticos, la contraposición sería entre democracia y autoritarismo.
En el pasado reciente se trató de una contraposición entre democracia y totalitarismo, pero hoy por hoy la primera sigue siendo amenazada por al autoritarismo tanto cultural como político. Los conservadurismos de todos los colores que proliferan en la actualidad, con su intolerancia a la diversidad (sexual, religiosa, cultural) y las apuestas por las soluciones de fuerza ante los problemas sociales (militarización de la sociedad, pena de muerte, vigilancia pública y privada constante, etc.) constituyen una grave amenaza para la democracia, en lo que esta supone de respeto a la diversidad, vigencia de libertades públicas irrestrictas, respeto de los derechos humanos e inclusión. De tal suerte que afirmar la existencia de una lucha entre democracia y socialismo del siglo XXI no tiene sentido, pues la una y el otro se mueven en carriles distintos: como ya se dijo, la una hace referencia a un régimen político (que puede tener y tiene muchas variantes) y la otra una doctrina filosófico-política (que puede tener y tiene variados matices según los autores que la suscriben y cultivan). Por lógica, a un régimen político sólo se le puede oponer otro régimen político, mientras que a una doctrina filosófico-política sólo se le puede oponer otra doctrina filosófico-política. Los primeros libran su lucha en el plano práctico siguiendo reglas propias de esa lucha; las segundas, libran su batalla en el plano de las ideas, siguiendo las reglas del debate de ideas.
Por supuesto, que un régimen político se nutre de ideas, y en el caso concreto de la democracia (sin ser ella una filosofía) se nutre de ideas liberales, pero también de ideas socialistas y más en el fondo de ideas cristianas. Pero la democracia –como lo anotó en su momento Octavio Paz—no es un sistema filosófico, aunque en su seno conviven las más diversas filosofías: es un método de convivencia civilizada y en su fortaleza como método de convivencia civilizada está su mayor debilidad: la democracia no está hecha para responder a las preguntas fundamentales del ser humano, es decir, a aquellas preguntas relativas a los orígenes, al destino, el sentido de la vida y de la muerte y al más allá.
Liberalismo, socialismo y cristianismo han alimentado permanentemente a la democracia. En estos momentos, y con la mirada puesta en América Latina, el socialismo del siglo XXI no tiene porqué no aportar sus ideales a la democracia latinoamericana. Definitivamente, es imposible que le pueda aportar algo al autoritarismo, pues éste ha sido repelente a los ideales socialistas, lo mismo que a los ideales liberales y cristianos.
En fin, una de las formas de fortalecer la democracia frente al autoritarismo –su opuesto— es enriquecer su universo de valores y opciones de vida con los aportes de esa filosofía política (que se está fraguando en América Latina) llamada socialismo del siglo XXI. Como en su momento el socialismo de los siglos XIX-XX aportó una dimensión de igualdad en libertad a la democracia, el socialismo del siglo XX le puede aportar esa dimensión de igualdad en la diversidad que tanta falta le hace.